sábado, 30 de marzo de 2019

Juana Pavón deja a Honduras sin nombre


Juanita ha fallecido ayer. Ayer -quiero creerlo- le tomé estas fotos. Fue durante el almuerzo de despedida de Honduras que me preparó el Maese Rafael Murillo Selva, en su casa en San Juancito. Juanita estaba ahí para despedirme, con un enorme cariño que me conmovió. Ayer era abril del año 2016 y la vida era larga y sin ningún marzo del 2019. Su poesía estaba siempre con ella, textual y físicamente, tan contundente y visceral como la primera vez en que supe que ella, más que un sismógrafo huidobriano, era el mismo terremoto que tumbaría cualquier buena intención poética de nuestros primeros pasos. Sí, Juana estaba ahí siempre, y quien quisiera preciarse de poeta debía entender que su presencia exigía textos de vida en tiempo real y además carácter, desenfado, quebrantamiento -de canon y cardíaco-, lucidez rabiosa.

Tuve un pequeño espacio para conocerla. Tuvimos nuestra cena de chino y cawamas inacabables. Nos leímos poemas una tarde en El Picnic y me aguanté, estoico, la primera gran putiada  vía telefónica que nunca recibiera a las tres de la madrugada. El asunto era por una foto pero la próxima vez que me la encontré me dijo que no le parara bola, que ni su misma imagen podía competir con ella.

La leí desde que supe de ella y dejé de leerla cuando supe que había trasladado todo su espíritu a la oralidad más necesaria de la poesía. La poeta, la actriz, la loca, Tegucigalpa derrumbándose, rehaciéndose, la cáustica, la genial dueña de todo espacio donde llegara, voraz escarmentadora de "lo modosito", la Maestra, Juana Pavón nos deja y a Honduras como que no le queda ni nombre, ni apellido. La República de la poesía duró de 1945 al 2019 ¿Bajo qué otros fundamentos tendrá que ponérsele nuevo nombre a Honduras?

Claude Levi-Strauss: lo que deseamos salvar


"Si se esperara del antropólogo -Dios no lo quiera- que presagiara el porvenir de la humanidad, no lo concebiría sin duda como una prolongación o una superación de las formas actuales, sino, más bien, sobre el modelo de la integración que reuniese progresivamente los caracteres propios de las sociedades "frías'' y ''cálidas''. Su reflexión anudaría nuevamente el hilo con el viejo sueño cartesiano de poner las máquinas al servicio de los hombres como si fueran autómatas y seguiría su huella en la filosofía social del siglo XVIII hasta Saint Simon; pues al anunciar el pasaje ''del gobierno de los hombres a la administración de las cosas'', éste anticipaba a la vez la distinción antropológica entre la cultura y la sociedad, y esta conversación -cuya posibilidad nos hace posible entrever al menos, los progresos de la teoría de la información y la electrónica-, de un tipo de civilización que inauguró hace tiempo el devenir histórico, pero al precio de una transformación de los hombres en máquinas, en una civilización ideal, que lograría transformar las máquinas en hombres. Entonces, con la cultura encargada de la misión de construir el progreso, la sociedad se liberaría de una maldición milenaria, que la obligaba a  esclavizar a los hombres para que hubiera progreso.

En lo sucesivo, la historia se haría sola, y la sociedad, colocada fuera y por encima de ella podría adoptar una vez más esta estructura regular y como cristalina, respecto de la cual las sociedades primitivas mejor preservadas nos enseñan que no se contradice con la humanidad. Desde esta perspectiva, aunque utópica, la antropología social encontraría su más alta justificación, ya que las formas de vida y pensamiento que ella estudia no revestirían solamente un interés histórico y comparativo, sino que corresponderían a una oportunidad permanente del hombre, sobre la cual la antropología social tendría la misión de velar, particularmente en las horas más sombrías.

Nuestra ciencia no podría montar esta guardia vigilante -ni siquiera hubiera llegado a comprender su importancia y necesidad- si en las regiones atrasadas de la tierra no hubiera hombres que resistieron obstinadamente la historia, y que permanecieron como una vívida prueba de lo que deseamos salvar''.

L.S.

lunes, 4 de marzo de 2019

Iris Alejandra Maldonado: prólogo de Alexandra Pagán para El abismo silba una canción de vaqueros, Ediciones Aguadulce, 2019


UNOS CUANTOS PIQUETITOS: PRÓLOGO

a nadie se le ocurrió ser poeta
y escribir la constitución propia
-Iris Alejandra Maldonado
 «Unos cuantos piquetitos» (1935) es un óleo sobre metal ejecutado por la reconocida pintora Frida Kahlo, se exhibe en Museo Dolores Olmedo de la Ciudad de México. En el cuadro figura de modo macabro la escena del asesinato por violencia de género que sufre una mujer, desconocida ya. «Unos cuantos piquetitos» fue la explicación que dio su marido (el asesino) en los tribunales. Los «piquetitos» fueron 20 puñaladas violentas, brutales. En la pintura el hombre sonríe, parece estar satisfecho, guarda su pañuelo en el bolsillo mientras mira el cadáver con una tranquilidad malévola. Kahlo inmortaliza la violencia de género, la denuncia. Kahlo sufrió también violencia de género, su labor pictórica se une al reclamo histórico por los derechos de las mujeres. A este reclamo se le une Iris Alejandra Maldonado, cuya voz poética presenta la violencia de ser mutilada, apuñalada y sobrevivir.
Maneja este poemario con cuidado; no importa qué, saldrás cortade. Dolor, miedo, encierro, angustia… las sensaciones que se evocan en este poemario son incómodas y no permiten sino solidarizarnos, hermanarnos, revestirnos y a(r)marnos. Iris Alejandra Maldonado es una alquimista. Su poemario El abismo silba una canción de vaqueros tiene el poder de transmutar la violencia en canciones poderosas de reivindicación, ajuste de cuentas y liberación. Mas esto no lo digo desde un dejo new age espiritualista de cable tv, sino que me refiero a que su alquimia se vale de las palabras para que, mediante metáforas y referentes literarios, bíblicos y populares, se construya un universo poético que sirve también de manifiesto feminista. Y no digo esto como quien dice «en las siguientes páginas leerá un panfleto de lucha feminista», no porque considere que eso hace del poemario uno menos valioso, sino porque este libro es una búsqueda, una remembranza; es poesía. Su lectura provoca unas miradas y reacciones que yo cualifico de este modo porque el contenido conjuga el amor y el horror, la belleza y el espanto. El poema «Después del tajo», por ejemplo, despliega un catálogo de violencias que resultan grotescas y repulsivas, pero que al tiempo son denuncias poderosas que conmueven.
El poemario registra la caída que lleva a un punto originario: todo y nada; el lenguaje como espacio de transmutación. Nos anuncia la voz poética: «dejé de ser el vómito de dios». Contundentemente los textos metapoéticos marcan el ejercicio estético como parte del secreto de esta alquimia que me empeño en plantear. Sin embargo, es una experiencia enmarcada por el horror, insisto. Una constante del poemario será conjugar el espacio conyugal con fosas; las sábanas nupciales se tiñen de sangre y la voz poética ajusticia, devuelve el derecho de ser, de vivir, de estar entera, segura, incólume, feliz y libre. Los espacios domésticos son cárceles, sepulcros; están cargados de toxicidad. Allí precisamente la poeta se enfrenta a la amenaza de su anulación con los poderes alquímicos de la poesía. De la determinación de la sobrevivencia y el amor propio surge un discurso estético, una obra de arte que sirve a su vez de homenaje a la resistencia femenina, al poder de las mujeres. Declama en «Abanico de mano»:
cuatro paredes
barrotes de piel
una fosa king size
es mi cama

yo no juego con la muerte

no quise morir
Y se vive, se sobrevive, con heridas y cicatrices, declamará:
una mujer y cicatrices
que se ofrecen a un dios
con los ojos abiertos (destaque mío)

pero también acciona con metáforas, conjuros y relatos unos más fantásticos que otros, unos bellos, otros horribles. Así el poemario recoge y conjuga extremos y centros, los prepara como elixir, los vuelve artificio liberador. Camino y búsqueda. Encuentro con el lenguaje, reproche:
«El nombre no hace la cosa» titula un poema/advertencia/reproche; las cosas preexisten, como el ser espejo. Mas subrayo, es un poemario que corta, que duele. Nos violenta al hacernos testigos del más cruel de los terrores, el que sufren las mujeres como resultado de la violencia de género en manos de sus parejas. Iris Alejandra Maldonado toma el mito bíblico de la mujer de Lot[1] para enmarcar la violencia a su cuerpo de mujer, víctima de la violencia patriarcal:
no mires hacia atrás
ordenó otra voz
y no pude evitar voltearme

allí estaba yo
en el espejo 
en el hielo y su imagen
                                               piedra

La voz poética tornará su mirada hacia sí misma en ese espejo que es la poesía. La reflexión tendrá propiedades caleidoscópicas que transmutarán en versos violentos y firmes, hermosos. Continúa el poema:
me diluía
entre el aceite y el humo
me diluía
en aquel hombre
[…]
en él fui agua
Esa mirada de ojos abiertos se detiene en su genealogía: madre, abuelo, padre. Cada poema escudriña orígenes y desvelos, discursos (de)formativos, microviolencias que comienzan en el núcleo familiar (como esclavizarse por amor al padre) y establecen precedentes a las violencias que les suceden. Leeremos versos como:
comienzo a vivir para la muerte
como antes

y unos muy transgresivos que acusan:
mi madre me parió a los 25 años
lo recuerdo bien
y desde que me parió traquetea en la cocina
despescueza gallos        gallinas conejos hijas

Los reclamos son también íntimos: «Te pedí fuego» se titula el poema cuyo primer verso declama: «y tú implantaste fiebre». El fuego, elemento de la alquimia será también presentado en otro poema: «Es de fuego este país», en el cual el país es fuego, agua, aire, tierra; un puente que: «nunca será mío, es solo fosa». La denuncia individual se colectiviza y nos incluye a todes. Resuena la pregunta: «¿cicatrizarán las heridas/ aun estando varios metros bajo tierra?»
En «El mismo poema», usa la metáfora del espejo para destacar el poder de la experiencia poética:
te nombro espejo
y te eriges frente a mí
observas a tu mujer cortada
                              deseas mis cicatrices

                         detienes el tiempo
                                tu
beso
                                       p
                                            a
                                                r
                    a
       
                                             cada una
ellas dejan de ser papel
serpentean rojo púrpura
se colocan el sombrero de la noche […]

Las mujeres violentadas dejan de ser papel, estadística, noticia del periódico sensacionalista, pero están muertas. La mirada a la experiencia nos da un mismo poema; ¿acaso no todes queremos el mismo poema? ¿Uno en el que no exista dicha violencia? Y es la mirada, que se vuelve nuestra en el poemario, que es el elixir de la alquimia de la voz poética la que finalmente nos transmuta.
me nombró ojos
y fui feliz

leemos y repetimos «fui feliz»…
Este poemario resulta de la cuidadosa labor editorial del equipo de Ediciones Aguadulce, es el primer poemario de la autora. El libro está dividido en 5 secciones: «In medias res», «Un retrato familiar», «Estudio legal de mariposas», «Vita brevis» y «Archivos». A elles y a Iris Alejandra Maldonado le extiendo mi agradecimiento por la valentía y el amor. Me queda repetirles la advertencia a les lectores: «Maneja este poemario con cuidado; no importa qué, saldrás cortade.»

Alexandra Pagán Vélez
Santurce, Puerto Rico




[1] Me refiero en específico a los poemas «Estatua» y «Peregrina de la sal». En estas coordenadas coincide con la poeta Carmen R. Marín y su poemario Cosmogonía y otras sales. La coincidencia temática entre estas poetas (Carmen R. Marín también trabaja el tema de la violencia en Salvahuidas) las vuelven poetas que deben leerse juntas.