Arrival:
el tiempo nos habla
“Sólo
somos capaces de predecir desde el pasado” (S. Hawking)
Arrival (La
llegada, por su título en español) es una de las más introspectivas películas
de Denis Villaneuve y, en mi forma de verla y sentir su signo, un homenaje más -versionado
en su genialidad- a 2001 Una odisea espacial, de Kubrick y Clarke. En Arrival, del novelista de origen chinoTed Chiang, se nos plantea entrar al monolito, esta vez flotante, pero tan enigmático como
el original entre los homínidos de 1968. ¿Qué había adentro de aquel monolito? Estrellas.
¿Qué encuentran la lingüista Louise Banks y el físico Ian Donnelly dentro de la
enorme nave? Los habitantes de esas estrellas. Los homínidos ya evolucionados
palpan el material con que está hecho el asombro, la otredad profunda del
espacio sideral. Entran en él y el tiempo y el espacio definen sus caprichosas
condiciones, casi como una respuesta existencial a la propuesta de supercuerdas
en Interestelar.
“El
lenguaje es lo primero que se despliega cuando inicia un conflicto”, explica la
doctora Louise al acertar en la traducción del sánscrito “gavesti”, que
literalmente significa “deseo de más vacas”. Esta explicación se da a resultas
del temor que los militares a cargo de la misión de contacto tienen sobre las
intenciones posiblemente hostiles de los alienígenas, y si lo que se está
desarrollando es un protoconflicto entonces ¿los alienígenas llegan a la tierra
para abordar el conflicto del deseo humano? ¿Llegan para moderar el deseo
humano por más vacas o para saciar ese deseo insondable que aborda a nuestra
conciencia cuando, como Van Gogh, vemos una noche estrellada y queremos ver más
en lo infinito, deformar a nuestro placer el espacio-tiempo? Louise encarna ese
conflicto íntimo -aunque universal- que terminará siendo clave para el
desenlace de la historia. Una historia de temperancia.
Una de las
escenas de revelación más famosas del cine fue aquella de los paleontólogos de
Jurassic Park al momento en que el contraplano nos muestra por primera vez al
diplodocus y su manada, renacidos gracias a la animación más fiel hasta la fecha.
El asombro que Spielberg nos logró transmitir con los dinosaurios vuelve a
estar presente con la solemne aparición de la nave en Arrival, pero más allá, y
esencialmente, con la revelación física de los alienígenas, especie de pulpos
sabios y comedidos, llenos también de la idea humana de inocencia que solemos
dar a los animales para evitar disminuirnos ante su inteligencia. Pero esto se
hace trizas cuando los visitantes comienzan a mostrar su lenguaje escrito,
tinta de mar, al fin y al cabo, efímera y soluble como los sueños cuando
despertamos a la realidad.
La
denominación que los militares le han dado a las naves es “shelled”, cascarón
en español, ofreciéndonos la descripción de un organismo oculto que estamos obligados
a exponer, revelar, como el lenguaje mismo. No resulta entonces caprichosos que
los alienígenas sean tentaculares, pinzas letradas de un cangrejo ermitaño que
también demuestran su mortalidad al desaparecer de escena, por muerte, uno de
los encargados del contacto con los humanos, quizá muerte paralela en el tiempo
al de la hija de Louise.
La lectura
sociopolítica no se le escapa a Villeneuve: de todas las naves que aparecen
alrededor del planeta tierra, la única que sufre un atentado terrorista
fundamentalista religioso, es la nave que aparece en Estados Unidos, volviendo
a lo que ya medio mundo reconoce en la psiquis colectiva de los
estadounidenses: el temor a lo externo, ¡y vaya que hay temor! Los alienígenas
demuestras ser, además de inteligentes y sabios, bastante sutiles, y las
sutilizas culturales no van bien con los norteamericanos. Los heptápodos son el
enigma absoluto y la bondad posible debe enfrentarse con las armas preventivas.
“No hay ninguna relación entre lo que un heptápodo dice y lo que un heptápodo
escribe”, nos dice la lingüista Louise. “Lo que nos escriben es escritura
semiasográfica, es decir, que nos transmite significado y no representa
sonidos. A diferencia del habla sus logogramas son atemporales”, y es por esto
que el idioma humano más cercano a lo atemporal es el chino y es este idioma,
con su civilización, a la que prefieren acercarse los alienígenas para
revelarle a Louise su destino privilegiado para salvar la humanidad de la
autodestrucción. El general chino que desactiva la guerra inminente entre
occidente y oriente se acerca al oído de Louise para revelarle lo que le dijo
en su desesperada llamada desde la base militar. Ella le hizo reconocer lo
atemporal. El asombro de la relatividad y la inocencia como signo cuántico. “Papá
y mamá hablan con animales” dice en uno de los flashbacks inversos la hija de
Louise en el futuro.
Una lengua
como el inglés actual en su hegemonía consumista, lleno de siglas y simplificaciones
funcionales, reduce todo lo que ve, lo abrevia, lo fragmenta, le quita -en gran
parte mecanicista- sus evocaciones más sensibles y le da a la hipótesis lingüística
de Sapir-Whorf (hasta qué punto el
idioma que hablamos determina nuestra visión del mundo) su mejor conjetura
dentro de la película ¿El tiempo concebido y hablado siempre será el amor que
atraviesa todas las dimensiones, como en el Interestelar de Nolan? ¿Ese amor,
que vale la pena vivir aún conociendo su final, se adelanta siempre al propio
corazón? Hannah tendrá que morir de manera infinita y circular como lo es el lenguaje
escrito de los heptápodos, como palíndromo es su propio nombre. Arrival nos
propone de fin a principio, aprender el idioma de lo que viene de las
estrellas, el lenguaje del feto en 2001 una odisea espacial. “Si aprendes
heptápodo -nos dice una Louise aturdida a mitad de la película- es posible ver
el tiempo como lo ven ellos”.
Ver Arrival
es darnos un tiempo para ver el mundo como nunca lo hemos hablado.
F.E.
Septiembre, 2024