No todo es evidente. El dolor puede estar supurando ante nuestros ojos y puede tomarse como tema, bosquejo, estudio para la insensibilidad que, ahora con más insistencia, flota en el centro de las artes. Muchas veces me he preguntado sobre la materia oscura que sotiene a la poesía desde el más acendrado anonimato, muchas veces entiendo que los libros no son suficientes para encontrar a quienes, desde la oscuridad, anotan cuidadosamente el inventario de las cosas jamás contadas. He conocido la poesía de Julio Torres desde las misivas en morse que impone Honduras para comunicarnos, y en cada poema que me ha dado el privilegio de leer -algo que ya han hecho jurados en los concursos que ha participado y que no entiendo cuál fue el criterio utilizado para dejar en la sombra sus textos-, he podido sentir la contracción muscular de un cuerpo poético conciente de su propia fuerza. Hijo del Valle de Sula, su poesía nos llega desde el cieno de las inundaciones y desde las huellas profundas en todas las despedidas. No todo es evidente cuando una luciérnaga se abre camino en medio de la luz del día, como si fuera un ser humano perdido en la selva más espesa. Y aun más allá: aun no se ha dicho todo de la poesía hondureña, mucho menos cuando Julio Torres ya ha visto a los silenciosos artesanos puliendo cajas de música y se apresta a escribirlo o a captarlo en la fotografía.
Cartel
encontrado a la orilla de un cadáver
A quienes osen
abrir nuevos caminos
dejaremos ciegos,
para solaz nuestro
bailarán sobre
botellas rotas,
la primera ley: el
que persevera sangra.
Vigilaremos
a los de mirada profunda y libro en mano.
Negamos
absolutamente las voces del papiro.
Este es el nuevo orden: animal de sacrificio.
II
Una
oscuridad geométrica
Inmersión continua, recuerdos: un viejo cuadro con paraíso de leones y niños al mismo tiempo, las casas en que estuve,
vientres protectores,
un LP de Barbary Coast.
Electricidad en los huesos, deseos: crecer, crecer como
el humo, volver al agua cotidiana,
al amor primero
bajo los almendros
a los días en que
no sabía los nombres prohibidos.
III
Semblanza
Yo
vi puños en alto como jardines de furia, silenciosos artesanos puliendo cajas
de música, escuché palabras nuevas a la orilla de la penumbra,
vi
hombres y mujeres sedientos del agua clara de la verdad; la muerte era la
verdad
en el
índice de los guardianes del silencioabismo,
yo vi la espera,
tiempo de granito irrompible,
en el rostro
fatigado de mi madre a la luz de un candil.
IV
Oráculo
Hijos del cuchillo, ustedes que siguieron
el
rastro trémulo de los perseguidos, que labraron el miedo en la piel
de
los que entraban por las puertas-libro: nadie fue llamado por el oprobio de la
sangre. A quienes les fue arrebatado el árbol joven,
escribieron
en el polvo, — para ustedes —
la muerte como único signo de la infalible justicia:
que se morirían —dijeron—
con la paciente
muerte de todos
en algún punto
exacto del calendario.
III
Vespertina
Afilarse los
párpados
para
que nadie aplaste nuestras bocas, la tarde mide lo mismo
que
un cuerpo tibio entre las hojas, vamos juntos:
hay
que deshilachar el insomnio para dar
con la raíz de los sueños, seremos espera sin uñas, escalera de papel.
De las sobras del fuego haremos una luz.
II
Víspera
La noche susurra tu
nombre,
tu
cuerpo lejano teje y desteje los hilos del deseo, en la urdimbre de las palabras
mis máscaras yacen agotadas:
digo
héroe, inmortalidad, la nada, vasija o beso, voy del insomnio a la mudez,
péndulo de los días que me han sido concedidos.
Los que dijeron ausencia
no
se acercan al tamaño del vacío entre la casa y el mar que amarás.
VIII
Destiempo
una
camisa limpia para las horas
difíciles, nadie pule el poema antes de herirse
en el cristal roto del dolor.
IX
La sed
Abrir el grifo,
sentir
que el día se derrama. En otra parte del mundo una bomba
secó las tuberías.
El
desierto nos aguarda, somos siervos del dios
líquido.
X
Poética
«Morning has broken like
the first morning»
Cat Stevens
Con
la lámpara del pecho romper la mañana,
si bastara cubrir el sol
con
el desaliento de los días malos, habrá que golpearse el rostro
para que tiemble el espejo,
masticar alfileres para decir sangre,
echar andar el atanor del día,
transmutar la voz secreta de las cosas.
XI
Página en blanco
Asomarse
a la oquedad, puntos cardinales de ceniza, una luciérnaga hará camino en el
resplandor del mediodía, ningún remordimiento
por
los insectos que abrazaron el ojo de la vela, aferrarse a la insistencia:
la
visión de la roca ascendiendo a un hombre.
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