lunes, 17 de noviembre de 2008

"La poesía no es prosa rimada y gloria de innumerables generaciones de idiotas" - Rimbaud


Al Hallaj fue crucificado en Bagdad hace quinientos años, porque su poesía alumbraba (alumbra). Federico García Lorca, Robert Desnos, Paul Celan, Paul Éluard, Juan de Yepes -hoy San Juan de la Cruz-, Nazim Hikmet, Ovidio, César Vallejo, y tantos más, fueron asesinados, recluidos en campos de concentración, o estuvieron exiliados, por el pecado de la palabra. Por iluminar. Por eso el Poder la encierra en mazmorras o -en el mejor de los casos- la censura, pero... «¿quién encierra una sonrisa, quien amuralla una voz?» (Miguel Hernández).


Partiendo de esta claridad esbozada por el iraquí Jabbar Yassin Hussin, sumaría a los escribas de Bonampak, primeros sacrificados de los reyes Mayas que conquistaban otros reinos, y para cerrar, agregaría este pequeño fragmento del polaco Witold Gombrowicz, de su ensayo "Contra los poetas".


Poesía pura y azúcar puro


¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar "puro". El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar: sería ya demasiado. Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.


¿Cómo hemos llegado a este grado de exceso? Cuando un hombre se expresa en forma natural, es decir en prosa, su habla abarca una gama infinita de elementos que reflejan su naturaleza entera; pero he aquí que vienen los poetas y proceden a eliminar gradualmente del habla humana todo elemento apoético, en vez de hablar empiezan a cantar y de hombres se convierten en bardos y vates, consagrándose única y exclusivamente al canto. Cuando un trabajo semejante de depuración y eliminación se mantiene durante siglos llégase a una síntesis tan perfecta que no quedan más que unas pocas notas y la monotonía tiene que invadir forzosamente el campo del mejor poeta.


El estilo se deshumaniza; el poeta no toma como punto de partida la sensibilidad del hombre común sino la de otro poeta, una sensibilidad "profesional" y, entre los profesionales, se crea un lenguaje tan inaccesible como los otros dialectos técnicos; y, subiendo unos sobre los hombros de otros, forman una pirámide cuya punta ya se pierde en el cielo, mientras nosotros nos quedamos abajo algo confundidos. Pero lo más importante es que todos ellos se vuelven esclavos de su instrumento porque esa forma es ya tan rígida y precisa, sagrada y consagrada que deja de ser un medio de expresión: y podemos definir al poeta profesional como un ser que no se puede expresar a sí mismo porque tiene que expresar los versos.


Por más que se diga que el arte es una especie de clave, que el arte de la poesía consiste precisamente en lograr una infinidad de matices con pocos elementos, tales y parecidos argumentos no ocultarán el primordial fenómeno de que con la máquina del verbo poético ha ocurrido lo mismo que con todas las demás máquinas, pues en vez de servir a su dueño se ha convertido en un fin en sí; y, francamente, una reacción contra ese estado de cosas parece aún más justificada aquí que en otros campos porque aquí estamos en el terreno del humanismo "par excellence". Existen dos formas de humanismo básicas y diametralmente opuestas: una que podríamos llamar "religiosa" que coloca al hombre de rodillas ante la obra cultural de la humanidad y otra, laica, que trata de recuperar la soberanía del hombre frente a sus dioses y sus musas.


El abuso de cualquiera de estas formas tiene que provocar una reacción y es cierto que una reacción así contra la poesía sería hoy totalmente justificada porque,de vez en cuando, hay que parar por un momento la producción cultural para ver si lo que producimos tiene todavía alguna vinculación con nosotros. Posiblemente los que han tenido la oportunidad de leer algún texto artístico mío se sentirán extrañados por lo que digo, ya que soy en apariencia un autor típicamente moderno, difícil, complicado y aun a veces -quien sabe- aburrido.


La segunda consecuencia es aún más desagradable: el poeta no sabe defenderse de sus enemigos. Y así vemos cómo en el terreno personal y social se pone en evidencia la misma estrechez de estilo que hemos mencionado más arriba. El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo, pero hay varios y el mundo de un zapatero o de un militar tiene poco que ver con el mundo de los versos: como los poetas viven entre ellos y entre ellos forman su estilo, eludiendo todo contacto con ambientes distintos, quedan dolorosamente indefensos frente a los que no comparten sus credos.


Lo único que son capaces de hacer, cuando se ven atacados es afirmar que la poesía es un don de los dioses, indignarse contra el profano o lamentarse por la barbarie de nuestros tiempos lo que, por cierto, resulta bastante gratuito. El poeta se dirige sólo a aquel que ya está compenetrado con la poesía, es decir a uno que ya es poeta, pero esto es como si un cura endilgara su sermón a otro cura. ¡Cuánta más importancia tiene, sin embargo, para nuestra formación el enemigo que el amigo!


Sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la universalidad. ¿Por qué, entonces, los poetas huyen ante el choque salvador? Ah, porque carecen de medios, de actitud, de estilo para afrontarlo. ¿Y por qué les faltan estos medios? Ah, porque eluden el choque.

1 comentario:

Krisma Mancía dijo...

Viniendo de Witold Gombrowicz, que era un provocador, un brillante escritor vanguardista del siglo XX y un crítico corrosivo de sí mismo y de los demás escritores de su época, algo le debemos: la capacidad de cuestionarnos nuestro trabajo, de ser más competentes, entregados, disciplinados y comprometidos con la vida, la literatura y sus altibajos. Además de saber que los poetas no somos especiales.

La reflexión que hace de la síntesis perfecta, de la monomía, de los pocos elementos literarios a los que se recurre,al verso como único modo de expresión, etc... me hace concluir que la literatura no debe ser rígida, que se debe experimentar, que se debe romper con los esquemas pero teniendo conciencia. Conciencia de que para romper con todo hay que aprender primero las reglas y después enloquecer.

Pienso que el lenguaje poético y el estilo no el exclusivo de los mismos poetas. No, jamás. Si no me le da un mensaje adecuado, claro y no hace vibrar a los demás el texto no sirve, no funciona. Y es allí donde entra el arte inmovador, pues primero hay que ser sinceros con nosotros mismos para ser capaz de que los otros (el receptor) sienta lo que nosotros sentimos. Eso sólo se logra con técnica, autocritica y mucha paciencia. Porque al final el texto no nos pertenece, sino que al lector.