La loca de
Tegus-Chaillot
En el teatro de los siglos se viene representando siempre la
gran comedia de los ricos. La tragicomedia es para los pobres, pero es de los
pobres el privilegio de ver la decadencia teatral de los ricos. Porque todo es
un montaje cuando se ha decidido defender los últimos esplendores de un
patrimonio ya inexistente que de manera inexorable será barrido por la acción
de los que ya no se contentan con ser simples ricos regidos por las
convenciones, por el lenguaje, por las formas.
Teatro Memorias ha montado en Tegucigalpa La loca de
Chaillot, del dramaturgo francés Jean Giraudoux y lo ha hecho bajo la magistral
dirección de Tito Ochoa, quien junto a su elenco de actores y actrices han
logrado traer a nuestro contexto el texto de lo que en Francia pudo haberse
percibido –en su estreno- como la delirante puesta en escena de los últimos
resabios aristócratas sobrevivientes a la revolución pero que, en Honduras, se
revela como la descripción en tiempo real de una élite criolla que lo perdió
todo mientras tomaba el vermút hablando de la tradición, del buen gusto y el
señorío colonial.
Ahí están fielmente representadas esas figuras fantasmales y
apolilladamente vestidas que siguen conviviendo –y atestiguándose- en
Tegucigalpa junto a sus viejos criados ya devenidos en indigentes, desfigurados
de antigua servidumbre que ahora, por socarrón afecto o diversión, siguen
haciéndole la corte a la loca de turno, la antigua patrona que insiste en
mantener el decoro en medio de las chanzas y del estruendoso hundimiento de las
buenas costumbres y de los patrimonios.
Una transnacional ha llegado a Tegucigalpa y ha descubierto
que hay petróleo bajo todos sus cimientos. Nada quedará en pie si el contrato
de compra de terrenos a las familias ricas se lleva a cabo. El pueblo indigente
lo sabe y ya sin perder nada, se ríe abiertamente de lo que les sucederá a
quienes hoy por hoy se consideran imbatibles en sus derruidos castillos, tanto
materiales como espirituales. ¿Por qué tendrían que unirse a esas familias
marcadas por la extinción en la defensa de una fachada patrimonial en ruinas?
¿No será más delirante observar el día a día de ese laberinto transparente y
nostálgico en que se pierden los señoríos? Todos en el guetto se han dado
cuenta de que un acto teatral de funestas consecuencias se está desarrollando
en el entorno de “la única propietaria” que resta en Tegucigalpa y todos
quieren estar presentes en el último acto, mismo que será la bienvenida para
una más que se ha hundido en la miseria y que deberá probar los platos fríos de
la esclavitud.
Pero un giro inesperado en la conciencia de Aurelia, la condesa
excéntrica que es el centro dialéctico de la obra, lleva la defensa de su modo
de vida a ser defensa de todos los miserables de Chaillot-Tegus: la amenaza que
representa la explotación petrolera para el eco-sistema.
Aquí es donde siento que está el nudo de contradicciones de
la obra que sutilmente supo presentar como tesis de dramaturgia Giraudoux, ya
que Aurelia interpreta la amenaza de manera banal y romántica. Lo único que
activa su sentido de defensa aristocrático es un valor de protección a ultranza
de la “naturaleza” y no la defensa y reivindicación de los miserables que han
sido degradados inhumanamente por el sistema. Su llamado a unirse para defender
su hábitat mental y material, sigue siendo, a pesar de la aparente lucidez, un
discurso enajenado de élite en el que sus amigos de la calle encuentran asidero
como recurso de lucha novedoso. Una mezcla de intereses que va a llevar la
tensión actoral a memorables momentos donde los personajes, haciendo uso del
lenguaje procaz de la calle, van retratando fielmente las características de la
psiquis colectiva hondureña y su búsqueda de soluciones.
Toda la línea actoral en el elenco del Teatro Memorias
merece un aplauso de pie. Tito Ochoa ha hecho de nuevo que como público nos
sintamos privilegiados en nuestra condición de público. Hace falta saber ahora, una
vez que salimos al montaje real de nuestra sociedad, de qué lado de la
indigencia estamos: si del lado de los que ya no tenemos nada que perder o de
los que vivimos creyendo que perderemos lo que ya no tenemos. Esa puede ser la
locura o esa tremenda lucidez del Trapero que lanza, carcajeándose, la auténtica
consigna de nuestro tiempo: “Somos los últimos hombres libres, la época de la
esclavitud llega y no tardará mucho.”
Fabricio Estrada
Febrero del 2015