Un día antes de las elecciones, escuché a un pasajero de taxi en Tegucigalpa diciendo que eran los políticos los que estaban ansiosos ante las horas que restaban para la apertura de las urnas. ´Yo estoy tranquilo, a mi los políticos no me dan de comer". Lo clásico. Thortein Veblen, en su Teoría de la Clase Ociosa, ubica a los sacerdocios y guerreros como la fase primitiva de los mantenidos por los artesanos y campesinos. "Sus ocupaciones no industriales -así las define- de las clases altas pueden ser comprendidas, en términos generales, bajo los epígrafes de gobierno, guerra, prácticas religiosas y deportes... el trabajo manual, la industria, todo lo que tenga relación con la tarea cotidiana de conseguir medios de vida es ocupación exclusiva de la clase inferior", es decir -agrego yo- permanecen siempre en espera de ser alimentados y enriquecidos. Sabemos que el alto empresariado entró de lleno desde los años 90 en el juego de las candidaturas políticas y que los altos jerarcas militares hondureños crearon sus propios bancos amparados en la "re-estructuración del Estado" que Rafael Leonardo Callejas (sí, el preso por corrupción de la FIFA y no por su latrocinio en Honduras) llevó a cabo por medio de una privatización voraz; pero ¿los soldados? Pues los soldados, al igual que ese pasajero de taxi al que ningún político le da de comer, le dan de comer -efectivamente- al coronel, al mayor, al general... y de paso le cuidan el negocio a los más ociosos: el COHEP. Creo que ese pasajero no sabía para quién trabaja, así como el soldado no se da cuenta para quién dispara.
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