Albany Flores Garca. Foto: Fabricio Estrada.
Ahora que leo estos generosos textos -generosos por lo mucho
que me han dado de serenidad y pavor-, veo sentado a Albany en una banca de la
peatonal de Tegucigalpa. Habla con Alberto Lastra, el poeta de los abandonos
luminosos. Todo el optimismo vuelve a mí al ver esa postal donde dos habitantes
de la palabra reconstruyen digna la ciudad que se desmorona -sin metáfora- una
y otra vez a su alrededor. Ahora que los veo, sé de lo que hablaban cada vez
que yo los miraba de lejos, moviendo las manos con lenta seguridad, …breve celeridad la del instante. La del
momento exacto en que el desorientado llega a un sitio parecido al de los
sueños… y no puedo evitar el pavor al pensar en un tiempo que se empeña en
desaparecer el diálogo, la reflexión, la palabra. Me acerco a esa luz de corvas
raíces que va extendiendo su ramaje y, absorto, comprendo a un Albany que va y
entra sutil en cada espacio que encuentra y que hace suyo en franca actitud de
árbol.
Nadie está listo para
la honestidad, expresa un verso de este bello libro que Albany Flores Garca
ha sembrado con memoria y fonemas. Su vocación por la historia le ha inculcado
el desapego por los presentes urgidos al cambio y lo contempla todo con calma,
como un sosegado y circunspecto pino sobre terreno rocoso, así de firme, así de
asentado en la poesía.
Este libro fue un árbol. Los inmóviles muebles donde se
hospedan mis libros también lo son sin saberlo. Me lo recuerdan cada día las
páginas en blanco que he tirado sin pudor, sin sosiego y sin llanto. Mi vida
entera es un árbol; el cigarrillo que quemo con un fósforo incendiado, el techo
y las puertas de mi casa; la ventana que observo desde un cuarto piso, la hoja
que se aferra a la rama del San Juan, el pájaro que anida entre mis manos; y la
mesa donde escribo estos versos de madera. Este poema será un libro que fue
hecho de un árbol, cada palabra dicha es una hoja perdida que cayó para
siempre.
A: E. Dickinson.
Nuestros pájaros nos dejarán de nuevo, volarán para siempre.
Cerca de la tibia casa que habitamos, se dirá que son pájaros nuestros que
volaron del nido. Nuestros pájaros se irán, no volverán jamás, y si vuelven, ya
no serán los tordos que te gustaban tanto, ni los faisanes que amaste; serán
pájaros negros perdidos en tus ojos. Entonces cambiaremos el verde por el
blanco, el amarillo por el blanco, el negro por el blanco, con pájaros blancos
como tu blanca elección. Lo dejaremos todo por el blanco, incluso los pájaros
tordos que siempre esperarás. Y así nos quedaremos solos, sin la blanca
elección de nuestros ojos, y sin los pájaros tordos; que ya no volverán más a
tu casa.
II
Todos mis poemas le nacieron al papel. A la noche que llueve
en la quietud de la tarde, a la lluvia de casa que hace correr los días, y a
los días de lluvia. Todas las palabras fueron mías una vez, fueron también del
silencio; de la limpia mañana que olvidé en una puerta que hace tiempo no toco.
Mis poemas me cuidan porque yo vivo en ellos, me pellizcan cuando hablo y digo
demasiado; me protegen del tiempo que hace cuando es marzo, cuando es abril y
mayo y hay poca primavera. Mis poemas me saben.
XI
De aquella chica triste… ya no recuerdo nada. Nicanor Parra
La vi una vez, nada más. Fue casi sin pensarlo, pero sucedió. A ambos nos
gustaba Charly Parker, hacíamos promesas, y hablábamos del mar. Después, ella y
yo fuimos amantes. Retengo su recuerdo solamente en la memoria; ella se fue
hace mucho, yo, regresé a mi hogar. Jamás volví a buscarla, aunque la extraño,
y si la amé, no lo recuerdo todavía.
XVII
En la costa más lejana descubrimos un sueño, noche tras
noche, día tras día. Lo sabíamos bien, pero no lo decíamos porque también
sabíamos que nadie está listo para la honestidad, y que es más fácil perderse
que encontrarse. Pero vivíamos solos en el calor de una isla que ya en otro
tiempo nos pareció un simple sueño. Otras tempestades nos trajeron las barcas
de aquel último invierno; la última noche que esperamos juntos en la orilla de
un mar que nos colmó de distancia y nos llevó hasta otro sitio. Pero había que
volver. Quizá no para conversar sobre el precipitado vuelo de los Albatros,
pero sí para soñar durante días enteros, durante noches enteras; como si
fuésemos capaces de subir a la balsa donde creímos vivir por un tiempo, donde
creímos estar; donde nos aferramos al sol de nuestros días, por la palpable
certeza de no vivir, como ahora, para toda la vida.
XVIII
Al rumor de la lluvia las mariposas se marchan, los
pescadores se cubren de los soles del día. Los provincianos se alejan en los
días de marzo, los alacranes se aferran al calor de los techos en las casas de
zinc, y las cigarras se acercan a las ciudades de las tierras sombrías. El
mediodía es fuerte. El verano inesperado portador de nuevas nos sorprende en
silencio; nada se mueve sin que venga la tarde.
Dentro y fuera de los calores del istmo, las islas aledañas
mueven todo lo circundante, todo ritmo y esencia de las aproximaciones del
hombre al interior del verano. Todo se mueve sin sustancia, sin la mágica
oleada del mar cuando se asusta. Fuera el viento despeja los amarillos caminos,
el istmo se extiende sobre la frágil cintura de los continentes, sobre los
mares de mis amaneceres en los puertos.
Lejos de este mar no está la casa; la casa es vieja y fría y
no despierta sombras más que en sus saudades. Veo la aproximación de las
proximidades del istmo aparecer de golpe, y la amarga desesperanza de este mar
de mi vida. El istmo se rompe en la soledad de su espíritu, hace ruido de
silencios que nos hablan de siglos, de mares imborrables, de tiempos sin edades
alrededor del mundo, y mágicas criaturas que hacen señal al centinela. El istmo
nos cuenta la habitación ciega del hombre, sesenta millones de años congelados
en la nada. El istmo son los siglos que emergen de latitudes, de las
profundidades, de incontables peligros y marítimas batallas.
A: C. McCullers.
¿Quién te ha visto alguna vez vistiendo el día con una
serpiente que parece una flor? Cerca de cada acto imposible, el mar se abraza a
La Tierra en señal de desesperación. La misteriosa causa del amor se hace
sombra; como en los años de baile y de fiesta, al son de las viejas canciones
de Hank Williams; como en las estaciones de frío en los años de nostalgia, al
lado siempre de aquellos poemas susurrados de Flannery O´Connor que hablaban
del sur. Tu corazón era ese cazador solitario que habitaba la noche bajo un par
de ojos verdes y tistes, un cutis perfecto demasiado blanco, un flequillo
disperso ondeando a veces la frente, un corto cigarrillo soportado en la mano
—tirada sobre la cabeza—, una camisa clara plegada a una fotografía, unos inquietos
párpados azulados de frío, 24 y una mirada inerte pidiendo a gritos un árbol.
Yo dejaré cada palabra junto a ti, y enterraré tu corazón junto a la noche.
Llamadas telefónicas a Roberto Bolaño. (Omaggio)
Sobre el auricular, las banderas se encogen sobre mástiles.
Tu vestido y tus actos me recuerdan a ellas; aquellas banderas que sabías y
eran todo tu traje. El teléfono resuena en tus oídos casi todos los días en las
vecindades, en las tristes callecillas azules de tus viejos países, de tus
nuevos países. Y hay algo en tu voz que no suena, que no dice nada de estas
mañanas terribles. Entonces te recordaba como en los años mejores de la
adolescencia; con los grandes espejos en la mitad del rostro, y el cabello
revuelto de revolución. Te recordaba mal vestido, y enfermo, pero vivo. Andabas
sucio de tiempo entre las multitudes, solo y aislado de la patria y de casa. Te
veo lejos ahora, inventando para todos, otra patria, y una propia bandera.
XVII
En la costa más lejana descubrimos un sueño, noche tras noche,
día tras día. Lo sabíamos bien, pero no lo decíamos porque también sabíamos que
nadie está listo para la honestidad, y que es más fácil perderse que
encontrarse. Pero vivíamos solos en el calor de una isla que ya en otro tiempo
nos pareció un simple sueño. Otras tempestades nos trajeron las barcas de aquel
último invierno; la última noche que esperamos juntos en la orilla de un mar
que nos colmó de distancia y nos llevó hasta otro sitio. Pero había que volver.
Quizá no para conversar sobre el precipitado vuelo de los Albatros, pero sí
para soñar durante días enteros, durante noches enteras; como si fuésemos
capaces de subir a la balsa donde creímos vivir por un tiempo, donde creímos
estar; donde nos aferramos al sol de nuestros días, por la palpable certeza de
no vivir, como ahora, para toda la vida.
XXI
Alguien te llamaba desde los vitrales. No escuché su voz.
Los aledaños caminos te rodeaban desde los andenes, en los meses en que el frío
despierta y hace ronda en las casas. La puerta no te reconocía y se cerraba.
Todos te recordábamos como cuando llegaste a la casa que te esperaba
entreabierta, decorada de pájaros; como cuando grabaste tu nombre con un trozo
de crayón en las paredes familiares, y escribiste en la página de una libreta
de apuntes, aquel poema de Retamar que olvidaste; que revivió en nuestras
flores cuando llovió en nuestro patio. Y habías cambiado, era cierto. Pero en
las tardes de octubre en que llueve, nuestras hojas, nuestro patio y nuestras
flores, te lloverán un día en los ojos; y en el recuerdo amable de la casa
tibia donde nos queríamos.
XXII
La casa se rompe en pedazos. La certeza de no volver a estar
desesperado en el viejo balcón del tercer piso, esperando llegar hasta la
puerta cerrada, de aquella casa lejana que se ha quedado más fría. Una mano que
no estará más sobre el solo llamador de esa puerta, esperando impaciente que mi
mano la auxilie y la salve, del tiempo interminable en los días difíciles. La
casa sombría se va quedando cada vez más sola; como si no existiera en el mundo
más presencia de lo que no está, más soledad de lo que se ha vuelto presencia. En la casa deshabitada las habitaciones insisten en que no hay nada más qué
decir, excepto un mar de distancias que se mece en silencio, bajo el rostro
ojeroso y descascarado de una casa que llora en silencio, a oscuras.
Albany Flores Garca, Honduras, 1989. Ha sido actor en la compañía teatral “La Mandrágora” y proyectos teatrales independientes. Ha escrito y colaborado para revistas y periódicos de su país, es editor en máladive editores, y ha publicado el libro Geografía de la Ausencia.
Ha cursado estudios de Historia de la UNAH. Es narrador, ensayista y poeta.
El reciente 10 de octubre de 2014 presento su más reciente hijo literario, al que tituló; "La Muerte Prodigiosa".
Actualmente dirige como editor, la revista cultural El zángano tuerto.
2 comentarios:
Magnìfico y bello. Muy deliciosa atmósfera genera cada línea...
Magníficas y bellas líneas que me volvieron sustuosamente nostálgico. Es impresionante el candor del silencio producido con la atmósfera bien tratada...
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