Una en un
millón
Marco Polo
cuenta de sí mismo en ¨El libro de las maravillas del mundo¨ que ¨el hijo de micer
Nicolás aprendió tan a la perfección la lengua y costumbre de los tártaros (así
les decía a los mongoles) y su literatura, que a todos causaba maravilla. Pues
desde su llegada a la corte aprendió a escribir y a hablar cuatro lenguas¨.
Cuando el libro fue publicado en Venecia, sus compatriotas se lo tomaron a risa
y le apodaron ¨Marco miglione¨, Marco millones… de mentiras. Pero
lo cierto es lo evidente que los siglos demostraron a los de la pequeña islita
de mercaderes de Ta Qingguó, como así conocían en Catay a los occidentales.
Todo eso se me cruzaba por la mente cuando me sorprendió la gran estatua de
Marco Polo que se erige en uno de los patios de ingreso a la Universidad de
Lenguaje y Cultura de Beijing. Ahí estaba él, vindicado como uno de los
primeros artífices de la apertura al mundo de China, embajador de las lenguas,
traductor universal de la más inmensa curiosidad mutua. Quería brincar de alegría
y llamar en ese justo momento a Guillermo Díaz, allá en la Sabanagrande donde,
hace muchos años, leímos juntos ¨El Viajero¨, de Gary Jennings, justo la novela
histórica sobre los Polo y su llegada a Khanbaliq, luego llamada Dadu y
finalmente Pekín. Por la noche le escribiría y le contaría de este inesperado
encuentro y él me respondería al mensaje con un efusivo ¡salúdeme a Kublai! Y
caramba, le saludé todo después, a los patos de los estanques en el bellísimo
parque de las flores allende mi hotel, le saludé al trono del último emperador
en la Ciudad Prohibida (Zǐjìn Chéng 紫禁城 ) y saludé a la eternidad justo
cuando ponía mis manos sobre las escamas del dragón infinito de la Gran
Muralla. Tenía esa necesidad de saludar, agradecer y palpar, poner polo a
tierra a todo aquello que se desbordaba vertiginosamente desde los libros que
fui leyendo en la infancia. Debía sentirlo en mis manos, la aspereza de la
piedra gris, las hojas caídas de los mil árboles recién trasplantados en Beijing,
las gotas de agua de la mariposa que irrigaba el patio al lado del Pabellón de
la Armonía Suprema. Al fin sentía la traducción exacta en el lenguaje del
tiempo y se lo iba contando a mi abuela, a mi madre, a mi tía Lauren, que
aparecían desdobladas entre imágenes de nuestros viajes a Esquipulas,
Guatemala, cuando llegábamos a aquel parque escuchando las innumerables lenguas
mayas antes de entrar al santuario.
Y es que,
también, no pude dejar de crear una imagen acrónica sobre cómo se vería el
esplendor de México-Tenochtitlán de haberse mantenido la continuidad
civilizatoria y se hubiera conservado el Recinto Sagrado destruido hasta los
cimientos porla barbarie religiosa de los invasores. Así lo percibí en el
primer golpe estético, al entrar a la plaza de la Ciudad Prohibida por la
Puerta del Midi. Construidos ambos alrededor de la misma época (entre 1409 y
1420 la Ciudad Prohibida, y el Recinto Sagrado tenochca entre 1325 y 1519), nos
hemos perdido de tener en Mesoamérica un incalculable centro de peregrinaciones
continentales gracias a la devastación de los invasores ibéricos y sus aliados.
Si Teotihuacán se mantiene en conservación y ampliaciones de recuperación ¿cómo
debió sentirse la vibración arquitectónica de haber sobrevivido Tenochtitlán
con todo y el Palacio de Moctezuma y sus canales? ¡pues así! ¡justo así!, me
decía, y miraba la amplitud en dos dimensiones superpuestas, y lastimosamente,
veía con los ojos de Bernal Díaz del Castillo para poder acercarme a esa
coincidencia posible de estupor inexplicable que se alzaba en pabellones rojos,
tejados vertiginosos coronados por dioses monos conjuradores de las tormentas y
la avalancha de turistas internos, la mayoría llegados desde las provincias más
lejanas de Zhungguó, muchos de ellos con la banderita roja en su mano de
campesinos victoriosos que, contrario a aquellos invasores de 1519 en México,
sustentaron el mandato de conservación de las autoridades para que el antiguo palacio
que esclavizó y humilló ahora solo sea parte de un museo vasto, solo presente
en la voluntad de no regresar jamás a él como vasallos.
Subí las
gradas de mármol a comprobar el tiro de cámara de Vittorio Storaro, el
fotógrafo de ¨El último emperador¨, de Bertolucci. Medí el plano con un ojo
cerrado y encuadrando la palma de mis manos, como instruye el divino mandato de
los que amamos el cine y, en seguida, me dirigí a la barda que separa la
plataforma de acceso del Trono Imperial, el mismo donde el Pu yí de la película
escondiera el grillo. Miré hacia atrás y pude ver la llegada de mis compañeros
de Seminario, todos con el rostro iluminado más allá del inclemente sol que
daba sobre ellos. Casi todos repetían lo que también yo me decía, como un
tantra: ¨Esto es increíble, no me lo van a creer¨. Y sí, Marco Miglione
regresaría a Honduras, y con seguridad le costaría un mundo, si no dos,
detallar todo lo que vio. Mientras tanto, por todos los rincones del patio
exterior, las más hermosas jóvenes vestidas con el hanfu (vestido
tradicional que vive un resurgimiento luego de tres mil años de uso) buscan el
mejor spot para sus fotos a publicar en sus redes sociales. Una hora antes,
desde el autobús, miraba intrigado a las muchachas vestidas con hanfu
dirigiéndose a los accesos del Gùgōng Bówùyùan (故宫博物院, Museo del Antiguo
Palacio).
Creo
que la pregunta más acuciante en mí era sobre el cómo no se contradecía la idea
de una China Popular comunista con estas muestras de atracción hacia la cultura
cortesana del imperio. Aquellas muchachas estaban en todas partes, en el metro,
sobre motos eléctricas, caminando celular en mano y atravesando los pasos de
cebra, todas ellas emocionadas por su inminente sesión de fotos. Y la respuesta
estaba en la consigna del rejuvenecimiento de China dentro del cultivo de la
tradición y el incentivo de la innovación regulada por las políticas centrales
del Politburó. ¨China es nueva cada día, tanto que nos cuesta seguir su ritmo¨,
nos decía el director del Centro de Sinología Mundial en su charla de
bienvenida. Y es que el tiempo socio histórico que regula la Asamblea Popular Nacional
actúa similar a la normativa de una China con un único huso horario (son las 5:
am en Beijíng y son las 5:00 am en Kashi, ciudad en la provincia más occidental
del país, aún y cuando para todos los demás países del área transcurra el sol
del atardecer, pero en China sea el sol del amanecer). Así, lo nuevo converge
con el pasado y con la idea de un futuro firmemente anclado en la voluntad
política y en el empuje de profesiones innovadoras que esas mismas muchachas
vestidas con el hanfu ejercen. Todas marchando sincronizadas tras el
mismo sol. De esta forma, al quitarse sus hanfu, las muchachas del Tik tok
continúan imparables en su búsqueda diaria de futuro, sin vanagloria cortesana,
solo la simplicidad de disfrazarse un momento de pasado, apropiarse de sus
siglos rejuveneciéndolos y aceptar las muchas Chinas que fueron para que la
Revolución sea hoy el fenómeno político y cultural más asombroso del actual
siglo.
Durante
400 años
los
niños de Dadu
recortaron
jirafas en papeles amarillos
esto
gracias al cuarto viaje de Zheng He al Feizhou
Corría
el año de 1414 sucedía algo histórico
y
la primera jirafa no lo sabía
mantuvo
alzado su cuello
hasta
el mismo momento
en
que fue obsequiada al emperador Yongle
quien
la consideró altiva
por
no inclinarse ante él
¨Así
es su costumbre en las sabanas de Feizhou
no
lo tome a mal, es como un dragón vegetariano¨
-le susurró Zheng He
Los
niños de Dadu
siguieron
recortando la primera jirafa
que
llegó a China
algunas
veces con el cuello más corto
otras
veces más largo
-del
chirrido de las tijeras las urracas crearon su idioma-
pero
el emperador jamás apareció en sus diseños
aun
fuera él quien la nombrara qilin
buen
presagio
escalera
para subir a la luna
luna
en puntillas para mirar el mundo.