lunes, 25 de octubre de 2021

Dune, de Villeneuve: la inmersión al sistema límbico

 


Para hablar de Dune, en la versión cinematográfica de Dennis Villeneuve, debemos hablar de amplitud, en dos sentidos yuxtapuestos: en la amplitud de su banda musical y en la amplitud de sus planos. Ambos, ya en plena frecuencia, le dan toda su capacidad de inmersión. Porque lo que provoca esa simbiosis entre banda sonora y planos monumentales es la épica visual que dio origen al cine. Hablamos entonces que Dune 2021 privilegia la épica visual y deja que el texto narrativo quede como recurso individual para los cinéfilos y lectores que ya conocen de sobra la saga espacial del siglo 102, fecha en que sucede este relato (año galáctico 10,191) de Frank Herbert.

Villeneuve le cede a la monumentalidad la capacidad de transmitirnos lejanía, tanto como nos afecta entrar a una inmensa catedral gótica o a un cañón. La sensación de pequeñez ante los planos elegidos crea la intemporalidad, y eso le brinda al director la oportunidad de darnos una historia que ya conocemos, pero que nos obliga a imaginarnos una época que, en conjunto, es inaprensible.  El efecto psicológico entonces es sobrecogedor, y la energía desatada por la banda sonora de Hans Zimmer es la acumulación que precede a la revelación, la energía espiritual o catársis que está a punto de desatarse en Paul Atreides.

En ciertos tramos de la película, en especial durante la escena del Duke Leto Atreides paralizado en la enorme mesa donde come, sádicamente, el Barón Vladimir Harkonnen, creí ver una composición del pintor neoclásico francés Jacques-Louis David, versión en el hiperespacio de un Marat sin respuestas (“¿es suficiente que yo sea muy desafortunado para tener derecho a tu benevolencia?”). Luego, ante la música, cuando lograba romper su hipnosis, recordé el estremecimiento del Prometeo, de Ridley Scott, y así, ubiqué la película en una serie de búsquedas que ya nos vienen dando grandes revelaciones a través de Christopher Nolan.

Una vez nos desligamos del portento técnico nos llega la tesis de Frank Herbert: es imposible detener la llegada de nuevas teologías en la medida que la expansión humana transforme el espíritu. Y aún así, la religión de capital se mantendrá intacta. Las mismas especias que empujaron a Cristóbal Colón y a Vasco do Gama serán tan explotadas como el unobtainium, el mineral del planeta Pandora, en Avatar.

Recomiendo esta inmersión a una película absolutamente ajena a las presiones de las series (dura 3 horas, no 45 ni 30 minutos, recuerden), preparen su sistema límbico y permítase recordar todos los estímulos que la banda sonora de Dark o The Witch provocaron en usted. Y claro. Repase la pintura neoclásica. Y de nuevo a Villeneuve.

F.E.

No hay comentarios: