Winslow Homer
No fue necesario, pero hablaste del mar y de la intensa ola
que se estrellaba en tu boca, Rodríguez, una ola simple pero intensa, especie
de nube, un bloque blando que se desliza en el cielo para encajar con otras
blanduras, igual de vagas como el mar que tenías ante tus ojos, igual el mar
con miles de voces y ruido blanco.
Hace tantos años el mar y la nieve y el folk sin ninguna
promesa, como en los años simples en los que una rocola hacía dúo con el hastío
y vos te aprendías las notas con dedos entumecidos por la helada que llegaba
desde los Grande Lagos.
¿Escuchabas el silbido del viento entre las tablas y las
tablas –viejas bocas desdentadas- te enseñaban a llorar en la armónica? “No me
dejéis solo, suaves coristas de las profundidades”, te repetías hasta que la
melodía llegaba exacta y se dejaba oír en los suburbios de las grandes fábricas
abandonadas.
Nunca tan solo, Rodríguez, nunca estuviste tan solo como en
esos días en que te amarrabas a un escenario fantasma, sellados tus oídos al
repetido coro de las adulaciones.
F.E.
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