Tienen los poemas de Jennifer los versos que nos negamos. Nuestra propia censura a la palabra poética que, sin embargo, resuena en nuestros pensamientos. ¿Qué cosa es la poema sino el sincerar lo que se forma en nuestro interior y que no dejamos pasar a la luz de la belleza como si de abandonar la mitad de un tigre se tratara, abandonarlo al espejismo de la jaula y sus barrotes verticales? ¿Es solo un fuego dorado el tigre borgiano o Jennifer sabe que es en sí mismo una jaula que acecha con una fuerza interior indomable? Padecemos de una acelerada dispersión de la poesía y llegamos a afirmar que toda el agua del mundo es salada. Vueltos piedra o islas dentro de islas nos negamos a los ríos y su viaje hasta Bakú.
En Fredonia hay una poeta que ve el enigma del Cerro Tusa -cuña que apuntala al cielo- con las misma intriga que nos cuenta que al irse las mujeres dejaron las puertas abiertas. Les invito a leer esta voz de la nueva poesía colombiana, tan profunda como todos los ecos que Colombia debe sacar de su dolorosa historia para que la poesía los transforme en ese ser gigantesco que nos mira desde el fondo mudo y misterioso.
PESCADORES
Un día llegan los que profesan el oficio de la pesca, hablan del mar
como de una mujer conocida, dicen que es agua y no sal lo que toca la red
cuando es arrojada al vacío. Dentro de los barcos se sostiene la luz como una
mano abierta, resistente, igual que el grito sometido a la desgarradura. Los
pescadores creen en el agua como los demás hombres creen en Dios, en su
lenguaje la palabra sed cobra más valor que la palabra historia, aunque ambas
las hayan padecido tantas veces. “Toda el agua del mundo es dulce” dicen los
pescadores de río. “Toda el agua del mundo es salada” dicen los pescadores de
mar. Desconocen que no es lo mismo nombrar al tigre que nombrar cada una de las
manchas verticales que cubren su cabeza.
SOBRE LAS JAULAS
Allí donde el animal atiende
la urgencia de huir, donde la luz desaparece y el grito se hace carne en un
lenguaje incomprensible, ningún Dios habla. Todos saben de esas prisiones
detenidas en el tiempo, con sus voces huérfanas y sus formas laberínticas. Pasan
de largo como por un puerto destruido, tocan sus barrotes como si tocaran los
utensilios cotidianos, y en el rostro del tigre cansado advierten una ruina que
no es la suya. La permanencia del animal en la jaula semeja la caída del hombre
hacia un mundo que lo desconoce, el cuerpo que se precipita, ciego, resistente
a los hilos que cortan los dedos. Cada descenso trae consigo una sentencia de
huesos y ceniza trazada sobre la frente, una pulsación del índice sobre la
región oscura, un ojo que despierta cuando todo se ha ido. Tarde reconocemos
que en la boca del tigre también se revela nuestra herida abierta.
DEL OTRO
LADO
Una corteza de árbol. Una corteza de árbol de cerezos. Junto a la corteza, la tierra viva. En la tierra se mueven los animales precipitados por un estallido. El estallido se mueve de rama en rama y llega al oído del hombre. El viento hace desplazar el fuego de la chimenea. El hombre se calienta y piensa en el estallido. Los animales huyen de sus escondrijos. El hombre les ve revolcarse desde la ventana. Los animales corren y vuelan hasta la casa del hombre. El hombre cierra la puerta para siempre.
Antes de que penetrara en los patios con su silenciosa sombra roja, después de su viaje a Bakú, el padre ya había conocido el Islam, caminado la ciudad vieja, el centro de la plaza de fuentes, la playa de las mil y una noches, escuchado a Rain Sultanov en las afueras de un museo, hablado largamente con un amigo acerca de Gari Kaspárov, de Vladímir Akopián. Pues antes que de cualquier cosa padre fue siempre un amante del ajedrez, de las piezas blancas más que de las negras. Ciertamente todo viaje es una preparación, por eso mis hermanos y yo no hemos demorado en el gesto de ese rostro cansado ni procurado las preguntas acerca de la ciudad europea. Simplemente miramos al hombre que descarga por su voluntad las gruesas palabras acerca del tiempo, la geografía y lo lejana que vio estar por un momento a una estrella de la otra. También y sin que se lo preguntáramos, nos ha dicho que prefiere el Lavangi a los kebabs pues nunca le pareció bueno comer cordero. Este es nuestro padre, pese a que la lentitud en su paso nos resulta ahora penosa. Toda meditación, todo recuerdo hacen parte de la formula innecesaria, un intento forzoso por recuperar el objeto perdido en el paisaje extranjero. Padre es ahora una piedra inmóvil en el centro del día, algo que nos mira desde el fondo mudo y misterioso, un ser gigantesco que se defiende de las cosas pequeñas, una isla en medio de todas las islas.
“Alguien muere cada vez que
elegimos el silencio”
María
Clemencia Sánchez
Cada sonido que viene desde el fondo de la casa tiene la forma de un tigre caminando en puntas. El estremecimiento de las cucharas que caen indecisas sobre las losas, su contacto con el suelo que desencadena en la ilusión del vértigo. Aprendimos a recibir con humildad el sonido de las cosas más tristes: la llave sobre la cerradura, el rayo a mitad del día, las cajas de cartón en las que se inscribía demasiado pronto la señal de las mudanzas. Pero nunca supimos cómo retener el camino del cuchillo trazando un nombre sobre el vidrio, ni el golpe del portón tras la despedida del padre. En la cocina la madre custodia la caída, su papel es el mismo que el de un dios cavando su reino mudo en lo hondo del patio. Al igual que ella las mujeres de la casa aprendieron a rendir su homenaje al silencio, por eso nunca cerraron la puerta antes de la partida.
SOBRE LA
NECESIDAD DE NOMBRAR
“Alguien debe hacerse cargo de lo que no
se sabe”
Jorge
Cadavid
No existe
aquello que no se nombra, solo
lo que se nombra existe, dicen los hombres todo el tiempo, pero hay quienes
nombran el mar para acabar con la sed del mundo y quienes nombran la fiebre
como si revelaran la aparición del sol entre los huesos. Pregunto por lo que
existe, y en cambio escucho a las mujeres dar un nombre al hijo que nunca
tuvieron, las veo mecer su sombra hasta el amanecer, mientras llenan de leche
una vasija de la que nadie bebe. He visto también a hombres ciegos hablar del
relámpago como de un objeto conocido, señalar la intensidad de su luz y su
recorrido hasta el suelo, luego están quienes aseguran haber visto a Dios de
pie sobre el agua. Entre tanta verdad improbable y tanta visión amenazadora, la
incertidumbre es nuestro consuelo. ¿O acaso bastaría con nombrar la cuerda
imaginaría para que fuera posible sujetarse de ella?
AZAR
Todos están convencidos de que la suerte es producto de una cosa que no es el azar, pero se le parece. Están demasiado cerca como el tiempo y la eternidad, solo que de lo primero ya se han dicho muchas cosas y lo segundo representa una verdad en la que casi nadie cree. Si un hombre apunta con su escopeta hacia un terreno vacío, esperando encontrar algo, y cerca suyo cae un pájaro que nada ha tenido que ver con la bala, lo llamamos azar; pero si el mismo hombre apuntara hacia una piedra y justo en el momento del disparo una hiena se atravesara y fuese derribada, diríamos que para él eso habría sido la suerte. En ambos casos la muerte representa la alianza entre una cosa y otra. Que se haya cometido o no el crimen nada tiene que ver con el azar, sino con la conciencia del hombre que no está satisfecho de cómo vive. Estoy más cerca de creer que este juego de la vida ha sido siempre una premeditación; las jarras de agua que fueron puestas sobre la mesa en el momento justo de la sed, el niño que cruzó la calle cuando el terrorista lanzó la bomba, el anillo que se rompió antes de entrar en el dedo, el bostezo del hombre que asistió a ver “Carmen”, y así, la infinidad de todas las posibilidades. Debe de ser por elección nuestra y no del azar que un día caminamos hacia el final de toda luz, sin que ninguna conspiración secreta haga su juicio para salvarnos. Después de todo, cada quien elige el modo y el momento de irse, aunque un golpe del cielo revele que ha sido a destiempo.
A ustedes,
por quitarme la potestad sobre mis palabras.
Dejé de nombrar
la poesía como la única patria, incapaz de reconocer por segunda ocasión la voz
de dios que latía en mi oído izquierdo o el rugir del tigre que vio caer
lentamente la luz sobre la casa. Hubo un día en que quise retornar de mi
descanso a las orillas de lo banal y lo efímero, pero sentí piedad por esa
extraña alegría que descendió veinte años después y fue a caer al centro de mi
carne. Nunca se olvida el país de origen, el águila no olvida el nido donde
descansan sus hijos, ni el libro la desgarradura de la hoja, por eso la poesía
siempre vuelve a mí, como un destino implacable semejante al abismo de los
primeros años. Hay quienes me acusan injustamente, se jactan diciendo que no
son mías mis palabras ¿y de quién si no? He vivido en las tierras bajas de la
incertidumbre, recordando una infancia de trazos incomprensibles, vigilando el
árbol eternamente arraigado al centro del patio. Nunca descansé bajo un
naranjo, ni vi el mar amarillo que tantas veces nombro, tampoco es verdad que
mi padre viajó a Bakú, y que las mujeres de la casa dejaron la puerta abierta
antes de la partida. Sin embargo en la hora del sueño todas las imágenes toman
una validez absoluta. Nunca escribí sobre aquello que vi, escribí sobre aquello
que nunca me será permitido ver, pues dadas las leyes de lo inabarcable,
cualquier hombre podría ser forastero de sí mismo y sin embargo reconocerse.
ORILLA OSCURA
El paraíso es siempre uno,
pero lo sabemos
al
final de la vida.
Tras cruzar la tierra
y visitar
la orilla oscura del mundo
Finalmente todo calla,
y no
hay escritura sobre la piedra,
ni
agua derramada
ni
diente que muerda el fruto.
Únicamente la mano de un dios
señalando el hueso blando
desde
las alturas.
Jennifer García Acevedo (Medellín, 1995) Sus poemas han sido
publicados en diferentes revistas nacionales e internacionales. Premio Nacional
de Poesía José Santos Soto (2019). Ha participado en festivales internacionales
de cine y literatura, entre ellos el Festival Internacional de Poesía de
Medellín, que organiza y convoca la revista Prometeo. Algunos de sus poemas han
sido traducidos al Inglés, vietnamita y árabe. Es fundadora y directora
del Festival
internacional de Poesía de Fredonia (Colombia). Ha publicado Estaciones
de lo invisible (Sakura ediciones, 2019)
1 comentario:
La emotividad de la palabra, se reinventa en cada poema, el ser existencial, el ser humano y las confrontaciones internas se materializan en la palabra sentida de Jennifer, el poema en esencia es un constructo de vivencias tejidas de reflexiones que responden a esos asuntos de las cosas que nos hacen pensar, con una hermosa ilación de palabras donde se interroga al ser irracional, al ser absoluto, al mismo misterio de conocerse, entenderse desde el imaginario poético y el cuestionamiento natural del sujeto. En buena hora esta propuesta de prosa poética de esta joven peta Jennifer García Acevedo.
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