El miércoles 4 de septiembre pasado era el día en que el huracán Irma traía su impacto a Puerto Rico (7 pm según FEMA la Agencia Federal de Manejo de Emergencias), pero los pájaros, desde el día anterior, ya lo sabían. No percatamos de los muchos pájaros que estaban en el cableado y nos detenimos, a nuestra llegada a Vega Baja, para escucharlos en su inquieto coro. Los vientos estimados de Irma andaban por las180 mph lo que lo convertía en un verdadero monstruo. Recordando lo que viví durante el huracán Mitch en 1998 (las imágenes de Tegucigalpa agarrada desprevenida eran alarmas profundas en mí) decidí mantener bajo vigilancia la quebrada que pasa atrás de la casa de mis suegros. Las lecciones del Mitch (Categoría 5, por igual) habían demostrado que cualquier riachuelo o quebrada era mortal una vez que la lluvia caía en las montañas.
El huracán llegó y lo hizo con ráfagas dosificadas primero. La lluvia ya era muy fuerte pero en Vega Baja, las hondonadas naturales hacían que se amortiguara. En San Juan era otra cosa: cientos de árboles ya se habían partido en dos pero las edificaciones resistían.
Hay una imagen que me tenía hipnotizado: la danza convulsa de las plantas y los árboles. Quise ver en ello un incontrolable éxtasis religioso del verdadero pueblo que esperaba la llegada de Juracán para adorarlo, para pedirle que los liberara de sus raíces. Ululaba ese blanco viento cargado de espuma y las palmeras giraban, se doblaban, invertían sus copas clamando la liberación. Es lo que yo miraba hasta que la oscuridad y la riesgosa estadía fuera del porch me obligaron a entrar. Momentos antes, vi cómo, impacientes, varios árboles se arrancaban de cuajo desde las raíces y no lograban ser aceptados por los vientos. Dormí con esa imagen y aquí la tengo, así como aún guardo aquella del Río Choluteca agigantado, mar de barro furioso saltando sobre los puentes más antiguos de Honduras.
Dos huracanes categoría 5 en mi haber. No está mal. Al final, en Puerto Rico no sucedió lo de Honduras, pero sí que avisó lo que sucedería de venir otro de frente: una tragedia como la de San Martín y Barbuda. Cierta indolencia que he percibido en la población lo augura. El confort ha horadado con su individualidad las posibles respuestas. Se responde solo ante el consumismo y eso hizo que, ante el anuncio de corte de electricidad, la población saliera en masa a comprar plantas eléctricas, encenderlas y encerrarse en las casas para seguir viendo la serie truncada por la emergencia. Si bien es cierto que ese acceso económico no da para todos, hace que se oculte las crecientes masas empobrecidas por la Junta de Control Fiscal, las mismas que pueblan la oscuridad de Santurce y Barrio Obrero. De ahí no llega el ronroneo tranquilizador de las plantas eléctricas. De ahí, solo llega un sonido de espuma y de olas ciegas.
F.E.
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