I
Sin ceremonias
vuelven todas las palomas
puestas en libertad por Noé.
Un escollo frente a la playa
divide
aquel mar que vi por primera vez
de este oleaje nada fugaz ni premonitorio.
Puestas mis manos sobre la arena
voy siguiendo la curva en esta orilla,
bajo hasta el Orinoco
y palpo el rastro de aquellos que vinieron saltando
en busca del jade.
Los mayas tuvieron noticias de ellos
y ellos de los mayas,
se buscaban tensando todo el arco antillano
obsequiándose islas o arrecifes,
señales para no perderse.
¿Qué traigo yo para un verde más verde?
¿La primera llama del monumento
al pirata desconocido?
Los cruceros-tan enormes-
marcan los nudos del tiempo.
Nos desplazamos en rumbos contrarios.
Borinquen deriva hacia el norte
y ellos hacia la nada.
¿Quién, si no soy yo,
es el que hunde las manos
como se hace en una canoa sin remos?
Un barco de estos cruzó mi pueblo
maniatado como delfín enfermo.
Aquí cruzan por todos lados
y rozan los costados de la isla por largas millas.
Hay quienes abandonan la nave y se sumergen
en ese viaje hacia la nada, van en otras mitades
y aprenden otras lenguas.
Pienso en calamares gigantes
¿Dónde encuentro
el que vi un día, monstruoso,
en las antiguas cartografías de Piri Reis?
Hay mapamundis que jamás ubican a Borinquen
pero el de Piri Reis
en pleno siglo XV sabía darle tierra a lo incierto,
la ubicaba,
sabía Piri Reis, desde su casa en Estambul,
cuánto espacio crean los tambores en medio del mar,
hacía los mapas según el eco
se confiaba a las imágenes de un delfín.
Un escollo divide
la ola mansa de la furiosa.
Las palomas son nuestras,
muy mías.
Son las que lanzo hacia esa nube en jirones
que tiene la forma de Honduras.
F.E.
(de Las Crónicas del Capitán Snorkel- Inédito)
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