Vi a las mujeres hombro a hombro,
muralla de rosas.
Las vi levantando su corazón rojo,
inmenso en medio de las balas.
Vi el llanto de todas las madres que dejaron a sus hijos en la montaña
y bajaron como alúd con su grito de barro,
inmutables, incansables,
las vi enfrentadas al bestia uniformado,
bola de humo,
bala sangrienta.
Vi a la matria naciendo con sus guirnaldas pavorosas
(no hay furia más terrible que la de la mujer en armas)
la vi creciendo,
aceleradamente
sinuosa, humilde,
vi el amor perfecto, lo vi,
con su palma abierta
estrellándose
en el rostro de los parias.
Nunca estuve más enamorado
y nunca
fui más niño
llorando un golpe a mi madre.
F.E.
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