jueves, 23 de febrero de 2023

Paul Celán en mi mesita de noche


 

¿Qué me llevo al sueño con obstinada decisión? Versos. Un verso debe ser mi lámpara a medida que me adentro en la defragmentación. El reino holístico perfecto: el sueño... pero el verso, el logro más ultraísta del poema (organización de las sensaciones), debe ser diapasón que me ayude a no perderme y darme una imagen que, de revelación en revelación, se sostenga en el cruce de la noche al día. 

Tengo mucho meses ya leyendo a Paul Celán. Redescubriéndolo al filo de la mesita de noche. Entiendo su compromiso con exprimir los signos de la palabra

Reviste las cavidades de la palabra

con pieles de pantera,

amplíalas, piel para allá, piel para acá,

sentido para allá, sentido para acá,

dale aurículas, ventrículos, válvulas

y soledumbres, parietales,

y escucha atento su segundo

y cada vez segundo y segundo

tono.


de esta manera avanzo en su obras completas, la de Editorial Trotta, y aguanto como puedo el peso de los párpados (la rosa... oh pura contradicción rilkeniana) y de pronto lo entiendo. Lo que necesitaba ha llegado justo cuando Celán ejercitaba la dispersión y su antítesis lingüística. El verso llegó y yo puedo dormir tranquilo: hay poetas -pacientes cazadores- que van enhebrando el silencio para prepararnos su revelación, ¿Dónde? En las masas movedizas de la noche:

Dame derecho de paso

por la escalera de grano hacia tu sueño,

el derecho de paso

por el sendero del sueño,

el derecho que yo pueda tajar turba

en la vertiente del corazón,

mañana.



Fadensonnen (1968)

"Soles filamentos"

martes, 21 de febrero de 2023

Mircea Cartarescu: posmodernidad y poesía

 


En defensa de la poesía

En su diálogo La República, Platón imagina lo que para él sería la ciudad ideal, pero que nosotros, con la desventurada experiencia de todas las sociedades utópicas puestas en prácticas desde aquella época, denominamos más bien una cárcel ideal. Era la ciudad cuyos dirigentes tenían derecho a mentir por el bien del pueblo, en la que el control sobre cada ciudadano era total y abarcaba todos los aspectos de la vida, en la que no existía el derecho a la libertad de expresión, en la que los mejores guerreros eran recompensados con las mujeres más bellas en un proceso de eugenesia social que anticipaba el nazismo. Todo ello en nombre de una sociedad inerte, paralizada, donde el individuo era tan solo una pieza indispensable en el mecanismo del estado. Todos los estados totalitarios imaginados a lo largo del tiempo han compartido algo de la pesadilla de la república de Platón.

En aquel mundo, el filósofo incluía también a los artistas, poetas y músicos, cuyo papel era celebrar el estado y a sus dirigentes. Solo se admitían, en la música, las tonalidades mayores, heroicas, optimistas, y estaba terminantemente prohibido alejarse de ellas. Una modificación del modo musical, decía Platón en una de sus páginas más asombrosas, era peligrosa porque podía provocar el vuelco del sistema social. El poder del arte no ha sido jamás expuesto con tanto recelo y espanto. Para el filósofo griego, la música no es un placer de los sentidos, tampoco puro hedonismo, sino que es una fuerza terrible, revolucionaria, que los estados deben temer. Estamos acostumbrados, gracias al pensamiento marxista, a creer que “la base determina la superestructura”.  Pues bien, para Platón la supraestructura musical y artística de la ciudad ideal podía minar su base totalitaria.

Si la música tiene un potencial subversivo y es capaz de trastornar el orden social, la poesía es más temible aún. En la ciudad-estado platónica, los únicos poetas admitidos son los oficiales, los laureados, que cantan himnos y odas a la grandeza de la ciudad. Su partitura está estrictamente regulada, su discurso estético es uno e invariable. El poeta libre, con un discurso plural, ese que imita todas las voces de la ciudad, no encuentra hueco en el orden preestablecido. Él es llamado ante los gobernantes, que se inclinan ante él y reconocen su genio, pero le ruegan que abandone la ciudad, porque no resulta útil en ella. No son genios lo que necesita la sociedad ideal, sino conformistas. El genio es incontrolable y, por ello, subversivo. Él provoca el cambio que más temen los legisladores. Él introduce en la ciudad el desasosiego, la duda, la ironía, el sarcasmo, la sublevación, a fin de cuentas. Él expresa, como decía Kafka sobre su propio arte, la “negatividad” en un mundo de sonrisas felices dibujadas en globos. La literatura, escribía también el autor praguense, no tiene que consolar ni alegrar, sino que debe despertar las conciencias. Debe ser un hacha que rompa el hielo de la mente de las personas.

Pero precisamente este hielo es el orden de la ciudad ideal. Esa incapacidad de evolucionar, esa muerte del alma sobre la que han escrito todos los contrarios a los sistemas totalitarios. El artista, en especial el poeta, se ha opuesto siempre al orden, a la disciplina, a las reglas, a los sistemas, en todas las épocas y en cualquier tipo de sociedad. Le han repugnado siempre el conformismo y la hipocresía. Ha refutado las verdades y los valores aceptados por la mayoría. Se ha alzado siempre contra todo aquello que asfixie la libertad humana. La poesía no es entretenimiento y el poeta no es, como piensan tantos todavía, un inadaptado con la cabeza en las nubes. Incluso en las formas aparentemente inofensivas, como un soneto de amor o un poema sobre la naturaleza, la poesía resulta subversiva en los mundos sometidos a un control estricto, pues esos poemas están impregnados de libertad interior. Incluso en ellos existe el fermento de la insurrección y de la desobediencia.

Durante miles de años, desde La República de Platón hasta nuestros días, los poetas, aparentes pájaros cantores, inútiles e incluso un tanto ridículos a ojos de sus semejantes, han sido perseguidos sistemáticamente, acosados y muchas veces asesinados por sus ideas y sus visiones, y sus libros han sido censurados, prohibidos y quemados en numerosos momentos de la historia. El arte de la poesía, siempre a la búsqueda de la belleza, siempre agonizante y siempre resucitada, se ha encontrado invariablemente entre los medios más eficaces para reavivar las conciencias, para despertar la dignidad humana, para preservar la libertad siempre amenazada en nuestro mundo hobbesiano. La poesía es, de hecho, otro nombre para la libertad.

El poeta es temido y acosado, desde hace miles de años, no solo por su subversión fundamental. En un relato profético titulado El informe de Brodie, Borges habla sobre un mundo humano en profunda decadencia, aletargado, anárquico, lo opuesto a la ciudad platónica. Los miembros de la tribu descubierta por Brodie yacen en el barro, abúlicos, carentes de conciencia de sí mismos y de las instituciones. Pero, de vez en cuando, cuenta Borges, uno de esos que yacen en el suelo se incorpora y, perturbado y alucinado, grita unas palabras que ni siquiera él mismo alcanza a comprender. Si estas asombran y conmueven a los demás, el que las ha pronunciado es llamado “poeta” y a partir de ese momento cualquiera tiene derecho a matarlo. La parábola borgiana muestra una vez más cuánta energía sagrada encierra el extraño acto de la poesía.

Pues el poeta no es tan solo un revolucionario, es también un profeta. Es un médium a través del cual habla una criatura inapelable y extraña. Es un portal a través del cual lo milagroso, lo sagrado, lo demoníaco, lo extático, lo obsceno, lo divino y lo terrible penetran en nuestro mundo. Él no habla tan solo con sus palabras, para sus semejantes, sino con las enigmáticas palatales y las fricativas de la voz del más allá. Él no es perseguido y asesinado únicamente como un simple contestatario de cualquier orden y de cualquier sistema social, sino también como una voz de lo incognoscible y de lo indomable que el filisteo, el burgués, el hombre materialista teme más que cualquier otra cosa. Los profetas bíblicos no profetizaban voluntariamente, sino obligados por la divinidad, de la que a menudo procuraban huir y esconderse, pues la profecía te quema por dentro como una llama que no se apaga. Del mismo modo, los poetas no pueden callar, tampoco cuando se encuentran bajo la amenaza del hambre, de la pobreza, del desprecio público o del poder arbitrario. Su voz interior debe hacerse oír a cualquier precio.

A pesar de todo esto, pocas veces el desinterés por la poesía, el olvido de su esencia revolucionaria y profética han sido más evidentes que hoy en día, cuando ser poeta y ser vagabundo, asocial, raro, son equivalentes para mucha gente. Una tercera característica de la poesía, tan importante como las dos primeras, se puede deducir de una soberbia página de J.D. Salinger. En el relato Levantad, carpinteros, la viga del tejado, Seymour Glass, el poeta y profeta de su familia, va de visita a casa de su prometida, Muriel, para conocer a sus padres. Estos saben que el joven Seymour ha regresado de la II Guerra Mundial con un síndrome postraumático y están preocupados por su hija. Su intranquilidad se acentúa más aún cuando, al preguntarle qué quiere hacer ahora, una vez que la guerra ha finalizado, él responde: “Querría ser un gato muerto”. Ante esa respuesta, los padres se quedan estupefactos y piensan que el prometido de su hija ha perdido el juicio. Pero Seymour le explica posteriormente a su novia que él se ha referido a una antigua parábola zen. Cuando le preguntan a un monje Zen cuál es el objeto más valioso del mundo, él responde: “Un gato muerto, pues nadie puede ponerle precio”.

La poesía es el gato muerto del mundo consumista, hedonista y mediático en el que vivimos. No se puede imaginar una presencia más ausente, una grandeza más humilde, un terror más dulce. Nadie parece ponerle precio y, sin embargo, no existe nada más valioso. Solo la encontramos en las librerías si tenemos la paciencia de llegar hasta las últimas filas de las estanterías. Los poetas no tienen ya estatuas, como en el siglo XIX, ni reputación, como en el siglo XX. Obsesionadas por las ventas y la rentabilidad, las editoriales huyen de la poesía como alma que lleva el diablo. No se puede imaginar hoy en día un destino más dramático que el del poeta que decida consagrar toda su vida al arte. Los antiguos arruinaban su vida (en muchas ocasiones también la de otros) por la locura de un verso hermoso, pero confiaban al menos en el reconocimiento de las generaciones venideras. Ellos podían creer sinceramente que la belleza —como dijo Dostoievski— es la salvación del mundo, pero hoy ya no sabemos qué es la belleza, ni tampoco el mundo, y no entendemos qué significa “salvar”. ¿Qué vas a salvar si vivimos en lo inmanente y lo aleatorio? Sin la perspectiva de conseguir algo a través del arte y, en definitiva, de su profesión, sin la esperanza en la gloria y en la posteridad, el poeta está condenado a la vida asocial y fantasiosa del consumidor de hachís. “El poeta, como el soldado, no tiene vida propia, / su vida propia es polvo y pólvora”, escribía Nichita Stãnescu. Hoy, cuando la civilización del libro agoniza y cuando penetramos con voluptuosidad en los espantosos desfiladeros de lo virtual, la poesía es menos visible aún. La modernidad implicaba una civilización centrada en la cultura, una cultura centrada en el arte, un arte centrado en la literatura y una literatura centrada en la poesía. La poesía en la época de Valéry, Ungaretti y T.S. Eliot era el meollo del meollo de nuestro mundo. Ahora, la descentralización postmoderna ha producido una civilización sin cultura, una cultura sin arte, un arte sin literatura y una literatura sin poesía. En cierto modo, los polos de la vida humana se han invertido de manera brusca y las primeras víctimas han sido los poetas.

Y, sin embargo, humillada y disuelta en el tejido social, casi desaparecida como profesión y como arte, la poesía sigue siendo omnipresente y ubicua como el aire que nos envuelve. Pues, antes que una fórmula y una técnica literaria, la poesía es un modo de vida y una forma de mirar el mundo. Expulsados de nuevo de la ciudad-estado, los poetas han aprendido a luchar con las mismas armas de la civilización que los condena. Han comprendido la alegría del anonimato, la alegría de la autosuficiencia de producir textos para unos cuantos amigos, han aprendido a protegerse de la brutalidad del mundo circundante y de la vulgaridad del éxito. Nada es más discreto, más admirable y más triste, en cierto sentido, que el poeta de hoy, el último artesano en un mundo de copias sin original, como escribía Baudrillard, el último ingenuo en un mundo de arribistas.

Revolucionaria, profética y ubicua como el aire, la poesía ha iluminado también toda mi vida. No he sido nunca otra cosa que poeta. Incluso mis novelas son, de hecho, poemas. He escrito siempre poesía como una forma de libertad, de solidaridad, de empatía para con todos los hombres. He escrito en contra de las guerras y las discriminaciones de toda índole. He escrito para los que leen poesía y para los que jamás leen poesía.

Agradezco por ello, con modestia y reconocimiento, al jurado que me ha concedido el gran premio internacional de la FIL, es un honor y una alegría inconcebible encontrarme ahora en la lista de los escritores que, desde 1991, han tenido la oportunidad de recibirlo. Recorrer esa lista que abarca a algunos de mis héroes literarios, como Nicanor Parra, Juan Goytisolo, Antonio Lobo Antunes, Alfredo Bryce Echenique, Yves Bonnefoy o Enrique Vila-Matas es suficiente para demostrar la calidad y la importancia incomparables de este reputado premio. Muchas gracias, asimismo, a la presidencia del premio y al presidente de la Feria del Libro de Guadalajara, una de las ferias del libro más famosas del mundo. Y para acabar, gracias a todos los que se encuentran ahora junto a nosotros en esta sala.

Mircea Cărtărescu es autor de novelas como Nostalgia, Solenoide y la Trilogía Cegador y del volumen Poesía esencial. Traducción de Marian Ochoa de Eribe. Editorial Impedimenta.

domingo, 19 de febrero de 2023

Juan Antonio Corretjer, en la memoria de Edgardo Nieves Mieles

 


Un día como hoy en la historia, 19 de enero (de 1985), culmina su faena terrenal el líder revolucionario y poeta Juan Antonio Corretjer, quien se destacó por su amor entrañable a lo puertorriqueño a la par de su lucha por la independencia y el socialismo. El hecho de que varios cantores musicalizaran su poesía, sobre todo el gran Roy Brown, afianzó el conocimiento y gusto popular por ésta. De modo tal, que no resulta extraño escucharla con frecuencia en labios del pueblo.

        En el país existe un debate acerca de quien merece ser nombrado Poeta Nacional. A mí el asunto me parece un resabio más de nuestra condición colonial. Me explico. Mi mayor reparo al pretendido galardón en el Puerto Rico de hoy día es la burda y libertina democratización del concepto y su consiguiente devaluación. En 1ra instancia, mis amigos los diccionarios aseguran que el adjetivo “nacional” aplica a todos y cada uno de aquellos que son naturales de una nación. Es decir, nacional es perteneciente o relativo a la propia nación. Entonces, en virtud del buen uso de los sabios diccionarios, resulta que son nacionales los bardos de mayor excelsitud en sus ejecutorias tanto como los aedas pródigos en carestías. De otra parte, el abuso de adjudicación, el dislate de la calentura y la hojarasca que suele hacerle el ruedo y la corte al nuncio y sus esfinges, el penoso apéndice (la jauría con su oxígeno triunfal y sus destemplados trinos apartados del más decoroso proceder), han terminado trastocando el significado emblemático de la antes rutilante (y ahora desteñida) etiqueta. A menudo nos quejamos del colonialismo, pero actuamos como colonizados. Me parece que detrás de la grandilocuente pero truculenta retórica de llamar a título de nacional a un poeta, el que fuese, se esconde un retorcido tic de nuestro tercermundismo colonial.

        ¿Acaso es Corretjer (“jamás humillado, jamás herido ni aplazado”) más poeta, más nacional o más “Poeta Nacional” que Palés Matos (“¡Déjeme tu implacable poderío / una hora, un minuto más con ella!”), que Julia de Burgos (“Tú te rizas el pelo y te pintas; yo no; / a mí me riza el viento, a mí me pinta el sol.”), que “Paco” Matos Paoli (enorme quetzal de la nada alumbrando el camino de los elegidos), que Klemente Soto Beles (sic) (salpicando de risa e inocencia la aventura de alguna jalda montaraz con su invicto tirigüibe), que Chevremont (“y su espíritu puro se hizo ave / y su cuerpo llagado se hizo rosas”), que De Diego (el de las cantarinas piedras, embistiendo como el toro que no muge) o Edwin Reyes (con su violenta mano de amigo y los ojos abrasados por el resplandor del cielo)?

Confieso que si hubiera de sucumbir al enredo espiritual (que ni me sube la marea ni me revuelca el flato), le entregaría el máximo guanín de 24 quilates a Lloréns Torres (volviendo a Collores en la jaquita baya por el sendero entre mayas arropás de cundiamores), pues entiendo que su obra capta ejemplarmente (y mejor que la de ninguna otra egregia voz poética de nuestras campiña y ciudad letrada) los elementos que configuran la esencia viva del alma puertorriqueña.

En 1981, Joserramón Melendes (sic) recopila en su editorial QeAse una serie de ensayos de Corretjer, POESÍA Y REVOLUCIÓN. Allí el egregio cialeño consigna que “(…) Lloréns ha sido el más universal de los puertorriqueños por ser el poeta más auténticamente representativo de la puertorriqueñidad" (164-165). Y unas páginas más adelante concluye: "Luis Lloréns Torres es el poeta más importante de nuestra historia. Al día de hoy, nuestro poeta imprescindible" (183). Me parece que el enunciamiento del propio Corretjer debería culminar tan estéril polémica.

Que sepa mi persona, al sol de hoy, jamás he leído acerca de que ni franceses ni rusos ni gringos (gentes muy pragmáticas) se hayan visto precisados a escoger entre sus excelsos artesanos de la palabra a uno que merezca el mencionado galardón. Imagino la caldeada reyerta de no acabar que enfrentarían los hermanos chilenos si, de repente, tuvieran que elegir el nombre de un Poeta dizque Nacional en representación de su terruño y compatriotas pues, amén de contar entre sus filas con 2 ilustrísimos Nobel, una arisca y áspera, pero, ante todo, piadosa Gabriela Mistral (“Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra.”) y, ebrio de trementina y absoluto, el torrencial y caudaloso Neruda (“alguien, en fin, que no tenía nombre, / que se llamaba metal o madera, / y a quien miraron otros desde arriba / sin ver la hormiga / sino el hormiguero”), destacan con semejante brillo estelar su tocayo enquistado con él hasta más allá de la muerte, Pablo de Rokha (la inmensa ventolera de lo infinito deshoja horrorosamente los pájaros muertos de su voz agraria y formidable), el polemista incansable y caprichoso pequeño dios Huidobro, quien nos asignaba la tarea de crear poemas del mismo modo que la naturaleza crea árboles (“De pie en la popa siempre me veréis cantando. / Una rosa secreta se hincha en mi pecho / y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.”), su pupilo Braulio Arenas (“El espejo es espejo en cuanto mundo, así como el mundo es mundo en cuanto espejo”), el centenario y rebelde ludópata Parra (“A mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos; ha llegado la hora de modernizar esta ceremonia.”), Gonzalo Rojas (“un aire nuevo: / no para respirarlo, / sino para vivirlo.”), Enrique Lihn (“Porque escribí no estuve en casa del verdugo, / ni me lavé ni me ensucié las manos. / Pero escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí, porque escribí estoy vivo.”), Jorge Teillier (“Todos nos reuniremos / bajo la solemne y aburrida mirada / de personas que nunca han existido, / y nos saludaremos sonriendo apenas / pues todavía creeremos estar vivos.”) y el no menos estupendo lírico Óscar Hahn (a quien le parece ver que un fantasma en forma de reluciente blusa con una mancha de sangre justo en el lado izquierdo del pecho cruza la calle y va dejando tras sí un arroyo de indecible blancura). Difícil sortear semejante embrollo de optar por uno de estos 10 encumbrados picos, no sólo de Chile, sino de la poesía de Nuestra América. En fin, hace rato que peino canas y este asuntito de nombrar Nacional a un Poeta tiene visos de ser otra verruga más del estrabismo ideológico nuestro de cada día.

        Entonces, cortémosle aquí vuelo a la chiringa de mi imaginación y retomemos el más sensato asunto de celebrar la persona y gesta de nuestro gran poeta Juan Antonio Corretjer, radical defensor del derecho del pueblo a usar los métodos de lucha por alcanzar la libertad. Llegó a esta tierra, en Ciales, el 3 de marzo de 1908. Alabanza.

Un botón como muestra de lo arriba aseverado: Roy Brown, Aires Bucaneros y Zoraida Santiago.

https://youtu.be/FZfhzB0j3tQ

 

 

izquierdos.reservados@edgardo.nieves-mieles


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Episodio 104: Una refllexión sobre la migración digital

 

En medio del confinamiento por el Covid 19, así como los meses posteriores a la suspensión del mismo, tuve pláticas continuas con amigas y amigos intentando esclarecer lo que estaba sucediendo y lo que estaba surgiendo de todo esto. Muchas veces descartamos los aportes que nos dan las pláticas, olvidando que son el caldo de cultivo real donde la riqueza especulativa da forma a textos o posiciones. Aquí les ofrezco algunas de mis observaciones, en converzaciones grabadas en mensajes de audio whatsapp, sobre el descarte civilizatorio que ya está en marcha.


domingo, 5 de febrero de 2023

Episodio 103: Aquí no vuelan las alondras, un relato de La Era Pre Shumann


Nada le hará creer que su guerra ha terminado. Un relato de la Segunda Guerra Mundial que insiste en continuar en el presente, en un montaje cinematográfico que te hará ver -escuchando-  las ciudades incendiadas hasta los sótanos.

De mi libro de cuentos La Era Pre Shumann, publicado por Editorial Casasola (Honduras) y La secta de los perros (Puerto Rico).