martes, 10 de mayo de 2022

Los primeros cien días de la compa Xiomara Castro

 

Los primeros cien días de gobierno de la compa  Presidenta Xiomara Castro podrían estar creando un equívoco en las aspiraciones de la resistencia ciudadana a la narcodictadura y, a la vez, un acierto para los detentadores del poder fáctico que podrían estar celebrando la bienvenida de LIBRE y la Alianza al terreno de lo vernáculo.

Por un lado, la Resistencia hecha alianza a través de LIBRE llega al poder desde el más absoluto marginamiento en la esfera pública de la administración del Estado, exceptuando la inclusión de representantes en el Tribunal Supremo Electoral por presiones internacionales durante la etapa final de desmoronamiento del partido nacional. Esto creó un discurso de poder paralelo o de negación que alcanzó su mayor expresión en las urnas. En las urnas de la expulsión. Sin embargo, la negación colectiva a un opresor también crea cultura política si el tiempo de negación es excesivamente prolongado; crea ansiedades colectivas, promesas y furias justas que el aparato sistémico está preparado para diluir. Y ese estadio del poder es el que se acaba de conquistar: una máquina cuyos tornillos y engranajes conocen al dedillo los aún vigentes actores de los pasados doce años, políticos, cómplices y diseñadores del programa de saqueo que no dudan en recitar artículo por artículo de la Constitución que ellos deformaron y conformaron para sí.

El desenlace histórico logrado en las urnas de noviembre pretendía borrar del mapa político hondureño a la más abyecta camarilla de joh y Washington calculó muy bien que extraditar a joh daba como para celebrarlo cien días. Al fin y al cabo, los cien días iniciales son claves para borrar e instalar memorias nuevas: así lo hizo Flavio Vespasiano al inaugurar con cien días de juegos gladiatorios y matanza de animales (venationes) el grandioso Coliseo Romano. Digo: Washington ha creado una matriz en la que la extradición daba el suficiente tiempo para reorganizar su injerencia en Honduras. La contraparte al interior es la maquinaria burocrática, un espacio que, repito, marginó de su participación natural a la nueva generación, quien debió sustituir gradualmente a los funcionarios del Estado. Eso, por supuesto, en un escenario de país sin golpe de Estado y narcoterrorismo. Al no darse ese relevo generacional la maquinaria siguió afinando sus cuchillas en preparación de ese momento -que invariablemente llegaría- de la explosión democrática de un pueblo sometido.

Se pueden, entonces, darse los grandes pasos de restitución ciudadana generacional (aceleramiento de aprendizaje del cómo manejar la cosa pública), pero en la práctica la institucionalidad neoliberal del narcoestado ha erigido una maquinaria de espejismos ávida de egos y capaz de tragarse las mejores intenciones de nuestra justa furia. En una época cuya generación de vanguardia avanza al ritmo de las series de Netflix y de las nuevas apps, la declaración que joh hiciera en la ONU da para esperar el inicio de una mega producción en contexto nacional: Narcos Honduras, sí, la serie que quizá ya estamos actuando en tiempo real con cada extraditado puesto en el avión de la DEA. Hace unos once años corrimos un grave peligro en esta dirección. Sucedía que luego de las grandes movilizaciones de resistencia al golpe de Estado, nos apresurábamos por llegar a casa para ver la repetición de la movilización y represión en los noticiarios de nuestra trinchera y poder decir el “ahí estuve yo”. Era una antesala a lo que el algoritmo de las redes plantea: felicitarnos a nosotros mismos dentro del limitado nicho que nos ceden.

Los poderes fácticos son los que han impuesto los dichosos Cien Días como espacio de tregua. Pero acaso ¿no ha sido una guerra brutal contra el pueblo durante doce años? ¿En qué momento los medios informativos de esos poderes le dieron un respiro a Honduras? Las ansiedades de refundación no pueden quedarse en la ansiedad de cumplirle a los medios oprobiosos, mucho menos en darle un informe de avances estructurales a una sociedad que tocó fondo. Los pilares que se deben reconstruir van desde la básica ciudadanía hasta el estreno de leyes que siempre estuvieron ahí como camisa comprada demasiado pequeña. Pero resulta que el pueblo enflaqueció por hambre, por neurosis, por anomia, y ahora esa camisa sí le queda. Hay que estrenar esas leyes, y una vez aplicadas el pueblo hondureño sabrá ver en qué consiste el fuego purificador sin necesidad de una revolución armada. Porque ese fue el camino que se eligió, la vía democrática, la vía legal para empuñar la ley. El pueblo quiere ver desfilar hacia la cárcel a las hordas de directivos que aún se atreven a evaluar la competencia de nuestras y nuestros compas.

Ya pueden ser mil días de Gobierno con mil logros ciudadanos cada día, y los medios que elevaron a la narcodictadura a categoría de hiperdictadura exigirán más informes y detalles del avance. ¿No es eso caer en el juego de su maquinaria de espejos que llega a juzgar de incompetentes a nuestras y nuestros compas tan solo porque no cuadran con sus expectativas vernáculas? ¿Exigir la más alta prueba de estudios superiores para nombramientos no es darle alabanzas al sistema que valora según el privilegio educativo de cada quién, y esto dentro de una sociedad arrasada que, por milagros continuos, ha conseguido que sus habitantes, presas de todo tipo de humillaciones y atrocidades, aún tengan la claridad de lo que va mal sin necesidad de requisitos burgueses?

Los Cien Días de Gobierno en realidad siempre seguirán siendo el primer día para nuestra justa furia.


F.E.

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