El poeta trágico de Pompeya quiso tener un perro de mosaico. Se suponía que amedrentara para que lo dejaran escribir en paz, pero todos se acercaban a su puerta y comentaban sobre la belleza que ahí ladraba, señalaban cada detalle de aquella maravilla y resaltaban su bravura contenida.
“La furia también es paciente’’– se decían- “La furia del poeta ladra en silencio” – decían otros- y el perro se tensaba listo para despedazar la tarde.
Pasaron los temblores
las cenizas
los bombardeos sobre Pompeya
y los trepidantes turistas se preguntaban
qué obra sobrevivió del trágico poeta.
Ese es el momento en que el guía responde: nada, no sobrevivió ningún escrito,
sólo dejó al perro cuidando que nadie lo molestara.
F.E.
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