“A nadie le interesaba hasta que me puse la máscara”
(Bane en Batman – Dark Knigth Rises)
La
historieta no tiene fin. La historia sí.
La
historieta se agranda hasta romper su espacio, tensiona a los personajes y los
hace entrar en acción dentro de una épica anónima que transita, día a día,
entre nosotros. Aquí no hay heroísmo en defensa de la sociedad, no están los
bomberos que sirvieron de portada a la Time Magazine, ni los soldados de
Policarpo Paz desfilando en el estadio nacional en aquella lejana derrota de
1969. En la historieta que somos, Darvin Rodríguez habla con los únicos códigos
con que la hondureñidad es capaz de establecer diálogo: el fragmento o, lo que
sería igual, desde los restos de otras torres, de otras guerras que se vinieron
abajo en silencio, bajo el sol abrasivo, bajo la carga doméstica, bajo el papel
del artista.
Lichtenstein,
el maistro albañil llegado de los cerros que circundan los Altos del Mogote, de
la Divino Paraíso, de la Villafranca, Juan Alberto Lichtenstein, entonces, hace la mezcla de todas las rabias y levanta
la semiótica que todo muro pone entre nosotros desde que Roberto Sosa y Pink
Floyd lo cantaran. No se trata de elegir qué casa o edificio construirán los
equilibristas de los andamios, se trata de moverse rápido, sin vértigos de
ninguna clase y sin la clase visionada por la dialéctica. Se trata de repellar
sobre la formica del mundo segmentado y llevar la apretada hebilla de la faja
hasta el último agujero del hambre.
Cuando
Darvin Rodríguez me habló del espejismo, pensé inmediatamente en el folclor
impuesto como identidad. “Lo bucólico es lo urbano” –me dijo, y así habrá que
transarlo, trazarlo o tacharlo –le respondí- recordar con otra memoria, revelar
que desde los campos bananeros un Prometeo Alvarado cualquiera, robó la luz en
racimos para iluminar con dolor esta república bananera enclavada en los
confines del olvido.
Aquí no
hay más heroísmo que el de la supervivencia y sin embargo, nadie se fatiga,
nadie se humilla. Los personajes, luego de la primera impresión, se revelan
colosos en el acto de poner en pie la realidad, con toda la fibra de sus
cuerpos en tensión extrema, como las vigas de acero de una construcción
sometida a la intemperie. La construcción es la mole del capital y el capital
retuerce el cuerpo físico, pone a prueba la “resistencia de los materiales”
bajo todo tipo de clima, sin retóricas ni mediatización alguna: está la gran
moneda del sol, supurante y habrá que
resistirlo; están las piedras que mellan los machetes y habrá que resistirlas. ¿Hay
otra forma de entenderlo? ¿Necesitamos de un grupo focal para consumir el nuevo
realismo o quizá un guión que se debe ilustrar para conjuntar los cuadros de la
mirada que lo edita todo, que lo reduce todo, que lo aísla todo?
Todo
héroe está solo y se sacrifica por la soledad definitiva. Toda heroína vence la
humillación, se echa a cuestas el mundo, anima el ánime de la
transculturización impuesta, se pone el antifaz del anonimato –marcada sombra
de los ojos- y sale a vencer en lo que nunca será victoria, ni portada, ni
secuela. Vencerá –como pudo decirlo Unamuno- pero nadie lo publicará.
Fabricio Estrada
Marzo, 2014
1 comentario:
¡Qué buen trabajo!
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