lunes, 10 de febrero de 2014

Julio Escoto, Una parábola sobre el poder político y los poderes fácticos - Helen Umaña



Magos Mayas Monjes Copán parte de algunos datos históricos y arqueológicos concernientes a la civilización maya que floreció en Copán. Pero el tinglado novelístico posee una naturaleza ficcional en la que Julio Escoto se mueve con la natural soltura de quien, por muchos años, ha bregado en ese campo. Y, como es lo usual en su mecánica de trabajo, no escribe solo para satisfacer propósitos estéticos. Aunque sin descuidarlos, su inquietud se afinca más en el terreno de la ética en donde, además de barajar conceptos observados en obras anteriores, plantea y despeja incógnitas alrededor de un tema central: la concentración del poder político y su interrelación con otros sectores de poder. A la «Palabra» —concebida casi como entidad autónoma, de ahí el uso de la mayúscula inicial— le asigna un poder de primer rango.[1] Quien la maneja, lo tiene: ella instaura nuevas realidades, oculta otras, tuerce destinos.
La fábula es sencilla. Al gobernante de Copán Yax Pasah (Madrugada), por disposición de los grandes sacerdotes, quienes afirman haber interpretado signos funestos que predicen su muerte, se le confina a una de sus habitaciones. Al descubrir la falacia de algunos juegos ópticos, atraviesa una ventana y deambula por el palacio. De sus pláticas con Ignoto Amanecer, una de las vírgenes del templo, deduce la existencia de una gran conspiración fraguada por poderosos comerciantes del valle. El objetivo es imponer, como nuevo soberano, a un hijo de cualquiera de las mujeres de Yax Pasah quienes, por celos con relación al legítimo heredero  U Cit Tok’, hijo de la esposa oficial, también participan en el complot. Con el ropaje de un sirviente muerto, Yax Pasah recorre las calles de la ciudad. Gracias a sus pláticas con el guardasellos del horóscopo, un anciano ciego, conoce que, más que a su muerte, los vaticinios apuntan hacia el fin de la dinastía. Intenta entrevistarse con las tropas de Tikal, convocadas, en su nombre, por sus enemigos. Antes de lograrlo, lo capturan y lo encierran en una terrible prisión: la Casa de los Murciélagos. Cuando está a punto de morir, alertados por Ignoto Amanecer, lo rescatan los fieles Caballeros Águila y los Caballeros Jaguar.
A ese esquema, el autor le agrega suficiente carnadura hasta lograr la verosimilitud literaria. Con recursos y conceptos observados en El general Morazán marcha a batallar desde la muerte, Yax Pasah, quien cree en el cumplimiento de los vaticinios, piensa que está a pocas horas de su muerte. Hay, pues, una situación psicológica propicia para las meditaciones trascendentales. Salen a relucir tópicos sobre la condición humana; sobre la muerte y su relación con la vida; la ascensión a planos distintos después del deceso; en una especie de sintonía universal, se ventila la unidad ser humano-naturaleza; se especula sobre las peculiaridades anímicas de la mujer, destacando especialmente su perspicacia y poderío intuitivo; el fracaso de las situaciones donde se pretende imponer normas de conducta contrarias al instinto sexual; la complementariedad amorosa en la relación de pareja siempre que se atenúe o elimine el egoísmo personal; la necesidad de romper con tradiciones obsoletas para instaurar sociedades menos guerreristas y amantes de la paz, etc.
Dentro de ese amplio espectro conceptual, punto central son las meditaciones de Yax Pasah cuando busca las causas que explican su caída política. La clave —aunque se enmascare en la supuesta voluntad de los dioses— es sumamente terrenal: la gran expansión de Copán y los encontrados intereses económicos de los grupos dominantes, especialmente las antiguas familias fundadoras y los poderosos comerciantes. Relevante es la participación de todo el estamento religioso encabezado por Espita Azul, el sumo sacerdote, «sus cercanos doctrineros, arúspices y magos, incluso el Escribano de horóscopos».[2] Igual, la directora de la casa de las vírgenes. Sin excepción, sus altos cargos no les impiden acudir a la mentira y a la falsificación:

Al finalizar el primer katún de mi reino las antiguas familias me visitaron para reclamar supuestos derechos sobre la mitad del valle, en particular las fértiles riberas del río […]
  Más tarde fueron los comerciantes, a los que costaba simular su incomodidad con la dinastía, quienes amenazaron trasladarse a Quiriguá, […] si persistía la prohibición de talar el bosque o mi ridícula, decían, pretensión de impedirles depositar  sobre pozos y afluentes sus desperdicios de cerámica, sus conchas usadas y las cepas venenosas del tabaco que cultivaban y mercaban.
  Rehusé también, a cambio de otros favores, y fue así como comencé a repartir el poder, a corromper el poder, a perder mi poder (25).


Sí, efectivamente había revuelo y descontento en Copán, explicó, pero no del pueblo que me vitoreaba […], sino de los que precisamente estaban cerca de mí, los consejeros, ministros, astrólogos y favoritos de la corte.
   Había cometido contra ellos un imperdonable error: dejar que sus afanes ambiciosos volaran sobre mí. Los había humillado al limitar sus beneficios y asumir mi cargo como figura principal, pero no había tenido la pericia, como mi abuelo Humo Mono, para cortarle las alas a la gavilla de alucinados que tenía como sueño de vida compartir el poder. Creyendo que practicaba una astuta estratagema de engaño los había engrandecido con promesas que, reconozco, muy tarde les cumplía pero por ello mismo íbales acumulando un espeso sedimento de rencor que no vacilarían en devolver a la primera ocasión. […]
  El mío era un delicado equilibrio entre la fuerza de las grandes familias del valle y el peso siempre inconforme de los pobladores. No bastaba ser soberano para contener la palabra, durante cuarenta años autorizada, del gran Ilam Cauil, un comerciante cuya descendencia estaba tan entroncada al árbol del reino que sus vástagos se multiplicaban en el sacerdocio y las obras de cantera, como cortesanos y embajadores, en la mina de calles, residencias y palacios, en el trueque que teníamo […]
  Sus casas de tráfico eran las únicas autorizadas para vender sal en el valle, corozos y cristales […]. Peor aún, casi no había grave decisión real que no debiera ser consultada con el austero y eterno anciano. Y como él había otros (68-69).

En el centro de la crisis política están, pues, los largos tentáculos de un poder económico que choca con el del monarca, quien también sufre las acometidas procedentes de sus hombres de confianza, según leemos en uno de los fragmentos citados. Además —pecado imperdonable— desafía a sectores conservadores, muy amarrados a prácticas de vida consagradas por la tradición: «—Tu poder ha crecido mucho— murmuró Amanecer— ofende a los demás. (…) —Te has elevado más allá de la tradición…» (65). Los innovadores, los que trazan nuevos senderos, se estrellan contra valladares casi insalvables pareciera ser el mensaje que está tras esas reflexión.
Por otra parte, casi en un papel de filósofo, a Yax Pasah, le obsesiona el poder de la palabra.[3] Ella, mediante la voz de Espita Azul, lo ha llevado a un paso de la ruina. Pero el gobernante no sólo la piensa en relación consigo mismo. Ve cómo el lenguaje puede hacer malabarismos en las relaciones con la realidad:
Había algo más que me aturdía y era la asombrosa potencia de la palabra. Dos días atrás el magno sacerdote Espita Azul, tras ungirme con los colores y los aceites del templo, había dictado, mandado y dispuesto con un solo e indeseado vocablo “¡claustro!” esta mi súbita reclusión. […]
  Una sola palabra había bastado para disolver el hechizo de la normalidad y nacer otro. Con un pujido de voz se transformaban a la vez las cosas, los hechos, las voluntades, los actos y mis sentimientos. La palabra era magia, era presencia, era como el reverso de lo imaginado.
Vibrada en el espacio ella convocaba, reunía y separaba, echaba a andar juntas fuerzas dispersas o alejadas, energías dueñas cada una de su propia orientación.
La palabra sometía, partía y conquistaba a otros y otros espejos interiores donde incendiaba y extraviaba a la mente; halaba como imán recuerdos, gustos, pasajes, olvidados encuentros e incluso momentos por acontecer. Así como los rompía también tejía puentes, asemejaba a los hombres y las mujeres o los disparaba distantes como astros sin eje ni rotación. Dicha en el templo la palabra salía del mundo para vagar por naturalezas ignoradas; voceada ante la tumba llamaba, comandaba las presencias del más allá. Con ella se podía conciliar, guerrear, pensar un hijo y hacerlo verdad, manear a un enemigo, bendecir los campos y la hierba, desear el bien, armar un mal, inventar… inventar…
  Fue el momento que tuve la premonición.
Pues si la palabra era capaz de inventar la realidad, ¿podría con ella crear la mía propia?... (Escoto, 2009: 30-31).

Pero el uso de la palabra no es exclusivo. También él puede levantar un andamiaje personal. A partir de esa convicción, Yax Pasah inicia las acciones que, a la larga, le procurarán el triunfo sobre sus enemigos. Ello es así porque solo hasta que una situación se verbaliza se puede asimilar y comprender, pasos necesarios antes de llegar a la acción. En otros términos, el pensamiento, que gobierna el actuar humano, únicamente puede darse si está revestido de palabras, que devienen en instrumento o mecanismo para cambiar y moldear la realidad. El respeto a la palabra también se extiende a su sucedáneo: el texto escrito. De ahí, pues, la valoración del libro y, necesariamente, de quienes lo elaboran: los escribas: «Allí [mis pergaminos, tablillas, libros de amate y tejas] estaba otra vez el imperio mágico de la Palabra: constructora, ineludible, con asidero concreto. Apresado entre tanto símbolo violento no pude más que orar: sólo el vocablo podía contender con la creencia y transformarla, roerla, minarla» (33). Para salvarse, el gobernante entiende que tiene que comenzar a «dudar de la Palabra»; a cuestionar el vaticinio de su muerte. En esa duda se juega su propia existencia:
Percibí entonces que accedía a la escritura dificultosa de los dioses y entendí, mi obligación de no perecer sin luchar, de no rendirme y más bien convocarlos para que comprendieran mi personal naturaleza al escoger la rebelión. Lentamente, como río que inunda por dentro, vi la sombra del vasto desafío que invitaba a atreverme y esforzarme por alguna, por otra posible verdad, y levantándome salté decididamente sobre la ventana, atravesé el marco de aquella forzada prisión y salí al exterior. (41)

No le sorprendió [a Tierno Amanecer] que le confesara mi más terrible falta: haber asumido el inconcebible derecho a dudar de la sabiduría de los dioses (62).

Entender el secreto que está tras la palabra implica, necesariamente, acceder a la independencia intelectual con relación al condicionamiento de la tradición. Es realizar un ejercicio de libertad interior frente al poder que ejercen quienes se han tornado en los guardianes de los textos que la cultura ha sacralizado. Un señalamiento a quienes, para validar su discurso, se autoproclaman poseedores del respaldo divino. En este caso, Espita Azul y los otros sacerdotes:

[…] la verdad es que a pesar de mis solicitudes, reconvenciones y sugerencias, los religiosos se resistían a cambiar y remozar la tradición. Mi rango de Sumo Sacerdote era más bien político y protocolario y me era imposible siquiera discutir con Espita Azul y los otros doscientos tonsurados del valle la necesidad de abandonar ciertos ritos ancestrales —ansiosos de pecado, embadurnados de teología— y adoptar otros prácticos donde refrescáramos la adoración de los dioses y con ello hiciéramos menos guerras, sembráramos los campos de paz, agradeciéramos a la vida sin pesar ni dolor (54).

El cuestionamiento alcanza al poder patriarcal. A la institución familiar que educa cercenando potencialidades del infante, del joven. Así, frente a la doncella que sorprende en espera de un probable amante nocturno, Yax Pasah piensa:
Torné a mirarla con profundidad y complacencia, entendí que esta era la nueva generación del reino. Nuestros padres nos hubiesen mandado al exilio, a trabajos obligados, incluso a la horrible prisión de la ciudad si un día nos hubiéramos atrevido a negarles algo. Guardábamos por ellos un enconado rencor que nunca nos dejaban expresar: hablaban por nosotros, decidían por nosotros, eran nosotros. Su línea de mando no sólo era imperiosa sino inextinguible, incluso en nuestra edad madura, y desarrollaban un habla de cortos gestos, amago de pujidos, miradas de soslayo y dientes apretados que hacían vano el lenguaje. Para ellos no existían más que el premio y la sanción pero cuando prodigaban uno o ejercitaban la otra lo hacían con tan grave distancia que no acertábamos a distinguir el bien del mal. Es más, nos habían educa o a decir una verdad, únicamente su verdad, y el valor que nos faltaba para enfrentarlos, o simplemente para quererlos, debíamos conocerlo fuera del hogar. El mundo estaba cambiando. Algunos nos dábamos cuenta (57).

Para Yax Pasah, los tiempos cambian. La nueva generación sustituye a la anterior y provoca cambios positivos. Elucubra, inclusive, en que su sucesor, su hijo, pueda modificar ese «rito perverso» [los sacrificios humanos] (71):
Era la gente media a quienes llamaban la Joven Presencia, quienes sin gozar de favores andaban y de aldea en pueblo, de río en montaña, de reino a comarca trayendo y llevando productos, dándolos a mejor precio o pagando mejor, y aunque carecían de títulos de nobleza no les faltaba gusto para integrar las escuelas y talleres de orfebres, los clanes de pintores, de músicos y contadores y rezadores de velorios […]
    Esa clase crecía como la grama, como nueva hierba que se elevaba en el monte del reino pero les faltaba estirpe, su tiempo era aún temprano (70).

Pero su hora habría de llegar. No sabe cómo ni cuándo. Por la explicación del guardasellos comprende y acepta que «para los Todopoderosos no somos individuales […] sino instrumentos, piezas de su gran diversión» (113). Resignado, visualiza le inminencia del fin de su estirpe, pero entiende que, hay un pueblo [el de Copán] «que resucitará mañana tras el eclipse temporal […] de U Cit Tok» (135).
En su hora más negra, Yax Pasah aprehendió los máximos secretos de la existencia. Captó la esencia y el sentido transitorio del poder. Quizá, por primera vez, el orgulloso monarca, se supo humano. Adviértase, en el fragmento siguiente, el acceso a una especie de serenidad interior conquistada en una noche de placer (su relación con Ignoto Amanecer) y dolor:
Sentía que quedaba solo, que en el entorno pegajoso del silencio había sido abandonado a mis fuerzas, pues nunca me había sentido tan pequeño; era una nueva experiencia que no entendía si sufrir o disfrutar. […]
   La ciudad dormía o simplemente reposaba en sus entrañas para otra vez crecer, enroscarse en los brazos de la ambición y luego despertar. Copán era un estático río de estelas donde navegaban los espíritus atraídos por nuestro pensamiento, un clamor de invocación y duelo, lluvia de altares de mármol, un millar de santuarios sembrados en el vacío y en que los hombres, todos nosotros los hombres, nos aferrábamos diminutos a la única seguridad que conocíamos, la de la oración.
   Era cierto… habíamos aprendido a habitar la ciudad sagrada pero no nos pertenecía.
   Descarté mis miedos como un manojo de sales mortuorias y eché a caminar (101).

Lenguaje nítido. Construcción inteligente y certera de imágenes que hacen tangible la idea o el estado de ánimo del personaje central. Dominio conceptual que evidencia una visión de mundo acrisolada por años de experiencia, tanto en la vida, como en el arte de interpretarla a través de la práctica de la escritura. Se advierte la actitud reflexiva de quien ve en la literatura la posibilidad de convertirse en un instrumento valioso en la interpretación del mundo. Para el caso, la posibilidad de visualizar Magos Mayas Monjes Copán como una gran parábola que admite una lectura a través de una rejilla infausta: el golpe de Estado del 28 de junio de 2009.

26 de junio de 2010



[1] En este aspecto, sigue la tradición indígena que, desde el plano mítico (vr. gr. en el Popol Wuj), asigna a la palabra un poder taumatúrgico. Dice Arias-Larreta: «comandan la creación con la palabra. Dijeron la palabra exacta para tierra, y la tierra apareció», aspecto que, en lo esencial, coincide con el Chilam Balam en el cual se lee: «Todo fue creado por nuestro primero y supremo dios, y a través de su palabra. Cuando no existían ni cielo ni tierra allí, en el principio de todo, alentaba ya su Divinidad que se volvió una inmensa nube y creó el universo». Arias-Larreta, Abraham. Literaturas aborígenes de América, San José, Costa Rica: Editorial Indoamericana, 1976, p. 492. 
[2] Escoto, Julio. Magos Mayas Monjes Copán, San Pedro Sula: Centro Editorial, 2009, p. 78. En las referencias posteriores únicamente se anotará el número de la página.
[3] Ello es muy congruente con la cosmovisión indígena. En el Popol Wuj, previamente a la creación del mundo se dice: «Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí (…). Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento» Popol Vuh Las antiguas historias del Quiché. 4ª. ed., traducción de Efraín Recinos, México: Fondo de Cultura Económica, 1960, p. 23.  

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