Imaginémonos que a estas alturas la sociedad hondureña no está polarizada, que su condición es más bien la de una serie de círculos que tienen nombre de partidos políticos y sectores sociales altamente desconfiados o repelentes entre sí. Todos estos círculos giran en torno a la cosa pública en el interés manifiesto de tomar el poder, y este poder, según sus intereses será un poder orientador que emane como conciencia o principio circular totalizador.
En su continuo girar los círculos independientes han formado un círculo mayor cuya dinámica nos los vuelve antagonistas sino que co-dependientes, sinérgicos, unidos, a pesar de su propia interpretación de sí mismos, por el fluir del espacio que comparten. Aún no hay puntos de coincidencia pero el esfuerzo por no colisionar en tan reducido espacio va siendo presionado por una fuerza mayor, muy superior a los círculos: el vasto número de ciudadanías que no giran en torno a la cosa pública sino que fluyen hacia el exterior de los intereses "nacionales" pero que a la vez se mantienen presionando a los pocos residuos circulares que mantienen la fe en enmendar, orientar o dirigir el "nuevo Estado".
Ese círculo mayor va estrechando a los círculos internos hasta que en determinado momento los hace coincidir en sus límites. No es una colisión de intereses, es más bien una integración o una asimilación provocada por la presión del círculo superior. Es en ese momento que finaliza la pugna de los círculos que ahora se muestran minimizados por la mayor dinámica del círculo exterior, que por igual busca "tragarse" o asimilar a las limitadas visiones circulares que han creído siempre ser las destinadas a dirigir la visión global de la existencia del Estado.
La ciudadanía contrapuesta en partidos políticos ha sido confinada a una ilusión de poder. Sólo si se encuentra una coincidencia en los límites de cada una de las expresiones políticas asediadas se podrá enfrentar la dinámica de absorción que está llevando a cabo el círculo superior formado por el crimen organizado, por las voraces trans-nacionales y por el imperialismo o pentagonismo.
En estos momentos -bien lo hemos aprendido a costa de tanta sangre- lograr crear confianza en Honduras y consolidarla es casi un acto heroico, pero hay coincidencias puntuales en todos los sectores minimizados por el círculo atorrante de los violentos, que pueden ser el punto de partida para propuestas integradoras. Nuestra pequeña dinámica de ciudadanía asediada que se defiende en sus últimos espacios civilizatorios puede ir identificando las palabras de hombres y mujeres dispuestas y dispuestos a dar el paso más difícil hacia la consolidación de un frente común, aportando cada quien desde los valores y principios políticos que mantienen en pie sus estructuras partidarias o sectoriales... o nos diluimos irremediablemente en la fuerza centrífuga de nuestro vicio mayor: la desconfianza. Los principios y valores a convocar, por supuesto, son los que definen lo humano y no la simple inercia de una maquinaria política.
F.E.
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