Este es el relato que la revista Maga, de Panamá, me publicó el pasado diciembre 2016. Agradezco a su director, Enrique Jaramillo Levi.
Pólvora serás
Por Fabricio Estrada
(hondureño)
I
Algo irreprimible le hacía leer cada pedacito
de noticia que restaba de los petardos.
Siempre fue así, desde que aprendió sus
primeras palabras en la escuela, sentía una especie de humo denso en la cabeza
cuando las barrenderas iban con sus escobas por las calles después de cada
veinticuatro de diciembre. Se preguntaba ¿y si la noticia más importante se
está yendo a la basura? Entonces se interponía entre las escobas y agarraba
puñados de esas florecitas reventadas en que se convierten los diarios hechos
petardos y leía, leía ávidamente en voz alta …ganancias para la compañía, algo…
a caballo entre la reinvención y la gloria… como ahora ¿pero sentimos el
sentimiento del que sufre?... la conciencia popular con su ejemplo… el traje
típico que modelará durante… las barrenderas le daban escobazos en las piernas
mientras él iba metiendo el papel en una bolsa plástica y corría con ella hacia
el patio de su casa.
Con las manos grises por los residuos de
pólvora, desdoblaba los papeles y los desplegaba en un orden inexacto pero con
mucho sentido para su ansiedad. El asunto era serio. Una compañía debió de
crear algo importante, a caballo entre la reinvención y la gloria, algo que
podrá darle a la humanidad la capacidad de sentir el sentimiento del que sufre
y que entrará a la conciencia popular como un traje típico bien modelado
representa a cada país. El sabor ferroso de la pólvora inundaba su desayuno.
Tan deprisa como podía, tragaba como gigante y saltaba hacia la calle
sintiéndose un cohete silbador de los que seguían escuchándose por todos los
barrios de la ciudad.
Supo dónde reunían los bultos de papelillo más grandes por la lógica de
dónde habían tronado con mayor fuerza los morteros y las cebollas. Y ahí
estaban, sí, casi cordilleras hechas picadillo, los miles y miles de fragmentos
y la posible gran noticia que sólo él podría descodificar.
Se lanzó a reunir lo que pudo. Encontró muchos petardos sin reventar y sacando
una cajita de fósforos, reventó cada uno de ellos con la ansiedad más
desconcertante. Las señoras se reían desde las puertas de sus casas; escobas en
mano también, apenas alcanzaban a decirle que no regara nada y que tuviera
cuidado en reventarse él mismo los dedos. Él se molestó y les gritó que
agradecieran lo que hacía, que les iba a dar una noticia un día de estos que
las dejaría con las jetas abiertas. Ante esta respuesta una de ellas dijo, como
si la intuición le susurrara algo: este niño sí que es chispa pero demasiado
explosivo.
Y lo que dijo tenía mucho de razón, porque él
sentía que sus venas eran como mechas y que la rabia fulguraba y encendía
blanquísima en ellas si no comprendían lo que hacía. Ya su papá le había dejado
ir varias tundas ante sus rabietas. ¡No lo ves! ¡No lo ves! ¡No me puedo
concentrar si me están preguntando a cada rato!
Este bulto era prometedor. Los pedazos eran de
morteros de a veinte y de a cincuenta. Muchas esquinas de publicidad, mucha
sonrisa de misses y grandes extensiones de noticias de todo el mundo…la
situación más complicada, ya que al mismo tiempo el origen de desplazados… la
escalada de violencia por parte de… los congresos de ambos países se espera… el
cual ya comenzó a pagarse… la agencia ACAN-EFE en horas de la noche… Hoy su
madre y su hermana sentirán cómo su hogar se hace gigante… ¡Ahhhh, vaya! ¡Aquí
está! Saltó por todos los cuartos y gritó desaforado a todos los que pasaban,
tanto que tuvieron que calmarlo con profunda preocupación. Su mamá lo metió a la
cama, dijo que tenía fiebre y no dejó de abrazarlo hasta no sentirlo
absolutamente calmado. ¿Qué pasa, mi amor? Le preguntó. Con sus ojos en otra
parte, él comenzó a decirle lo que ahora sabía. He leído casi todos los
petardos. En los petardos se escondía una noticia que nos cambiará la vida. La
mamá lo miró con ternura. ¿Para eso ibas a recoger todos esos papeles? Mi amor,
sos tan bello. Pero al mirar que ella se enternecía con clara intención de
considerarlo un juego inocente él se incorporó y se apoyó con tensión contra la
pared; apretando sus labios le dijo: una súper compañía de investigación ha
descubierto algo único, algo que tiene que ver con la forma en que sentimos el
sufrimiento de los demás, no te riás… todos en este país cambiarán, los que se
van del país regresarán todos al mismo tiempo y habrá mucha violencia, tanta
que ni los congresos de los demás países podrán detenerla, lo pagarán, así lo
informarán las noticias, por la noche, y vos y mi hermana, cuando lo sepan,
sentirán que la casa se hace gigante gigantegigante. Abrió los brazos con gesto
exagerado y su respiración se volvió agitada. Al comprender que era mala idea
contradecirlo, su mamá lo dejó, fue hacia el patio y barrió con cuidado todos
los restos que estaban regados. El olor a pólvora era penetrante así que roció
desinfectante y lavó a profundidad el resto de la tarde. Nunca más pudo
quitarse esa extraña sensación que le quedó de las palabras de su hijo. Ni el
olor a pólvora de sus manos.
II
Reventaba a cualquiera por dos mil bolas o menos, según la necesidad.
Luego los envolvía en papel periódico y los sellaba con masquintei. Así los
encontraban al día siguiente y nadie imaginaba lo que ocurría cuando la última
vuelta de la cinta apretaba bien el cuerpo: el sicario leía cuidadosamente las
noticias que cubrían su encargo y anotaba en una libretita lo que leía …sin embargo comenzaría el juego de
ida y vuelta… en un video publicado en las redes sociales… debido a la tardanza
en la ratificación del protocolo… súper mega rematón… en busca de un candidato
único… Luego de darle vuelta y revisar una y otra vez la noticiosa mortaja, se
largaba de ahí pensando siempre que, viéndolo bien, el despachado parecía de
largo un enorme petardo. Llegaba a su casa y se acostaba de inmediato. Soñaba
que le ponía una larga mecha a uno de los tantos que había matado y que luego
soplaba -con paciencia cercana al amor- la pequeña chispa que se iba agrandando
y aligerando hasta detonar al muerto. PUM y los papeles flotaban y él corría
casi como bajo el agua, despacioso, casi una escena melancólica que le
angustiaba mucho porque trataba de leer lo que estaba escrito en los pedazos y
no podía.
Por eso amanecía de muy mal humor. Repasaba lo
anotado en la libretita, pero lo que resultaba de la descodificación no le daba
continuidad a aquello que creyó revelador de niño. ¿Qué diablos podría
significar que el juego de ida y vuelta comenzaría y que se vería en un video
en Facebook? ¿Quién se estaba tardando en el protocolo por causa de las ventas
extraordinarias? ¿Quién era ese candidato único? Apartaba las hojas de los
periódicos que inundaban el taller de cohetería. Despacio, como lo hacía cuando
pensaba profundamente. Ese era su ritmo desde que decidió meterse al negocio de
la pólvora. Tomaba las tijeras con firme lentitud, y recortaba patrones justo a
la medida del petardo que multiplicaría por miles, y no dejaba de observar las
noticias y anuncios hechos trizas, aunque poco a poco sintiera que iban
importándole menos. Debía hacer lo suficiente para vender toda la pólvora que
acumulaba en la bodega, hacer que su madre y su hermana se fueran lo más pronto
al puesto del mercado antes que llegara la competencia y la policía municipal a
decomisarles el esfuerzo. Desde que murió su padre tuvo que redoblar su capacidad de apretujar
la pólvora. Su padre nunca estuvo de acuerdo en que pusiera un negocio que
apenas duraba un mes y eso se lo pasaba repitiendo día tras día. Así fue como
se encendió esa chispa que buscaba camino en la noche hasta estallar en la nuca
del cliente de turno. Un mes sosegado y once meses desatado, se decía para
adentro, no hay de otra, hay que buscar un cuerpo donde meter tanta pólvora
encapsulada dentro de uno. Su padre nunca estuvo de acuerdo, ni cuando le contó
del primero, ni cuando le contó del séptimo, ni cuando llegó a contarle del
treceavo. Lo miraba con rabia y asco en medio del almuerzo, cuando raspaban el
plato con una tortilla quemada y al fondo, la radio decía que habían encontrado
otro cuerpo envuelto en papel periódico. Murió con ese azufre en las últimas
palabras que le dirigió: te van a buscar, sufrirás lo que sufrieron ellos, vos
serás la noticia, cabrón.
Vio cuando los ojos de su padre se fueron
secando y salió rápido del cuartucho a avisar que ya se había muerto el viejo.
Cumplió con cargarlo junto a otros vecinos, cumplió con enterrarlo y recibir
condolencias, luego regresó a la bodeguita para seguir liando petardos hasta
muy tarde, tan ensimismado estaba que dieron las seis de la mañana del
siguiente día y apenas escuchó que algo había golpeado contra la puerta que da
a la calle. Fue a abrir y se encontró con el cuerpo de su padre medio envuelto
en periódicos llenos de tierra. Tierra fresquita. Negra. Se paró despacio a
mitad de la calle para ver quién pudo ir a desenterrarlo. Su madre y hermana
salieron a prisa a gritar el espanto y él no se inmutó. De pronto le vino todo
el sueño que debió tener la noche anterior pero aun así tuvo las fuerzas para
levantar el cadáver y ponerlo sobre una banca en espera de que los vecinos
llegaran a ayudarlo. Fingió no escuchar nada cuando las doñitas empezaron a
decir algo sobre el cuerpo envuelto en periódico, aunque le entró una gran
curiosidad por ver qué noticias traía el cuerpo del más allá. Leyó despacio con
un genial juego de luces… quería apartarse de los dramones familiares… si en
persona ella resultase radicalmente distinta… los choferes tienen que descontar
los gastos de gasolina… el diaconato femenino revelará… Nada nuevo para él que
ya estaba poniéndose harto de esa manía descifradora. Volvieron a enterrarlo y
de nuevo le regresaron el cuerpo a la puerta de la bodega, esta vez con el
empapelado finamente hecho con cientos de recortes de pistolas salidas en las
noticias. El rostro de su padre al descubierto, con su verdosidad porosa, daba
una impresión que él no había sentido hasta ahora. Era lástima, era mutuo acuerdo
en los ojos. Por fin se comprendían y ya era la hora que vinieran por él.
Fue en busca de su libreta y anotó las
oraciones que leyó. Se desligó del segundo funeral y de los desgarradores
gritos de su hermana que le decía que no podía dejarlas solas con ese dolor,
que dejara de estar enrollando eso, que ya nadie le compraría. En ese momento
cerró los ojos y se imaginó que sería mejor que en lugar de tierra cubrieran el
cadáver de su padre con toda la pólvora que tenían allí para luego prenderle
fuego, el fuego más breve e intenso que evitara un nuevo desentierro. Pasó la
mañana y comenzó un calor infernal. Su madre y hermana se había encerrado en el
cuarto detrás de la bodega y murmuraban lo que ya murmuraban en el barrio, que
los iban a matar a todos por todos los que había matado él, que se habían
dejado venir unos mareros desde el norte con el único fin de reventarlo y que
con él se irían ellas también.
Cuando se escuchó el motor de la moto él había
tomado una biblia y la hojeaba por el puro placer de sentir ese papel que no
aguantaría ni para hacer unas chispitas del diablo. En la moto venían a toda
velocidad dos sicarios que se cubrían el rostro con primeras planas, apuntaron
sus akas y la lentitud fue tal que las chispas de las balas pudieron servir
para ponerlas de estrellas sobre un árbol de navidad, tan lentas que las
tomabas en el aire y sentías sus puyitas, tan precisas en buscar el grueso del
polvorín que cuando todo estalló y él giró su rostro hacia atrás pudo ver a su
hermana y su madre corriendo hacia el baño haciéndose gigantes junto a la onda
expansiva de la casa mientras él se convertía en estatua de pólvora.
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