Foto: Fabricio Estrada
Para quienes, en Puerto Rico, tenían dudas acerca del
auténtico valor que Washington le da a la isla, la Junta de Intervención Fiscal
se los vine a aclarar: Puerto Rico es nuestra colonia y ya es tiempo de desmontar
las formas.
Pero hay una buena noticia (quizá nada buena para mucha
población boricua): Puerto Rico regresa al seno de una Latinoamérica esencial,
aquella que sufre los embates de la política exterior estadounidense con todo y
sus directrices imperialistas, es decir, entra en la inercia del dominó
progresista que va cayendo desde Honduras, Haití, México, Paraguay, Argentina,
Guatemala y Brasil, todos ellos y ellas países intervenidos y puestos a prueba
bajo una estrategia hemisférica para la recuperación del patio trasero.
Hay un tiempo para ser colonia y otro para ser Estado
Asociado, entonces. Se es colonia cuando hay que imponer medidas y se es Estado
Asociado cuando se debe jugar a las elecciones y a su democracia bipartidista.
En cualquiera de los exámenes que pase Puerto Rico bajo este formato no tendrá
respuesta positiva porque su condición política es de limbo. Por supuesto que
en otros países latinoamericanos vivimos bajo esa misma condición producto del
avasallamiento de nuestras soberanías por parte de los Estados Unidos. Las
diferencias son apenas conceptuales y de ingreso. Por ejemplo Honduras. Cuatro
bases militares imperiales en su territorio (Palmerola es la mayor de todo el
continente fuera de Estados Unidos), una casta política entreguista desde que
se conformó como enclave bananero en 1906 y una embajada pentagonista que da la
agenda del mes con solo mandar un twitter (“Estamos
muy satisfechos del ejemplo democrático del presidente… lo apoyamos” o
viceversa) ¿De ingreso? Claro, la
colonia oculta y miserable de Honduras no tiene ayudas federales ni estatus
migratorio a favor, ni ciudadanía americana, ni soldados nacionales sirviendo
al US Army en brigadas completas, ni veteranos con pensión, ni saturación de
automóviles que evaporan el transporte público, ni supermercados gloriosamente
repletos que no logran vender lo que tienen, ni Expresos donde el puertorriqueño habita constantemente móvil pero
desconectado de sus congéneres… ni tanta casa vacía como producto de la
emigración masiva o de la especulación inmobiliaria… Pero creo que las
diferencias de ingreso comenzarán a ser menores por los recortes que traiga la
PROMESA. Y de ahí para allá, sólo el pueblo salva al pueblo.
Porque la PROMESA es, como en todo el sistema de élites
capitalistas globalizadas, salvar a la élite capitalista globalizada y no al
que consume marcas y oropeles. Nadie desearía ver a Puerto Rico hundirse en la
vorágine en que se encuentra Honduras (la pobre otra cara de la moneda
colonial), pero al caer en los recortes y desempleo tipo Macri (digámoslo:
desempleo macriano) Borinquen huirá
en masa hacia el norte, atravesarán todos los estrechos y cabos que se le
pongan al frente y, si es posible, cruzarán todo el territorio cubano como
indocumentados hasta recrear un nuevo Mariel de alucinante singularidad.
Nadie quiere desear tanto mal para la bella pero adormilada Borinquen,
pero si el pueblo es dejado a un lado del rescate que PROMESA viene a darle a
los roselló, la violencia irá paulatinamente acrecentándose producto de la
desesperación de los que ya tienen muy poco y de los que caerán en bongie desde la clase media a condición
de inmigrantes dentro de su propio país. Así sucedió en Centroamérica y así se
asustaron los argentinos cuando el Corralito. México lo conoce muy bien, y la
Venezuela acosada imperialmente por la especulación de precios y acaparamiento
de productos lo sabe mejor. Ellos tienen más roselló que la isla, no lo duden.
Si algo hay que Temer hoy por hoy en Puerto Rico, es a la
PROMESA. Ni la Ley de Cabotaje abrió a la isla al mundo, ni las buenas
condiciones hicieron que regresara la diáspora. Puerto Rico debe regresar a
Latinoamérica, pero no sufriendo lo que nosotros hemos sufrido.
Fabricio Estrada
Honduras