Haciendo equilibrio sobre el bordillo del bulevar, he sentido de pronto que estaba a la orilla de un río por donde pasan cadáveres, flotando.
Cruzaba Comayagüela con 1Q84 de Murakami y no dejaba de pesar sobre mi ánimo la imagen del pequeño emperador que, sostenido en los brazos de su abuela, invoca los nombres de los dioses antes de morir junto a ella en un suicidio alfonsino. Pasaba entonces todos los atascos del tráfico y hacía esa lectura extraña que consiste en leer un solo fragmento, levantar la vista del libro y leer la nada en un suspenso infinito.
Los últimos días han sido de literatura dentro de micro-buses. Casi ingrávido por la velocidad y la tensión que aplican a sus pasajeros los choferes de los micros, he leído gran parte de La bitácora del Mayor Tom de Armando Maldonado, poemario aún inédito que merece salir en órbita pronto. Armando ha logrado ficcionar poesía, sí, así como bien lo dice Aristóteles en su poética. Tomando el viaje que Davie Bowie nos dio en su clásica canción (http://www.youtube.com/watch?v=D67kmFzSh_o) Armando me ha confinado en otra lata sideral con tanta naturalidad que los baches y frenazos me dieron un efectismo puntual para sentir el ascenso y ruptura gravitatoria. Pura soledad, particularísima soledad la de este poemario.
Acá Mayor Tom a tierra.
¿Qué tan lejos estoy de casa?
¿Cuánto dura el diente de león
en disiparse en el calor agobiante del cielo?
¿Qué tan lejos está el amor de este latón?
Y Keats, y Felipe Rivera y la ruta Los Robles-Centro, y Ginebra creando un llamado borgiano en Felipe que se va de este país nefasto. Mientras el micro se atestaba y desinflaba, mientras el paso aéreo de Camosa (así lo llamará la gente hasta que se caiga, contrariando al Ricardo Álvarez que creyó inmortalizarse en hormigon) partía las aguas del sur de la capital, recordábamos con el poeta la versificación y temática del inglés, su espacio y tiempo y también la película que le hicieron hace poco, muy bella por cierto http://misteriolondres.blogspot.com/2009/05/bright-star-la-pelicula-de-keats.html
Un par de horas antes, Felipe me ha dicho con gravedad en el café: "Fabricio, te traje un regalo, o más bien, te dejo un regalo...¿trajiste mochila?"... abre su propia mochila y comienza a poner sobre la mesa libros tras libros. Miguel Hernández, Pamuk, Coeetze. Estos son los primeros títulos que veo antes de guardarlos lo más rápidamente posible. Óscar Urtecho ríe al ver mi prisa mientras se sigue despidiendo de Felipe quien habla de manera pausada y ya con un dejo de conclusión en su voz. Tal vez el poeta también se ha parado sobre el bordillo a la orilla de un bulevar y ha visto pasar cadáveres flotando. Hay quienes pueden ver durante horas ballenas encalladas en las estaciones de buses, otros que hasta cuentan uno a uno todos los perros de la pradera que se lanzan desde el acantilado de un banco. Pienso en eso e imagino a Felipe bajando en un aeropuerto en Suiza junto a su familia. Recuerdo a Michael K. de Coeetze llevando a su madre sobre una carretilla de supermercado.
Espero el siguiente bus. Cierro el libro.
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