Alrededor de abril del 2008, Yeco (compositor e intérprete) nos propuso al poeta Samuel Trigueros y a mí, realizar un happening que no necesitara difusión y que interactuara directamente con quien lo atestiguara. Se trataba de repellar las paredes del edificio que ahora ocupa el CAC-UNAH, por aquellas fechas abandonado, con recortes de crónica roja de los diarios hondureños. La intención era saber en qué espejo se reflejaba quien mirara, a sabiendas que el mismo edificio en ruinas sería el soporte, la pintura gris de fondo que permitiera la refracción. ¿Sigue estando Honduras oculta tras una constante pintura gris mediática? ¿Cómo se mirará a sí misma la población que aparece en las horrorosas portadas del crimen? ¿Quién mueve o rompe el espejo? Todo esto lo platicábamos mientras íbamos haciendo el registro.
Una vez pegados los recortes esperamos que los transeúntes se acercaran con curiosidad. La primera reacción fue de estupor y luego de una gradual molestia, hasta el punto en que, llenos de rabia, empezaron arrancar de las paredes la nueva patina. "Esos hijos de puta son los que vinieron a poner eso" -nos señalaban -, "Puras ganas de estar jodiendo la de esos" -decían al vernos desde el otro lado de la acera. Sus rostros, su imagen, era la imagen anónima que los periódicos, como una criba, desmonta o descuartiza para el propio consumo de los próximos muertos. Habíamos irrumpido en un paréntesis, pienso, en un lapsus donde la violencia no estaba en su proceso carnicero y las posibles víctimas se daban un respiro. Por otra parte, el edificio, entonces abandonado, ya era una referencia del tipo de monumentos que ofrece el olvido y los transeúntes, ya reconocían en él su vacío o el vacío mismo de la ciudad de Comayagüela.
Algunos santuarios tan solo necesitan que se les deje derrumbar, en su propia inercia, para serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario