Foto: Fabricio Estrada
La Mujer de la Veracruz
Por qué llegaste aquí
A apreciar los ojos de vidrio y las lágrimas de cristal de los
forasteros?
Huiste del recuerdo de tu pasado
A sentarte a un lado de la Veracruz,
delirando en realidades,
delirando en realidades,
Encendiendo una vela frente al altar.
Mírate al espejo,
Un montón de velas están prendidas por ti en el baldaquino,
Tú eres María, mujer,
Si tan solo creyeras en ti
Descubrirías la verdadera luz.
La noche de los sueños
perdidos
Y pasó lo inocultable jamás
Y fue guardado
En ese espacio oscuro entre todos.
Al borde de lo oscuro,
no puedo ver si caeré en el agua o en un peñasco,
de tanto definir a qué lado del pecho se ponen la bandera del
país
ya no sé quien soy.
La huida me ha resultado como un dulce placer
La lluvia mojaba mi cara y mis plantas se hundían en el frío
lodazal.
Quisiera ser el licopodio que vive en el dintel,
No fue herido por nada después de aquella noche,
sigue intacto.
sigue intacto.
Salpicándome en sangre
La lluvia y yo somos igual de escandalosas
Cuando los cielos se nublan
Ella es agua y yo miedo:
Los tiros se confundieron con las gotas
Los truenos con las pipetas y granadas
Y el cuchillo de la cocina me coqueteaba.
Ellos pudieron haberme matado primero, lo sé
Me escondí bajo la cama, cerré la puerta y me maté.
¡Lo juro que me maté!
Se te olvidó, madre, cerrar bien la puerta,
Se te olvidaron los juguetes en el pasillo,
Los gritos de órdenes eran parecidos a los de dolor,
Mi muerte era lenta.
¿Por qué lo hicieron?
¿por qué?
Quiero entender tu dolor
¿tenías hambre?
Sí, sí por que te comiste mi comida y no sé por cuanto anduviste
por el monte aguantando hambre quizás
¿Mataste a Robinson, mi amigo?
¿Mataste a tu gente, elegiste hacerlo?
Dime, que te escucho,
Dime, que me sanan tus palabras,
Dime, y te lo juro que seremos dos en uno,
Dime que me devuelves la vida,
Dime y te contaré qué ha sido de mí después,
No te pido más.
Libérame, que tengo la mente secuestrada en incertidumbre.
Sáname y devuélveme los sueños
Los que pudimos haber tenido aquella noche.
Despues de la toma, me escapé
hace años llegué a la urbe, llegué cansada, oliendo a leña, a ver más gris que verdor
hace años llegué a la urbe, llegué cansada, oliendo a leña, a ver más gris que verdor
A la urbe, por primera vez en mi vida,
para quedarme
y ya no se escuchan tanto los balazos tras las montañas
y ya no se escuchan tanto los balazos tras las montañas
Y ya no se escuchan tanto los quejidos
de los campesinos cuyas reces fueron robadas
Y ya no se escucha la masacre en las
tomateras
Y ya no se escucha el trueno de la
dinamita explotando en la torre de energía
Y ya no escucho a cada rato las campanas
doblando en el parque
Y ya no escucho los animales rellenos de
dinamita explotando al lado del comando
Y poco a poco me fui tranquilizando
Y al tirar pólvora en diciembre al
principio quise esconderme bajo la cama
Pero cuando menos pensé me fui
acostumbrando al ruido
Y así estamos, acostumbrados al ruido
Acostumbrados a un desastre de vez en
cuando
A un miedo de vez en cuando
Y a la guerra de vez en cuando
Y grito con desespero: En la urbe las
cosas no son iguales que en el campo!
no es de vez en cuando
no es de vez en cuando
Ahora, estamos tan tranquilos
pero igualmente preocupados sin hacer nada
mientras que los montes ruegan la paz a la urbe
la jungla ruega la paz a la urbe,
pero igualmente preocupados sin hacer nada
mientras que los montes ruegan la paz a la urbe
la jungla ruega la paz a la urbe,
a la urbe que quiere la paz de vez en
cuando
Porque no escucha el ruido de la torre
de energía al estallar
porque no prueba el sabor de la comida cruda por causa de lo anterior
porque no prueba el sabor de la comida cruda por causa de lo anterior
Porque ese tipo de cosas pasan algunas
veces, en algunas partes, en lo poco que resta de monte
En la urbe en que no se iguala ni se
sabe lo que es la guerra del campo
Y yo
Nunca me acostumbro al desdén, a la
indiferencia,
al rencor a pesar de las vivencias y de los que a mi lado padecieron:
al rencor a pesar de las vivencias y de los que a mi lado padecieron:
A mi mejor amigo, a su padre, a mi
padre, a mis hermanos, a mi madre embarazada de mí y escondida bajo la cama
acostada y acurrucada contra la esquina fría de la baldosa, a mi nacimiento
prematuro, a mi abuela paterna y a mi abuelo paterno.
Acepto con humildad que lo humano es lo
que soy,
pero me frustra tanto temerle a mi especie todo el tiempo…
No seamos asesinos de nosotros mismos
pero me frustra tanto temerle a mi especie todo el tiempo…
No seamos asesinos de nosotros mismos
No hay camino después de la guerra que
satisfaga totalmente a las dos partes que la hacen
Solo espero que seamos capaces de escuchar
Sin ser tan hipócritas de solamente ir a
suplicar por la paz en la iglesia
y entrar ignorando a un campesino que sentado al lado de la entrada
mira con extrañeza esperando que alguien se de cuenta de su existencia,
y entrar ignorando a un campesino que sentado al lado de la entrada
mira con extrañeza esperando que alguien se de cuenta de su existencia,
extrañando su tierra.
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Los nísperos agradecidos
en áureos tonos
provocan salivación.
Las luces navideñas
nunca serán mas hermosas que las moras
que por montones recogíamos rojas,
Las comiamos con azúcar en medio de la
neblina:
Se veían resaltar entre maleza y nubes
como un collar de perlas en el cuello de
una mujer morena,
En la aurora,
En la aurora,
Como estrellas en el cielo nocturno.
No, ya no
No son cascos de bala los que resaltan:
me saludan rojas, después de casi veinte
años
las testigas silvestres,
Guardianas espinadas,
Las
sobrevivientes:
las moras.
Serie: La danza de la muerte, Pedro Alcántara Herrán Martínez. Museo de Antioquia, Medellín.
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