Llega un momento que todo el lenguaje de la urbanidad se fragmenta. Aquello que fue comunicación va siendo borrado por los elementos naturales o por la desidia. Las construcciones van haciendo palimpsesto y ya no quedan más que burbujas de un lenguaje extinto. Quedan así por años y años, como palabras de un pez que boquea fuera del agua. Los signos que ya no comunican revelan lo que en sí ha quedado en la sociedad. ¿Por qué no borrarlos de una vez? No, no hay intención. Que venga el tiempo y sus años y ese silencio tan extraño dentro del país, formado por palabras inconexas y atisbos de modernidad.
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