Foto: Revista Altazor
Hay un nexo directo entre el gran Jaime Saenz y Benjamín, al menos así lo percibo yo desde que conocí la revista Mariposa Mundial y antes de ella, la poesía de Benjamín. Desde que supe que Benjamín era uno de los editores de tan bella ventana a Bolivia, leí lo que iba saliendo y circulando en las redes de este poeta que ahora es amigo y que conocí hasta el año pasado en el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico. Ese silencio despacioso -si me protejo de decirlo con una de sus evocaciones- es el mismo de su fino sentido del humor y su gran personalidad en el texto. Así es Benjamín como ser humano: si habla es porque frente a él ha visto el renglón donde cruzará hacia uno con tranquilidad. Uno lo ve avanzar por ese mar lineal o ese hilo que es la respiración en las alturas de Bolivia y su memoria. Y viene sonriente, sin pértigas, como la gran poesía que escribe. Así como deben vivirse las palabras en La Paz de Saenz.
La débil música de las suaves cosas
En la alta noche
la débil música de
las suaves cosas.
Mientras el sueño
consuma la quietud
Las torres callan
Los motivos de su
altura.
Cada instante se
estremece
y lo quedo nos
habla con una voz más íntima.
No son las cosas
que no tendremos nunca
Son las que están
Las que estuvieron
siempre
Y hoy
—complicidad contenida—
nos susurran
una familiaridad
irresuelta.
Tortuga
Contemplo el paso
de las horas
sin ferocidad ni
resignación.
Las vidas de los
hombres
—perdidas o no—
me tienen sin
cuidado.
El planeta se
apoya en mi espalda,
mi lentitud es un
premio.
Ceremonial de kiwi
En la certera
devastación de la lluvia
lento y rumoroso
el tiempo
agonía de la
pretensión
canta el impío
kiwi.
Solo
en la íntima
maraña lobular
—vaivenes de ritmo confuso—
encañonado
recuerdo
alas transparentes.
Ascensos
truncados, trastocados
maroma oscura
forcejeo
constante.
En la
intermitencia de la vida
la salvedad
lo inocuo
se estremece el
kiwi
el decantado.
Sobreviviente
Existen por supuesto el fervor
la acometida,
el rugir de la última carga
desesperada
H. D.
A lomo de cañón
cabizbajo
en su jaula de
tosco hierro,
prisionera de
guerra
la plancha de
carbón del regimiento
recorre el
desangrado campo de batalla.
Enumera con horror
los uniformes en
los que
extenuó su diligencia
maternal.
Ya no podría
después de lo
vivido
ya no
acicalar la
formación cubierta de gloria
ni ninguna otra.
Relación nominal
de bajas
Mesas vacías.
La barra
atiborrada de vasos exhaustos.
Cubos de agua con
detergente
balbuceando
protestas trasnochadas.
Sillas durmiendo
la mona
—cansado campamento de refugiados—.
El frío por las
rendijas de la puerta.
Solitario el
barman
con su solitario
café y rubios infinitos
medita,
compasivo
las exaltadas
vidas,
las derrochadas
muertes
de la noche que
acaba.
Sin novedad,
concluye
—desmantelado altar de los desvelos—
la rutina del bar
a las seis de la
mañana.
Primer apunte
Un haz de luz por la mañana, dádiva de la habitación
comparte su gracia como un mendrugo de pan.
En él me froto los ojos
mientras el taciturno aliento del goce abandona
el encierro —(en sí, yerro el deambular por los días
desplegados).
Testimonio de la frustración y el equívoco
los emborronados papeles que el sol amarilla.
Ala perpendicular de la ventana
acoge los desvelos con oreja de caracol y receptáculo.
Hace siglos perdida, la alquimia del remanso
encabalga el horizonte transido
y las armas diminutas, de juguete
asoman por los bolsillos de mi único pantalón
de domingo
ese con el que un día cualquiera
tendré que salir a guerrear.
Novela negra, rosa
Menciono dinero al mencionar fantasía.
Las visiones que arranco a esos papelitos
inevitablemente me dibujan
una sonrisa estúpida
y plegan mi lengua sobre sí misma
hasta el fondo —pozo verde de abyecciones
donde el silencio es
un terremoto desplazado
un pedazo de ladrillo caliente
una boca herida que deberá cumplir promesas
porque somos abundantes en lo incierto, amor.
Muchacha dormida en la mesa de
un bar
Ella es una estatua de hielo caliente
tiene alas de seda petrificada
y es una estatua de hielo caliente.
Su aliento es un abismo elevado
y los puentes tendidos flotan a la deriva
en una danza de cuerpos impalpables.
Polvo de azúcar es lo que respira
y ese aire torrencial de diminutos cristales
afilados
sostiene su perfil, las torres infinitas
el caer de las piedras al agua
como corchos de champaña.
Ríos turquesa acicalan los vientos
y las hojas se arremolinan
bajo su vuelo de niña distraída.
En un reino así
una rendija de escarcha
convida
la mirada conmovida de los otros.
La niebla no existe
el frío es un capricho de la niñez
y el cielo
bordado a mano sobre la tierra
se ensucia
se lava
y se seca.
Pólvora mojada
Un instante a solas y ya garabateo versos.
La respiración agitada,
saltos de mata por palabras enmarañadas
o la visión parcelada del explorador que se
desliza sigiloso
a ras del suelo
intentando no ahuyentar.
Pobre aventura de la dicción y el grafito
a menudo olvidamos que
la caligrafía es un arte mayor —y queda la fauna
librada a su suerte.
Poema final para una antología
Frente a mí
hay un libro
abierto
una mujer
el eco de una
guerra cíclica
una bandera
transplantada
la llamada de la
línea del horizonte
un cielo generoso
el camino al
centro del bosque.
Miles de músicos
tocando inagotables
una triunfal
sinfonía inmensa o
la íntima música
que me levanta cada día.
Algunas —muy pocas—
certezas para un
débil soplo,
que generalmente
pastan libres
fuera de mi vista
en el inmenso
prado de todas las cosas.
—Y los poemas como mares
o como granos de
arena y pedrería celeste.
Frente a mí
también hay
el bullicio de los
amigos
ciertas tardes
llenas de sol
de ciudades
colinas
rostros
la contemplación
reflejada en los estanques de la memoria.
El caminar de
gente que no conozco
algo que se dicen,
un gesto que los muestra dignos.
Y no por último,
algunas dudas
perdidas en el
fondo de un baúl trajinado.
Un mirar de frente
a los hombres
y otra certeza —ésta del corazón—
apaciblemente
recostada a los pies de mi cama:
El mundo es un
sitio para amar.
Benjamín Chávez
(Santa
Cruz, Bolivia, 1971)
Premio
Nacional de Poesía, 2006. Ha obtenido también los premios Luis Mendizábal
(Oruro, 1994) y Edmundo Camargo (Cochabamba, 2013). Ha publicado los libros de
poemas: Prehistorias del androide
(1994), Con la misma tijera (1999), Santo sin devoción (2000), Y allá en lo alto un pedazo de cielo
(2003), Extramuros (2004), Pequeña librería de viejo (2006), Las invasiones perdidas (2012) y El libro entre los árboles (2013),
además de las antologías de su poesía Manual
de contemplación (Antología personal, La Paz, 2009); Arte menor (Monterrey, México, 2014), Cierta perspectiva de eternidad (Buenos Aires, 2018) y Sueños ajenos (San Juan, Puerto Rico,
2019).
Como
parte de un equipo de 3 cronistas y 3 fotógrafos, obtuvo el Premio
Internacional de Crónica Periodística Elizabeth Neuffer, 2011. Ha publicado una
novela La indiferencia de los patos,
(2015), una recopilación de columnas periodístico-literarias Los trabajos y los días (2017) y un
libro de artículos Hibridismo: Vislumbres
del Carnaval de Oruro (2019).
Compilaciones y Antologías: Cambio climático. Panorama de
la joven poesía boliviana (2009) en coautoría con Juan Carlos Ramiro
Quiroga y Jessica Freudenthal. Seis
poetas bolivianos. Muestra de poesía boliviana actual (2016). Letras orureñas. Diccionario de autores
orureños (2016) en coautoría con Carlos Condarco y Martín Zelaya. La música y el viento. Antología de la
poesía en Oruro (2017). El contagio
del fuego. Poesía alemana y boliviana actual (2018) en coautoría con Timo
Berger.
Es director del Festival Internacional de Poesía de
Bolivia, co-editor de la revista de literatura La Mariposa Mundial y director del suplemento cultural El Duende.
1 comentario:
Querido Benjo:tu producción literaria es una clara muestra de tu pasión y amor por la literatura y, eso deci mucho de vos porque sacar a relucir tu sólida formación y gran vocación. Un fuerte abrazo y felicidades. J. Lazzo Valera.
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