Magos Mayas Monjes Copán parte de
algunos datos históricos y arqueológicos concernientes a la civilización maya
que floreció en Copán. Pero el tinglado novelístico posee una naturaleza ficcional
en la que Julio Escoto se mueve con la natural soltura de quien, por muchos
años, ha bregado en ese campo. Y, como es lo usual en su mecánica de trabajo,
no escribe solo para satisfacer propósitos estéticos. Aunque sin descuidarlos,
su inquietud se afinca más en el terreno de la ética en donde, además de
barajar conceptos observados en obras anteriores, plantea y despeja incógnitas alrededor
de un tema central: la concentración del poder político y su interrelación con otros
sectores de poder. A la «Palabra» —concebida casi como entidad autónoma, de ahí
el uso de la mayúscula inicial— le asigna un poder de primer rango.[1]
Quien la maneja, lo tiene: ella instaura nuevas realidades, oculta otras,
tuerce destinos.
La
fábula es sencilla. Al gobernante de Copán Yax Pasah (Madrugada), por
disposición de los grandes sacerdotes, quienes afirman haber interpretado signos
funestos que predicen su muerte, se le confina a una de sus habitaciones. Al descubrir
la falacia de algunos juegos ópticos, atraviesa una ventana y deambula por el
palacio. De sus pláticas con Ignoto Amanecer, una de las vírgenes del templo,
deduce la existencia de una gran conspiración fraguada por poderosos
comerciantes del valle. El objetivo es imponer, como nuevo soberano, a un hijo
de cualquiera de las mujeres de Yax Pasah quienes, por celos con relación al
legítimo heredero U Cit Tok’, hijo de la
esposa oficial, también participan en el complot. Con el ropaje de un sirviente
muerto, Yax Pasah recorre las calles de la ciudad. Gracias a sus pláticas con
el guardasellos del horóscopo, un anciano ciego, conoce que, más que a su
muerte, los vaticinios apuntan hacia el fin de la dinastía. Intenta entrevistarse
con las tropas de Tikal, convocadas, en su nombre, por sus enemigos. Antes de
lograrlo, lo capturan y lo encierran en una terrible prisión: la Casa de los
Murciélagos. Cuando está a punto de morir, alertados por Ignoto Amanecer, lo
rescatan los fieles Caballeros Águila y los Caballeros Jaguar.
A
ese esquema, el autor le agrega suficiente carnadura hasta lograr la
verosimilitud literaria. Con recursos y conceptos observados en El general Morazán marcha a batallar desde
la muerte, Yax Pasah, quien cree en el cumplimiento de los vaticinios,
piensa que está a pocas horas de su muerte. Hay, pues, una situación
psicológica propicia para las meditaciones trascendentales. Salen a relucir
tópicos sobre la condición humana; sobre la muerte y su relación con la vida; la
ascensión a planos distintos después del deceso; en una especie de sintonía
universal, se ventila la unidad ser humano-naturaleza; se especula sobre las
peculiaridades anímicas de la mujer, destacando especialmente su perspicacia y
poderío intuitivo; el fracaso de las situaciones donde se pretende imponer
normas de conducta contrarias al instinto sexual; la complementariedad amorosa
en la relación de pareja siempre que se atenúe o elimine el egoísmo personal; la
necesidad de romper con tradiciones obsoletas para instaurar sociedades menos
guerreristas y amantes de la paz, etc.
Dentro de ese amplio espectro conceptual, punto central son
las meditaciones de Yax Pasah cuando busca las causas que explican su caída
política. La clave —aunque se enmascare en la supuesta voluntad de los dioses— es
sumamente terrenal: la gran expansión de Copán y los encontrados intereses económicos
de los grupos dominantes, especialmente las antiguas familias fundadoras y los
poderosos comerciantes. Relevante es la participación de todo el estamento
religioso encabezado por Espita Azul, el sumo sacerdote, «sus cercanos
doctrineros, arúspices y magos, incluso el Escribano de horóscopos».[2]
Igual, la directora de la casa de las vírgenes. Sin excepción, sus altos cargos
no les impiden acudir a la mentira y a la falsificación:
Al finalizar el primer katún de mi reino las antiguas familias
me visitaron para reclamar supuestos derechos sobre la mitad del valle, en
particular las fértiles riberas del río […]
Más tarde fueron los
comerciantes, a los que costaba simular su incomodidad con la dinastía, quienes
amenazaron trasladarse a Quiriguá, […] si persistía la prohibición de talar el
bosque o mi ridícula, decían, pretensión de impedirles depositar sobre pozos y afluentes sus desperdicios de
cerámica, sus conchas usadas y las cepas venenosas del tabaco que cultivaban y
mercaban.
Rehusé también, a
cambio de otros favores, y fue así como comencé a repartir el poder, a
corromper el poder, a perder mi poder (25).
Sí, efectivamente había revuelo y descontento en Copán,
explicó, pero no del pueblo que me vitoreaba […], sino de los que precisamente
estaban cerca de mí, los consejeros, ministros, astrólogos y favoritos de la
corte.
Había cometido contra
ellos un imperdonable error: dejar que sus afanes ambiciosos volaran sobre mí.
Los había humillado al limitar sus beneficios y asumir mi cargo como figura principal,
pero no había tenido la pericia, como mi abuelo Humo Mono, para cortarle las
alas a la gavilla de alucinados que tenía como sueño de vida compartir el
poder. Creyendo que practicaba una astuta estratagema de engaño los había
engrandecido con promesas que, reconozco, muy tarde les cumplía pero por ello
mismo íbales acumulando un espeso sedimento de rencor que no vacilarían en
devolver a la primera ocasión. […]
El mío era un delicado
equilibrio entre la fuerza de las grandes familias del valle y el peso siempre
inconforme de los pobladores. No bastaba ser soberano para contener la palabra,
durante cuarenta años autorizada, del gran Ilam Cauil, un comerciante cuya
descendencia estaba tan entroncada al árbol del reino que sus vástagos se
multiplicaban en el sacerdocio y las obras de cantera, como cortesanos y
embajadores, en la mina de calles, residencias y palacios, en el trueque que
teníamo […]
Sus casas de tráfico
eran las únicas autorizadas para vender sal en el valle, corozos y cristales
[…]. Peor aún, casi no había grave decisión real que no debiera ser consultada
con el austero y eterno anciano. Y como él había otros (68-69).
En
el centro de la crisis política están, pues, los largos tentáculos de un poder
económico que choca con el del monarca, quien también sufre las acometidas
procedentes de sus hombres de confianza, según leemos en uno de los fragmentos
citados. Además —pecado imperdonable— desafía a sectores conservadores, muy
amarrados a prácticas de vida consagradas por la tradición: «—Tu poder ha
crecido mucho— murmuró Amanecer— ofende a los demás. (…) —Te has elevado más
allá de la tradición…» (65). Los innovadores, los que trazan nuevos senderos,
se estrellan contra valladares casi insalvables pareciera ser el mensaje que
está tras esas reflexión.
Por
otra parte, casi en un papel de filósofo, a Yax Pasah, le obsesiona el poder de
la palabra.[3]
Ella, mediante la voz de Espita Azul, lo ha llevado a un paso de la ruina. Pero
el gobernante no sólo la piensa en relación consigo mismo. Ve cómo el lenguaje
puede hacer malabarismos en las relaciones con la realidad:
Había algo más que me aturdía y era la asombrosa potencia de
la palabra. Dos días atrás el magno sacerdote Espita Azul, tras ungirme con los
colores y los aceites del templo, había dictado, mandado y dispuesto con un
solo e indeseado vocablo “¡claustro!” esta mi súbita reclusión. […]
Una sola palabra había
bastado para disolver el hechizo de la normalidad y nacer otro. Con un pujido
de voz se transformaban a la vez las cosas, los hechos, las voluntades, los
actos y mis sentimientos. La palabra era magia, era presencia, era como el
reverso de lo imaginado.
Vibrada en el espacio ella convocaba, reunía y separaba,
echaba a andar juntas fuerzas dispersas o alejadas, energías dueñas cada una de
su propia orientación.
La palabra sometía, partía y conquistaba a otros y otros
espejos interiores donde incendiaba y extraviaba a la mente; halaba como imán
recuerdos, gustos, pasajes, olvidados encuentros e incluso momentos por
acontecer. Así como los rompía también tejía puentes, asemejaba a los hombres y
las mujeres o los disparaba distantes como astros sin eje ni rotación. Dicha en
el templo la palabra salía del mundo para vagar por naturalezas ignoradas;
voceada ante la tumba llamaba, comandaba las presencias del más allá. Con ella
se podía conciliar, guerrear, pensar un hijo y hacerlo verdad, manear a un
enemigo, bendecir los campos y la hierba, desear el bien, armar un mal,
inventar… inventar…
Fue el momento que
tuve la premonición.
Pues si la palabra era capaz de inventar la realidad, ¿podría
con ella crear la mía propia?... (Escoto, 2009: 30-31).
Pero
el uso de la palabra no es exclusivo. También él puede levantar un andamiaje
personal. A partir de esa convicción, Yax Pasah inicia las acciones que, a la
larga, le procurarán el triunfo sobre sus enemigos. Ello es así porque solo
hasta que una situación se verbaliza se puede asimilar y comprender, pasos
necesarios antes de llegar a la acción. En otros términos, el pensamiento, que
gobierna el actuar humano, únicamente puede darse si está revestido de palabras,
que devienen en instrumento o mecanismo para cambiar y moldear la realidad. El
respeto a la palabra también se extiende a su sucedáneo: el texto escrito. De
ahí, pues, la valoración del libro y, necesariamente, de quienes lo elaboran:
los escribas: «Allí [mis pergaminos, tablillas, libros de amate y tejas] estaba
otra vez el imperio mágico de la Palabra: constructora, ineludible, con asidero
concreto. Apresado entre tanto símbolo violento no pude más que orar: sólo el
vocablo podía contender con la creencia y transformarla, roerla, minarla» (33).
Para salvarse, el gobernante entiende que tiene que comenzar a «dudar de la
Palabra»; a cuestionar el vaticinio de su muerte. En esa duda se juega su
propia existencia:
Percibí entonces que accedía a la escritura dificultosa de los
dioses y entendí, mi obligación de no perecer sin luchar, de no rendirme y más
bien convocarlos para que comprendieran mi personal naturaleza al escoger la
rebelión. Lentamente, como río que inunda por dentro, vi la sombra del vasto
desafío que invitaba a atreverme y esforzarme por alguna, por otra posible
verdad, y levantándome salté decididamente sobre la ventana, atravesé el marco
de aquella forzada prisión y salí al exterior. (41)
No le sorprendió [a Tierno Amanecer] que le confesara mi más
terrible falta: haber asumido el inconcebible derecho a dudar de la sabiduría
de los dioses (62).
Entender el secreto que está tras la palabra implica, necesariamente,
acceder a la independencia intelectual con relación al condicionamiento de la
tradición. Es realizar un ejercicio de libertad interior frente al poder que
ejercen quienes se han tornado en los guardianes de los textos que la cultura
ha sacralizado. Un señalamiento a quienes, para validar su discurso, se
autoproclaman poseedores del respaldo divino. En este caso, Espita Azul y los
otros sacerdotes:
[…] la verdad es que a pesar de mis solicitudes,
reconvenciones y sugerencias, los religiosos se resistían a cambiar y remozar
la tradición. Mi rango de Sumo Sacerdote era más bien político y protocolario y
me era imposible siquiera discutir con Espita Azul y los otros doscientos
tonsurados del valle la necesidad de abandonar ciertos ritos ancestrales —ansiosos
de pecado, embadurnados de teología— y adoptar otros prácticos donde
refrescáramos la adoración de los dioses y con ello hiciéramos menos guerras,
sembráramos los campos de paz, agradeciéramos a la vida sin pesar ni dolor (54).
El
cuestionamiento alcanza al poder patriarcal. A la institución familiar que
educa cercenando potencialidades del infante, del joven. Así, frente a la
doncella que sorprende en espera de un probable amante nocturno, Yax Pasah
piensa:
Torné a mirarla con profundidad y complacencia, entendí que
esta era la nueva generación del reino. Nuestros padres nos hubiesen mandado al
exilio, a trabajos obligados, incluso a la horrible prisión de la ciudad si un
día nos hubiéramos atrevido a negarles algo. Guardábamos por ellos un enconado
rencor que nunca nos dejaban expresar: hablaban por nosotros, decidían por
nosotros, eran nosotros. Su línea de mando no sólo era imperiosa sino
inextinguible, incluso en nuestra edad madura, y desarrollaban un habla de
cortos gestos, amago de pujidos, miradas de soslayo y dientes apretados que hacían
vano el lenguaje. Para ellos no existían más que el premio y la sanción pero
cuando prodigaban uno o ejercitaban la otra lo hacían con tan grave distancia
que no acertábamos a distinguir el bien del mal. Es más, nos habían educa o a
decir una verdad, únicamente su verdad, y el valor que nos faltaba para
enfrentarlos, o simplemente para quererlos, debíamos conocerlo fuera del hogar.
El mundo estaba cambiando. Algunos nos dábamos cuenta (57).
Para
Yax Pasah, los tiempos cambian. La nueva generación sustituye a la anterior y
provoca cambios positivos. Elucubra, inclusive, en que su sucesor, su hijo,
pueda modificar ese «rito perverso» [los sacrificios humanos] (71):
Era la gente media a quienes llamaban la Joven Presencia,
quienes sin gozar de favores andaban y de aldea en pueblo, de río en montaña,
de reino a comarca trayendo y llevando productos, dándolos a mejor precio o
pagando mejor, y aunque carecían de títulos de nobleza no les faltaba gusto
para integrar las escuelas y talleres de orfebres, los clanes de pintores, de
músicos y contadores y rezadores de velorios […]
Esa clase crecía como la grama, como nueva
hierba que se elevaba en el monte del reino pero les faltaba estirpe, su tiempo
era aún temprano (70).
Pero
su hora habría de llegar. No sabe cómo ni cuándo. Por la explicación del
guardasellos comprende y acepta que «para los Todopoderosos no somos
individuales […] sino instrumentos, piezas de su gran diversión» (113).
Resignado, visualiza le inminencia del fin de su estirpe, pero entiende que,
hay un pueblo [el de Copán] «que resucitará mañana tras el eclipse temporal […]
de U Cit Tok» (135).
En
su hora más negra, Yax Pasah aprehendió los máximos secretos de la existencia.
Captó la esencia y el sentido transitorio del poder. Quizá, por primera vez, el
orgulloso monarca, se supo humano. Adviértase, en el fragmento siguiente, el
acceso a una especie de serenidad interior conquistada en una noche de placer
(su relación con Ignoto Amanecer) y dolor:
Sentía que quedaba solo, que en el entorno pegajoso del
silencio había sido abandonado a mis fuerzas, pues nunca me había sentido tan
pequeño; era una nueva experiencia que no entendía si sufrir o disfrutar. […]
La ciudad dormía o
simplemente reposaba en sus entrañas para otra vez crecer, enroscarse en los
brazos de la ambición y luego despertar. Copán era un estático río de estelas
donde navegaban los espíritus atraídos por nuestro pensamiento, un clamor de
invocación y duelo, lluvia de altares de mármol, un millar de santuarios
sembrados en el vacío y en que los hombres, todos nosotros los hombres, nos
aferrábamos diminutos a la única seguridad que conocíamos, la de la oración.
Era cierto… habíamos
aprendido a habitar la ciudad sagrada pero no nos pertenecía.
Descarté mis miedos
como un manojo de sales mortuorias y eché a caminar (101).
Lenguaje nítido. Construcción inteligente y certera de
imágenes que hacen tangible la idea o el estado de ánimo del personaje central.
Dominio conceptual que evidencia una visión de mundo acrisolada por años de
experiencia, tanto en la vida, como en el arte de interpretarla a través de la
práctica de la escritura. Se advierte la actitud reflexiva de quien ve en la literatura
la posibilidad de convertirse en un instrumento valioso en la interpretación
del mundo. Para el caso, la posibilidad de visualizar Magos Mayas Monjes Copán como una gran parábola que admite una
lectura a través de una rejilla infausta: el golpe de Estado del 28 de junio de
2009.
26 de junio de 2010
[1] En este
aspecto, sigue la tradición indígena que, desde el plano mítico (vr. gr. en el Popol Wuj), asigna a la palabra un poder
taumatúrgico. Dice Arias-Larreta: «comandan la creación con la palabra. Dijeron
la palabra exacta para tierra, y la tierra apareció», aspecto que, en lo
esencial, coincide con el Chilam Balam
en el cual se lee: «Todo fue creado por nuestro primero y supremo dios, y a
través de su palabra. Cuando no existían ni cielo ni tierra allí, en el
principio de todo, alentaba ya su Divinidad que se volvió
una inmensa nube y creó el universo». Arias-Larreta, Abraham. Literaturas aborígenes de América, San
José, Costa Rica: Editorial Indoamericana, 1976, p. 492.
[2]
Escoto, Julio. Magos Mayas Monjes Copán,
San Pedro Sula: Centro Editorial, 2009, p. 78. En las referencias posteriores
únicamente se anotará el número de la página.
[3]
Ello es muy congruente con la cosmovisión indígena. En el Popol Wuj, previamente a la creación del mundo se dice: «Llegó aquí
entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la
noche, y hablaron entre sí (…). Hablaron, pues, consultando entre sí y
meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento» Popol Vuh Las antiguas historias del Quiché.
4ª. ed., traducción de Efraín Recinos, México: Fondo de Cultura Económica,
1960, p. 23.
No hay comentarios:
Publicar un comentario