La segunda imagen es la del trance o la fiebre, la de la alucinante escultura de Carlos Thomas de la Cerda, "Legado Maya". Sí, no podía llegar a Tapachula sólo con "Apocalypto", la película que llevaba el Ticabús, había que encontrar la esencia, había que encontrarle la fibra a la selva desaparecida, o despedirme, como sólo pudo hacerlo este anciano con su marimba de 10 siglos de antigüedad: el sueño y la realidad me sonaron a tristes tablas, como mis costillas.
La última imagen ancla es la del interior del viaje. No por nada fueron 20 horas de camino viendo pasar las fronteras como un emigrante más yendo hacia un norte indefinible. El desparpajo, la sensación de ir enlatado, el móvil sueño.
Y luego, por supuesto, el tropel de amistades y voces, el México que no deja de hacer presencia aún en la frontera más al sur. Yo fui hacia el sur, creía que México quedaba al norte, pero el Soconusco es el sur centroamericano. Y la poesía fue convocada para definirlo.
Armando Alanis Pulido (Mex), Sara Castro (CR), René Morales (Mex) y Berona Teotzin (Mex)
Edgar García (Guate), Alexander Socop (Guate), Faby Flores (Mex), Eduardo Hidalgo (Mex) y Marvin García (Guate)
Bitácora en movimiento, Zona Chinamas-Berberena (Guatemala):
Las casa parecieran recogidas de un enorme vertedero de casas. Ya usadas se habitan, ya revolcadas en un fango lejano. Todo es usado, desgastado, oxidado. La gente misma pareciera habitar cuerpos usados por otros para otras angustias. Existe una enorme preocupación por mantener las cosas de uso diario en un estado de herrumbre y polvo. Decenas de talleres mecánicos con la consabida actividad de hombres que fuman ociosos en espera de clientes improbables. Así se gastan bromas del tipo "te toco el trasero y vos me seguís" al son de la guasa homofóbica. Se podrían ir las horas del día en este toqueteo entre machos, entre el naipe y los cigarros fumados y ningún cliente llegaría. Los cambistas de moneda en la frontera lo saben bien. Al igual que los mecánicos se corretean por la aduana frente a los ojos de los viajeros, se pegan pataditas en las nalgas y otros se ríen manoseándose la enorme barriga. En sus manos puede estar todo el viático que desearía un poeta invitado a festival, pero ellos lo cargan ahí, en sus manos, como peces muertos. Mientras hacen esto, se arremolinan en jaurías alrededor del viajero que chequea su pasaporte y, la oferta de cambio de moneda, se hace mientras se insultan en broma entre ellos, siempre en chanza cotidiana, siempre burlándose o insultando entre dientes al pasajero que se muestra indiferente a ellos.
Cuando asumen que nadie cambiará con ellos vuelven a corretearse, hombres viejos mezclados con jóvenes soeces e insolentes, la mayoría de ellos mulatos del tipo que pueblan la costa norte de Honduras y las orillas pavimentadas del El Salvador. Su lenguaje es otro, ni siquiera miran a quien advierten sin dinero. Son como zanates carroñeros.
A medida que el bus se aleja de la frontera, comienza a percibirse la muda de piel del asfalto. De correosa y gris pasa a sedosa y oscura. Todo anuncia a Ciudad Guatemala. Comienzan a sucederse las grandes bodegas y los suburbios de clase alta en medio de los bosques. Las urbanizaciones son las murallas avanzadas de las élites blancas, las que alejan el sur, las que alejan Chinamas. Descendemos por el primer desnivel, el bus ya no vibra. Entramos al enorme espejismo.
"Ya no hay héroes ¿me oyes?, ya no hay héroes:
todos asisten diariamente a una oficina
y son buenos empleados y trabajadores..."
(Miguel Guardia)
Sur-occidente, Guatemala:
Luego del pequeño elevón de Ciudad Guatemala, el sur-occidente empieza a calentar y las grandes plantaciones de caña y caucho comienzan a gritar simétricamente a los cuatro vientos: la agro-industria guatemalteca en todo su auge. hay un punto en medio de la velocidad en que, si uno se concentra, puede alcanzar a ver los nítidos pasillos que forman los bosques de caucho. Su perfecto laberinto. Su pavorosa prisión. No es así con los cañaverales, esa dulce y filosa multitud apretujada que rezuma un vapor verde y viscoso. Allí es el reino del humo y de los machetes, de los mozos indígenas ya absorbidos por la producción despiadada, muchos de ellos aún con sus cortes, pero ya sin color, ya dispersos, ya sin altiplano.
A medida que la frontera con México se aproxima, los negocios a orillas de la carretera van elevando el tono costeño: marisquerías, asados, taquerías, todo ello entrelazado con las más abigarrada colección de moteles, el mayor número que he visto hasta la fecha. El flujo de transfugas amorosos debe ser enorme así como sus urgencias sexuales.
Dentro de mi bus van cinco pollos con su pollera, todos ellos nicaragüenses. Al inicio he creído que su nerviosismo es una probable amenaza de asalto pero todo se termina de explicar cuando una amiga de viaje hondureña me lo dice claramente: entran al baño constantemente porque necesitan aprenderse el guión que les da la pollera para las preguntas y respuestas en la aduana mexicana. De nada les servirá, las autoridades no les dan paso. Sólo logran cruzar dos.
"El Talismán" es un nido de desmanteladores. La impresión que me dan es la de un conglomerado de hombres y mujeres hechos para sacarle la fibra última al viajero. Cada bus que llega es para ellos el transporte de vacas ingenuas o corderos a los que se debe esquilmar lo más rápidamente posible. Actúan y acechan de manera coordinada. Los cambistas acosan, los niños se ofrecen para cargar las maletas, los soldados vigilan, los policías aduaneros se hacen los desatendidos, los turistas de frontera te aconsejan pero todos, todos, todos son "los otros funcionarios" que decidirán si pasás completo o no. Ellos se encargan de sacar la información e identidad a pedazos, ellos son los que saben que no valen pasaportes ni salvoconductos firmados en ninguna embajada del mundo... son pirañas que huelen al ingenuo a leguas, que saborean carne de pollos y polleras, los que lanzan el rumor de "aquí van unos pollitos" (ilegales). Prueban tu miedo pedazo a pedazo y luego lo escupen, hacen la guardia de honor junto a la ventanilla de chequeo, te insisten, miran tu ropa, cotejan la info vía celular ¿y los funcionarios oficiales? Nada, no hacen nada más que poner el sello.
Lograr pasar es librarse de ellos y su maquinaria de desmantelamiento. Lograr pasar la prueba de sospechar de uno mismo. Lograr pasar sin dejar nada, completo el cuerpo, la identidad y la billetera. Pocas veces me he sentido tan vulnerable o pedazo de carne de frontera. El Talismán... ¡Vaya nombre de cantina!
2 comentarios:
hola, me gustaría usar una de sus fotos para un afiche para una asociación; será posible ? Es la del señor con la marimba, me gustó muchísimo...
Por supuesto Christina, utilícela poniendo el crédito de mi nombre, Fabricio Estrada, y por favor envíeme el link de la publicación.
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