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sábado, 21 de septiembre de 2024

Arrival: el tiempo nos habla

 


Arrival: el tiempo nos habla

“Sólo somos capaces de predecir desde el pasado” (S. Hawking)

 

Arrival (La llegada, por su título en español) es una de las más introspectivas películas de Denis Villaneuve y, en mi forma de verla y sentir su signo, un homenaje más -versionado en su genialidad- a 2001 Una odisea espacial, de Kubrick y Clarke. En Arrival, del novelista  de origen chinoTed Chiang, se nos plantea entrar al monolito, esta vez flotante, pero tan enigmático como el original entre los homínidos de 1968. ¿Qué había adentro de aquel monolito? Estrellas. ¿Qué encuentran la lingüista Louise Banks y el físico Ian Donnelly dentro de la enorme nave? Los habitantes de esas estrellas. Los homínidos ya evolucionados palpan el material con que está hecho el asombro, la otredad profunda del espacio sideral. Entran en él y el tiempo y el espacio definen sus caprichosas condiciones, casi como una respuesta existencial a la propuesta de supercuerdas en Interestelar.

“El lenguaje es lo primero que se despliega cuando inicia un conflicto”, explica la doctora Louise al acertar en la traducción del sánscrito “gavesti”, que literalmente significa “deseo de más vacas”. Esta explicación se da a resultas del temor que los militares a cargo de la misión de contacto tienen sobre las intenciones posiblemente hostiles de los alienígenas, y si lo que se está desarrollando es un protoconflicto entonces ¿los alienígenas llegan a la tierra para abordar el conflicto del deseo humano? ¿Llegan para moderar el deseo humano por más vacas o para saciar ese deseo insondable que aborda a nuestra conciencia cuando, como Van Gogh, vemos una noche estrellada y queremos ver más en lo infinito, deformar a nuestro placer el espacio-tiempo? Louise encarna ese conflicto íntimo -aunque universal- que terminará siendo clave para el desenlace de la historia. Una historia de temperancia.

Una de las escenas de revelación más famosas del cine fue aquella de los paleontólogos de Jurassic Park al momento en que el contraplano nos muestra por primera vez al diplodocus y su manada, renacidos gracias a la animación más fiel hasta la fecha. El asombro que Spielberg nos logró transmitir con los dinosaurios vuelve a estar presente con la solemne aparición de la nave en Arrival, pero más allá, y esencialmente, con la revelación física de los alienígenas, especie de pulpos sabios y comedidos, llenos también de la idea humana de inocencia que solemos dar a los animales para evitar disminuirnos ante su inteligencia. Pero esto se hace trizas cuando los visitantes comienzan a mostrar su lenguaje escrito, tinta de mar, al fin y al cabo, efímera y soluble como los sueños cuando despertamos a la realidad.

La denominación que los militares le han dado a las naves es “shelled”, cascarón en español, ofreciéndonos la descripción de un organismo oculto que estamos obligados a exponer, revelar, como el lenguaje mismo. No resulta entonces caprichosos que los alienígenas sean tentaculares, pinzas letradas de un cangrejo ermitaño que también demuestran su mortalidad al desaparecer de escena, por muerte, uno de los encargados del contacto con los humanos, quizá muerte paralela en el tiempo al de la hija de Louise.

La lectura sociopolítica no se le escapa a Villeneuve: de todas las naves que aparecen alrededor del planeta tierra, la única que sufre un atentado terrorista fundamentalista religioso, es la nave que aparece en Estados Unidos, volviendo a lo que ya medio mundo reconoce en la psiquis colectiva de los estadounidenses: el temor a lo externo, ¡y vaya que hay temor! Los alienígenas demuestras ser, además de inteligentes y sabios, bastante sutiles, y las sutilizas culturales no van bien con los norteamericanos. Los heptápodos son el enigma absoluto y la bondad posible debe enfrentarse con las armas preventivas. “No hay ninguna relación entre lo que un heptápodo dice y lo que un heptápodo escribe”, nos dice la lingüista Louise. “Lo que nos escriben es escritura semiasográfica, es decir, que nos transmite significado y no representa sonidos. A diferencia del habla sus logogramas son atemporales”, y es por esto que el idioma humano más cercano a lo atemporal es el chino y es este idioma, con su civilización, a la que prefieren acercarse los alienígenas para revelarle a Louise su destino privilegiado para salvar la humanidad de la autodestrucción. El general chino que desactiva la guerra inminente entre occidente y oriente se acerca al oído de Louise para revelarle lo que le dijo en su desesperada llamada desde la base militar. Ella le hizo reconocer lo atemporal. El asombro de la relatividad y la inocencia como signo cuántico. “Papá y mamá hablan con animales” dice en uno de los flashbacks inversos la hija de Louise en el futuro.

Una lengua como el inglés actual en su hegemonía consumista, lleno de siglas y simplificaciones funcionales, reduce todo lo que ve, lo abrevia, lo fragmenta, le quita -en gran parte mecanicista- sus evocaciones más sensibles y le da a la hipótesis lingüística  de Sapir-Whorf (hasta qué punto el idioma que hablamos determina nuestra visión del mundo) su mejor conjetura dentro de la película ¿El tiempo concebido y hablado siempre será el amor que atraviesa todas las dimensiones, como en el Interestelar de Nolan? ¿Ese amor, que vale la pena vivir aún conociendo su final, se adelanta siempre al propio corazón? Hannah tendrá que morir de manera infinita y circular como lo es el lenguaje escrito de los heptápodos, como palíndromo es su propio nombre. Arrival nos propone de fin a principio, aprender el idioma de lo que viene de las estrellas, el lenguaje del feto en 2001 una odisea espacial. “Si aprendes heptápodo -nos dice una Louise aturdida a mitad de la película- es posible ver el tiempo como lo ven ellos”.

Ver Arrival es darnos un tiempo para ver el mundo como nunca lo hemos hablado.


F.E.

Septiembre, 2024