Escrito por Ulises Canales
03 de febrero de 2011, 11:24Por Ulises Canales
El Cairo, 3 feb (PL) Mientras en las calles vaticinan o niegan, sin
excluir enfrentamientos violentos, la defunción política de Hosni
Mubarak, el Ejército de Egipto es para muchos el elemento capaz de
decidir la duración de la crisis y su desenlace.
Poderosa, con 468 mil 500 soldados en activo y 479 mil reservistas,
según cifras oficiales, la institución castrense es también muy
profesional y, justamente, esa virtud ha impedido que las protestas
antigubernamentales hayan tenido un balance mayor de víctimas.
Desde que el presidente egipcio, como comandante general de las
Fuerzas Armadas, ordenó su salida a las calles para reemplazar a la
policía, que se vio anulada por las manifestaciones, los militares
mantienen una íntima relación con el pueblo.
A nivel nacional, esa confraternización con la ciudadanía incluyó
besos, abrazos, poses para fotos, permiso para que civiles abordaran
tanques y otros blindados, y hasta flores colocadas en las ánimas de
los cañones en señal de paz.
Para los opositores a Mubarak, el Ejército era una garantía de que
cesaba la represión -que haciendo honor a su razón de ser habían
emprendido las fuerzas antimotines al inicio- y una carta que, en
principio, podría ganarse para el lado que reclama la renuncia del
jefe de Estado.
En cambio, para el Gobierno y, particularmente, para el presidente era
una "fuerza persuasiva" para sostener el delicado status quo en medio
de reivindicaciones callejeras pacíficas, aún cuando los uniformados
no pudieron hacer cumplir el toque de queda un solo día.
Lo cierto es que la aparente neutralidad del Ejército con
exhortaciones a la calma y el orden, haciendo incluso de policías de
tránsito y vigilantes nocturnos en plena crisis, resultó inquietante
allende fronteras, básicamente en Israel y Estados Unidos.
Aunque su proyección popular nunca hizo dudar sobre su condición de
pilar de Mubarak, las Fuerzas Armadas dejaron claro que "no emplearán
la fuerza" contra los manifestantes pacíficos y valoraron como
legítimas sus demandas en las calles.
Tomando en cuenta las misiones históricas del Ejército en guerras
contra Israel y que todos los presidentes desde la década de 1950
(Gamal Abdel Nasser, Anwar El-Sadat y Mubarak) salieron de sus filas,
es fácil entender la atención especial que le otorga el Gobierno.
Los mismos datos oficiales refieren que la Fuerza Aérea dispone de 461
aviones de combate y la terrestre tiene tres mil 723 tanques y más de
dos mil 150 misiles, mientras la Marina cuenta con cuatro submarinos y
10 buques de guerra.
Tal arsenal es resultado de la abultada asistencia militar que
Washington otorga a El Cairo, del orden de los mil 300 millones de
dólares anuales, la mayor contribución que hacen los estadounidenses a
un país árabe y la segunda mayor, después de la que recibe Israel.
Fue precisamente tras el alto el fuego en la Guerra del Yom Kippur en
1973, las negociaciones posteriores y un giro en los vínculos con Tel
Aviv, que la Casa Blanca recurrió a estimular financieramente a la
institución castrense egipcia.
Los grandes desembolsos fluyeron rápido tras los acuerdos de Camp
David, el 17 de septiembre de 1978, que permitieron a Egipto recuperar
el dsierto de Sinaí de manos israelíes y, seis meses más tarde, lo
convirtieron en la primera nación árabe en firmar la paz con el estado
sionista.
Desde entonces, Washington ve a El Cairo como un aliado clave en el
mundo árabe y, por ello, también le aporta cada año 250 millones de
ayuda económica, lo cual explica el tono ambivalente de la
administración del presidente Barack Obama sobre la actual crisis.
Si bien reprendió públicamente la represión a manifestaciones
pacíficas, las restricciones a la libertad de expresión, asociación y
comunicación (por el corte de los servicios de Internet y telefonía
móvil), Obama fue comedido y más que regaños, dio luces a Mubarak.
Analistas consultados por Prensa Latina opinaron que, luego de quedar
al descubierto el doble rasero de Estados Unidos y la Unión Europea
con "aliados árabes en el Maghreb" en el caso de Túnez, era inevitable
apresurarse a hablar de libertades y derechos en Egipto.
Sin embargo, ni las protestas contra Mubarak ni la transición
anunciada por éste, ni su promesa de no aspirar a un nuevo mandato
tras 30 años en el poder -todo lo cual aconsejó y aplaudió
Washington-, pueden ocurrir a riesgo de alterar la relación con
Israel.
Mantener inmaculado ese precepto es la seña que debe captar quien
pretenda contener las aguas que hoy reverberan a orillas del río Nilo,
incluido el Ejército, en tanto institución que se siente cerca del
pueblo y es querido por éste, aunque no con un apoyo homogéneo.
Para el egipcio común, al margen de los cabildeos palaciegos, lo
importante es que los militares respeten su función institucional y
garanticen la soberanía nacional, porque -a fin de cuentas- no se
espera mucho más de ellos.
mgt/ucl
03 de febrero de 2011, 11:24Por Ulises Canales
El Cairo, 3 feb (PL) Mientras en las calles vaticinan o niegan, sin
excluir enfrentamientos violentos, la defunción política de Hosni
Mubarak, el Ejército de Egipto es para muchos el elemento capaz de
decidir la duración de la crisis y su desenlace.
Poderosa, con 468 mil 500 soldados en activo y 479 mil reservistas,
según cifras oficiales, la institución castrense es también muy
profesional y, justamente, esa virtud ha impedido que las protestas
antigubernamentales hayan tenido un balance mayor de víctimas.
Desde que el presidente egipcio, como comandante general de las
Fuerzas Armadas, ordenó su salida a las calles para reemplazar a la
policía, que se vio anulada por las manifestaciones, los militares
mantienen una íntima relación con el pueblo.
A nivel nacional, esa confraternización con la ciudadanía incluyó
besos, abrazos, poses para fotos, permiso para que civiles abordaran
tanques y otros blindados, y hasta flores colocadas en las ánimas de
los cañones en señal de paz.
Para los opositores a Mubarak, el Ejército era una garantía de que
cesaba la represión -que haciendo honor a su razón de ser habían
emprendido las fuerzas antimotines al inicio- y una carta que, en
principio, podría ganarse para el lado que reclama la renuncia del
jefe de Estado.
En cambio, para el Gobierno y, particularmente, para el presidente era
una "fuerza persuasiva" para sostener el delicado status quo en medio
de reivindicaciones callejeras pacíficas, aún cuando los uniformados
no pudieron hacer cumplir el toque de queda un solo día.
Lo cierto es que la aparente neutralidad del Ejército con
exhortaciones a la calma y el orden, haciendo incluso de policías de
tránsito y vigilantes nocturnos en plena crisis, resultó inquietante
allende fronteras, básicamente en Israel y Estados Unidos.
Aunque su proyección popular nunca hizo dudar sobre su condición de
pilar de Mubarak, las Fuerzas Armadas dejaron claro que "no emplearán
la fuerza" contra los manifestantes pacíficos y valoraron como
legítimas sus demandas en las calles.
Tomando en cuenta las misiones históricas del Ejército en guerras
contra Israel y que todos los presidentes desde la década de 1950
(Gamal Abdel Nasser, Anwar El-Sadat y Mubarak) salieron de sus filas,
es fácil entender la atención especial que le otorga el Gobierno.
Los mismos datos oficiales refieren que la Fuerza Aérea dispone de 461
aviones de combate y la terrestre tiene tres mil 723 tanques y más de
dos mil 150 misiles, mientras la Marina cuenta con cuatro submarinos y
10 buques de guerra.
Tal arsenal es resultado de la abultada asistencia militar que
Washington otorga a El Cairo, del orden de los mil 300 millones de
dólares anuales, la mayor contribución que hacen los estadounidenses a
un país árabe y la segunda mayor, después de la que recibe Israel.
Fue precisamente tras el alto el fuego en la Guerra del Yom Kippur en
1973, las negociaciones posteriores y un giro en los vínculos con Tel
Aviv, que la Casa Blanca recurrió a estimular financieramente a la
institución castrense egipcia.
Los grandes desembolsos fluyeron rápido tras los acuerdos de Camp
David, el 17 de septiembre de 1978, que permitieron a Egipto recuperar
el dsierto de Sinaí de manos israelíes y, seis meses más tarde, lo
convirtieron en la primera nación árabe en firmar la paz con el estado
sionista.
Desde entonces, Washington ve a El Cairo como un aliado clave en el
mundo árabe y, por ello, también le aporta cada año 250 millones de
ayuda económica, lo cual explica el tono ambivalente de la
administración del presidente Barack Obama sobre la actual crisis.
Si bien reprendió públicamente la represión a manifestaciones
pacíficas, las restricciones a la libertad de expresión, asociación y
comunicación (por el corte de los servicios de Internet y telefonía
móvil), Obama fue comedido y más que regaños, dio luces a Mubarak.
Analistas consultados por Prensa Latina opinaron que, luego de quedar
al descubierto el doble rasero de Estados Unidos y la Unión Europea
con "aliados árabes en el Maghreb" en el caso de Túnez, era inevitable
apresurarse a hablar de libertades y derechos en Egipto.
Sin embargo, ni las protestas contra Mubarak ni la transición
anunciada por éste, ni su promesa de no aspirar a un nuevo mandato
tras 30 años en el poder -todo lo cual aconsejó y aplaudió
Washington-, pueden ocurrir a riesgo de alterar la relación con
Israel.
Mantener inmaculado ese precepto es la seña que debe captar quien
pretenda contener las aguas que hoy reverberan a orillas del río Nilo,
incluido el Ejército, en tanto institución que se siente cerca del
pueblo y es querido por éste, aunque no con un apoyo homogéneo.
Para el egipcio común, al margen de los cabildeos palaciegos, lo
importante es que los militares respeten su función institucional y
garanticen la soberanía nacional, porque -a fin de cuentas- no se
espera mucho más de ellos.
mgt/ucl
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