Fabricio y
los cuadernos de la cárcel.
Yo siempre
lo conocí poeta, desde antes de Casa Tomada, desde antes de Paradiso, desde
antes de Sabanagrande, desde antes de conocerlo.
Habla y hace
poesía, toma fotos y captura las palabras de la imagen, al igual que Rubén
Izaguirre, ha sido parte de la poesía joven que nació adulta en una tierra
donde las palabras son fantasmas que penan.
Los viejos
poetas tuvieron que tragar amargo, las vacas sagradas del parnaso tuvieron que mugir de otra manera, los estafadores del verbo y los amigos de las musas
ajenas tuvieron que asimilarlo como compañero de viaje. Ninguna palabra quedó a
salvo y ninguna calle se ha fugado de su inventario poético.
Se que
muchos quisieran juzgarlo como a Gramsci y susurrarle al juez la necesidad
imperiosa de que esa mente no funcione en los próximos 20 años, pero se
jodieron, la poesía de Fabricio, el que vino del sur, el que toma fotos en
blanco y negro, vino para sembrarse, crecer y dar fruto.
Yeco.
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