Loubábagú fue un tambor que sonó y sonó lejano durante toda mi niñez. Por las noticias sabía que la obra colectiva del Grupo Superación, de Guadalupé, Colón, le había dado la vuelta al mundo y que el mundo hubo de estremecerse hasta lo más hondo.
Ayer domingo, se me cumplió por fin el verla, sentirla, bailarla, sufrirla, llenarme de una reverencia sólo guardada para un último trago de guífitti. Ahí estaba el maese Rafael Murillo, en el proesenio inicial, dando las palabras o la reseña de una bienvenida que es como un regreso de espíritus, por lo tanto, Rafael oficiaba de medium... y de pronto el ascenso del ritmo, tremulamente, los tambores y aquella fila de mujeres-diosas balanceándose en medio de un coro garínagu...
De ahí para allá, todo sucedió en el corazón, porque Loubábagú es algo que sólo se entiende en el latido de los cuerpos, y los cuerpos, totales y estremecidos, van contando la historia, desde las tablas hasta el movimiento convulso que retoma el público en la oscuridad de sus butacas.
Pasa el mar y el dolor, la derrota y el barlovento, pasa la alegría y el funeral, los siglos americanos en las costas de este pequeño tiempo llamado Honduras, y la savia de las selvas y las armas, estalla profunda en algún lado del pecho. Viene el canto y se va. Queda un leve tronar en la distancia, ecos desde el otro lado lejano.
Ayer domingo, se me cumplió por fin el verla, sentirla, bailarla, sufrirla, llenarme de una reverencia sólo guardada para un último trago de guífitti. Ahí estaba el maese Rafael Murillo, en el proesenio inicial, dando las palabras o la reseña de una bienvenida que es como un regreso de espíritus, por lo tanto, Rafael oficiaba de medium... y de pronto el ascenso del ritmo, tremulamente, los tambores y aquella fila de mujeres-diosas balanceándose en medio de un coro garínagu...
De ahí para allá, todo sucedió en el corazón, porque Loubábagú es algo que sólo se entiende en el latido de los cuerpos, y los cuerpos, totales y estremecidos, van contando la historia, desde las tablas hasta el movimiento convulso que retoma el público en la oscuridad de sus butacas.
Pasa el mar y el dolor, la derrota y el barlovento, pasa la alegría y el funeral, los siglos americanos en las costas de este pequeño tiempo llamado Honduras, y la savia de las selvas y las armas, estalla profunda en algún lado del pecho. Viene el canto y se va. Queda un leve tronar en la distancia, ecos desde el otro lado lejano.
Algo bulle en la sangre que viene y nos habla de venas que siempre cruzaron nuestra memoria, cauces que por siempre irrigaron nuestro ser en la mezcla de los años y de los odios. Negra lengua de los elementos, nada resulta más poderoso que el retorno al origen, y por supuesto, nada más poderoso que hacer el viaje con cada temblor del cuerpo.
F.E.
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