miércoles, 12 de enero de 2022

De vinos y pinos



 El fin de semana pasado fuimos de visita a un supuestamente destacado sitio de degustación de vinos en Utuado, Puerto Rico. Los tres primeros vinos pues bien, pero al avanzar la degustación se me vino a la memoria una anécdota vivida en la ciudad de La Ceiba, Honduras. Estaba en esos días del 2013 ofreciendo un diplomado en Fotografía Documental, para la Unitec, y en el descanso intermedio bajé al "Salón de Eventos" donde se desarrollaba una actividad inusitada: Exposición de Vinos Hondureños.

 Ahí en las mesas estaban las muestras de todo tipo de "vinos", desde papa a naranja, desde yuyuga a ciruela, en fin, en vasitos de plástico ofrecidos a granel se desgustaba de la oferta a la gente vestida de etiqueta. La maestra de ceremonias, en pompa formal, hizo el llamado para dar comienzo al evento, y en la acostumbrada bienvenida a los invitados de honor llamó al estrado a un especialista en vinos francés que la embajada de Francia envió en representación.

Se trataba de que el especialista hablara sobre las bondades de la muestra, pero sin irse por las ramas el honesto especialista dijo: "Merci por esta invitación, me siento honrado, y solo quiero iniciar felicitando a los encargados de esta exposición por su esfuerzo en socializar la cultura hondureña del licor... porque, permítanme expresarlo claramente, con el respeto debido, pero estas muestras no son vino. El vino proviene de la vid, de la uva, y esa es su categoría absoluta: que proviene de la uva. lo que aquí estamos probando es guaré afrutado, o mejor decir, liquor de frutas... por cierto muy bueno, pero no vino...". El especialista alzó su mano con el vasito de plástico y bridó con el público anonadado. La maestra de ceremonias, entre risitas avergonzadas, le dio un simulado codazo al especialista francés diciendo "ay, mister, qué divertido es usted".

Debo decir que me retiré de aquel salón muerto de la risa y muerto de la risa lo recordé cuando en la cuarta tanda de la degustación en Utuado, sirvieron otro guaré, aduciendo que era vino entre forzadas explicaciones de hacer del pitorro algo surgido de la tradición vinícola. "Esto es pitorré, no viné" me decía entre risas, exactamente igual que lo que me provocó cuando supe que los pinos que tenemos alrededor de la casa en Pugnado Adentro no son pinos, sino casuarinas australianas (árbol de la tristeza) extendidas por toda la isla bajo el nombre pino. Antes de comprar la casa, Iris Alejandra y yo mirábamos con suspiros "los pinos de la casa de Heidi", pero fue un doctor cubano el que nos sacó del engaño. No importa, las casuarinas nos siguen pareciendo pino como el pitorré y el vino de papa nos sigue pareciendo vin, wine, vid. Hay creencias que vale la pena conservar en su ilusión. Ahí reside el juego de algún tipo de poesía del autoengaño.

El asunto es que las fotos que acompañan esta entrada sí que son pinos, y son pinos hondureños en Utuado. La primera vez que escuché a un puertorriqueño hablar de pino hondureño fue a través de la radio, la madrugada del 20 de septiembre mientras el huracán María destrozaba a fondo la isla. La radioemisora WKAQ 105 FM logró trasnmitir por breves instantes la voz de un desesperado residente de Guaynabo. Entre estática y ruidos de turbina dijo: "Esto se chavó (se fue al carajo), ya el huracán arrancó los dos pinos hondureños que sembré hace años en mi patio"... El señor detalló la desgracia que estaba ocurriendo con la pérdida de dos valiosos ejemplares, de esos que son tan raros por aquí y que por ello se aprecian tanto cuando se logran sembrar y ver crecer. Al escucharlo cerré los ojos. Vi las frondosidades de bosques de pino entre los que crecí, y también vi a los pinares que el gorgojo descortezador arrasó como otro huracán de minúsculas manías. Sentí que esos dos pinos de Guaynabo que se unieron al vuelo de los húcares y meaitos y árboles Marías y Ceibas, eran los representantes de mi miedo en ese momento.

Hace un mes que estuve en Honduras, y junto a mi hijo acompañé al equipo de pelota maya hondureño a Copán Ruinas, sede del Campeonato Centroamericano que reunió equipos de Guatemala y El Salvador. Todo el camino vi ese despliegue de bosques de pino que siempre aparecen intactos en mis recuerdos. Ahí iban los pinares, a lo largo de 400 kilómetros desde Tegucigalpa a Occidente. De pronto se me vino una reflexión: ¿por qué en la iconografía maya clásica no aparece ni una sola mención a los densos pinares del territorio mesoamericano? ¿Por qué no hay un solo glifo que lo describa o utilice su metáfora de rectitud, frugalidad en su forma y tenacidad insondable? Se lo comenté a Balám, (David Franco), epigrafista consumado y éste me prometió ponerle atención a ese detalle. Al tomar estas fotos, no me reí como con lo del gauré y el pitorré. Quizá dije una oración al dios maya sin rostro o representación,  Hunab ku (el dios solitario). Quizá si yo hubiera sido escriba maya Hunab ku hubiera sido pino en un glifo.


F.E.

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