Un pequeño Clio acomoda un parlante de lo más chicharachero de la tarde. Va inundado de peluches y un rótulo en la puerta menciona a un circo x. Viene que viene el ruidito rocambolesco, el amigas y amigos vengan a disfrutar del más sensacional espectáculo...
Por alguna razón, nadie imagina que dos elefantes se bamboleen dentro de un camión en plenas calles de Tegucigalpa. Por un tipo de encanto aparecen dos elefantes, negando negando negando. Nononono, dicen con sus cabezotas, noonono escriben con sus trompas. Todos saltamos hacia el ventanal y nos quedamos pegados ahí, haciéndole barra a lo inesperado de dos fantasmas descomunales que se niegan a aceptar que están sumergidos hasta la coronilla en esta lejana ciudad de termitas.
Anibal de Cartago cruzó con 200 de ellos por la Italia Transalpina. Domingo se escapó encima de uno a través de Hyde Park. Pero hoy, el borrachín del barrio Morazán pasó de verlos rosados a verlos oscuros y enigmáticos, silentes, negándose a todo como un Baterbly africano.
La gente les tiraba cacahuates, los niños no podían creerlo.
Ante un elefante todos volvemos a ser niños, porque ¿qué niño no lleva elefantes en sus sueños?
F.E.
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