Totalmente empapado de sudor y con la mula partida por mitad,
Jesús Aguilar Paz decidió descansar en la punta de uno de los cerros de la
Cordillera de Dipilto. Había completado su largo recorrido por el territorio
hondureño y le ganaba la ansiedad de comunicar vía telégrafo los resultados de
una empresa cartográfica que le llevó18 años de su vida.
Bajó al pueblo más cercano y dictó al telegrafista: ¡Al fin
un mapa de Honduras! ¡Habemus mapa!, ¡Honduras tiene 112,088 km2!. El
telegrafista lo miró desconcertado, agarró valor y le preguntó ¿Eso cuánto es
en leguas? A Don Jesús se le quebró la alegría y espetó al telegrafista ¡Usted
sólo transmita lo que le digo!
En Juticalpa recibieron el mensaje, convocaron a la plaza
central y anunciaron: un tal Jesús Aguilar atravesó en mula Honduras y dice que
por fin sabremos cómo se ve Honduras desde el cielo, cuánta distancia hay entre
una y otra ciudad y dónde están ubicados los pueblos. ¿Y cuánto es que mide
esto? –preguntó un parroquiano, y el alcalde dijo: “Ah pues son como tres
millones de varas, más o menos”. Se guardó un silencio de tabernáculo y de esa
forma se dispersó la noticia, de casa en casa, de viajero en viajero y de
entendimiento a entendimiento.
En susurros (porque no se quería caer en la evidencia de
ignorancia) se sacaron cálculos de lo que por primera vez le daba espacio
físico a Honduras. En Corquín, las fuerzas vivas hicieron recorrer un bando que
aseguraba: “Nuestro país mide, según lo estipulado por el sistema de medidas de
nuestros reales archivos, alrededor de 890 mil caballerías, por lo tanto por esa
medida nos regiremos”.
En Trujillo, la gente se enteró que el primer telegrafista
había preguntado por leguas y consideraron que tenía lógica, porque para ellos,
sólo la antigua legua náutica española podía entenderse, así que se aventuraron
en la conversión de 20 mil leguas náuticas. Y nadie los sacó de ahí.
Don Jesús se enteró de lo que estaba pasando cuando, minutos
antes de dar la conferencia de prensa, un grupo bastante fuerte de Cholutecas
entró en tropel a la sala del Salón de Espejos de la Presidencial, gritando que
nadie iba pasar encima de ellos en cuanto a medir su querido terruño, y mucho
menos un citadino armado con estrafalarios aparatitos de bronce; que estaban
dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias hasta que no se rectificara
que la única medida para medir a Honduras era el codo bíblico con que Salomón
construyó el templo de Jerusalem.
Las cosas se fueron calentando y alcanzó su paroxismo cuando
un viejo francés, que según decían alcanzaba la asombrosa edad de 114 años, expresó:
“Mon cheri pueblo de Honduras, no hay motivos para alterarse… mi padre vivió la
Revolución Francesa y ahí se estableció el sistema métrico decimal… se eliminó
el pie de rey, las peonias, el estadio, las fanegas, el estadal, el jeme… pero
¿cuál es la confusión?
“¡Y este franchute qué se cree!!” gritaron por todos lados,
“¡Anda medile el sepulcro a Napoleón!” espetaron los del ala reaccionaria, “¡Este
va pisteado con Don Jesús!”, espetaron los del ala subliminal, y a partir de
ese momento, todos los espejos fueron rotos, las cortinas rasgadas, los adornos
frutales pisoteados. Un enorme mapa de Honduras que Don Jesús había impreso
fiado, fue despedazado, dándose la extraña coincidencia que sus partes intactas
y aún reconocibles mostraban, con letra primorosamente escritas, una tal aldea
Palmerola, la bahía de Trujillo, el Valle de El Zamorano, Islas de la Bahía, La
Mosquitia, el Valle del Aguán, La Isla del Cisne y el Golfo de Fonseca.
Don Jesús recogió los pedazos y lloró sin consuelo. Al verlo
en ese estado, el embajador gringo se le acercó, y dándole palmaditas en los
hombros trataba de calmarlo diciéndole, suavemente: “Take it easy, Mister Chuy,
take it easy, esta gente no entender, take it easy, yo estoy con usted..”
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