Siento vergüenza por no haber conocido desde mucho antes la vida y memorias de Froylán Turcios, en su más directa e íntima confesión, en sus palabras, en su bellísima prosa. Termino de leer Memorias y Apuntes de Viaje y no sólo su belleza me ha conmovido, sino también su desolación. Porque leerlo es conocer de una forma terrible la Honduras que sigue siendo la misma de su época y además, profundizar en el pensamiento de uno de los intelectuales que con mayor sensibilidad describió a las personalidades del poder que iniciaron, a principios del siglo XX, la conformación o deformación de lo nuestro.
Me atrevo a decir, ahora que termino su lectura, que he conocido a una de las más elevadas conquistas del pensamiento nacido en este territorio y -atrevimiento decimonónico-, a tono con su pulsación romántica, que he encontrado un amigo al cual desconocía. En muchos de sus pasajes creí verme, sobre todo en los referentes a su infancia, salvando las distancias de las riquezas materiales ganadas y luego perdidas -no da para tanto el hecho que ambos seamos del mimo signo zodiacal y que hayamos nacido un año 74- y la de ignorar, ambos, que Honduras seguiría sometida a la eterna llegada de circos que nos dejaron siempre con las ganas de irnos con ellos a su partida (mucho mejor lo expresaría el poeta costarricense Alfredo Trejos: "Es que quién no ha dicho: otro circo más que se va sin mí...").
En ninguna otra referencia he conocido más a este país como a través de las reseñas que Froylán hace de Juan Ramón Molina, de Manuel Bonilla, de Terencio Sierra, de Miguel Paz Barahona y, de la rudeza natural con que Froylán describe a la soldadesca alistada en todas su guerras civiles, en todas sus atrocidades y ternuras. Cuando le llega el momento de describir sus viajes, Froylán alcanza un manejo impresionante del paisajismo y de la observación periodística, matizada siempre con sus oropeles y crespones, como le es imposible sustraerse. El perfil psicológico que logra de Rubén Darío es casi una obra maestra en sí misma gracias a la cercanía que tuvo con el poeta -privilegio inaudito tomando en cuenta la enorme altura y prestigio que Darío tenía en esa época-, lo cual no le hace temblar el pulso a la hora de ser descarnado en sus apreciaciones de decadencia y fragilidad espiritual del "gran dipsómano", como así lo llamó varias veces.
Incontinente enamorado, Froylán no repara en contar sus aventuras amorosas, lo que se debe agradecer porque en la calca de esas correrías logra impregnar toda la moral o costumbres, las sensaciones y las formas de amar y odiar de una época que no puede ser contada de otra forma más sutil.
Ahora mismo ubico a este libro entre los mejores de cuantos tengo, en el sitio de esos tesoros incalculables que me permitirán siempre hacer el contraste con lo que el mundo es respecto a lo que Honduras ha sido.
F.E.
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