martes, 1 de marzo de 2022

Aquí no vuelan las alondras


 La segunda guerra mundial se desarrolla en la mente del protagonista. Todos deben saber a qué lo ha llevado.

"Cuando abrí los ojos empecé a ver con detenimiento las junturas del encielado de la habitación. Seguía las líneas hasta sus intersecciones y luego continuaba al siguiente panel en una mirada rápida que se fijaba en las hormigas que iban y venían hasta perderse en los pequeños agujeros.
De pronto, la mirada se fue haciendo más veloz. De los agujeros donde se metían las hormigas salía humo. Panel tras panel, mis ojos iban moviéndose como un altímetro enloquecido. Algo me decía que tenía que fijarme en una de las hormigas para detener aquello, pero no lograba hacerlo. Las hormigas se achicharraban como si una lupa gigante pusiera el sol en sus cuerpos. Mis brazos, por el contrario, se comenzaron a poner fríos justo en el momento en que una sombra diminuta empezaba a flotar con un aparente despliegue de forma que bien podría jurar se parecía a la de un avión.
Desde diferentes paneles surgieron, en una sincronía que no dejaba lugar a dudas sobre su cometido, unos brillantes haces de luz similares a finísimas varillas plateadas que se movían como palpando a ciegas mi cama. Me buscaban. Poco a poco fueron coincidiendo en mi pecho y luego subieron hasta mi barbilla. Mientras esto iba sucediendo, no podía moverme sin antes sentir una fuerte resistencia del aire alrededor de mí. Una presión surgida de no sé qué ventilador me apretaba de una manera descomunal y me hacía vibrar, convulso. Quise gritar pidiendo ayuda, pero en lugar de eso salieron de mis labios una serie de cifras e instrucciones que, con voz cada vez más apremiante, urgía a cerrar las puertas de las bodegas y romper formación, romper formación, romper formación."
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