jueves, 23 de julio de 2015

Rolando Kattan - Honduras



Leímos juntos cuando se tenía que cargar las sillas del público y convocar a viva voz, leímos juntos cuando había que callar al mar y su lamento sordo, leímos juntos para conjurar con la palabra nuevos espacios para la poesía... en fin, sé que Rolando no ha encontrado mayor razón para vivir que la poesía y cuando empezó su oficio de minotauro, ordenó sus libros a modo que cualquiera se perdiera, los ordenó de tal forma que el laberinto terminó por salir de su casa y organizó el urbanismo de su entorno, levantó el asfalto y llegó hasta la tumba lejana que ya empezó a construirse para que lo acompañe en su recorrido hacia Seth. Su sed es insaciable -ama demasiado el limón- cuando se trata de libros y entra en estado de trance cuando defiende un poema. Ha llevado una letra azarosa, como corresponde a quien decide conquistar el verso subiendo la ladera más arriesgada, pero ha sabido aguantar el vértigo y llegar a esa lugar de escaso oxígeno pero de claridad inapelable. Ahí se detiene Rolando, en la cornisa donde han quedado muchos alpinistas de nuestra poesía. Se detiene y avanza con soltura, ya sin ningún tipo de cautelas, apropiándose de la parte más lúdica de las ideas y relanzándose a despecho de los que caen.
Dueño de sí mismo, Rolando Kattan ha sabido darle a nuestra poesía una lección de tenacidad y de conquista especial, no sólo a través del texto si no que también a través de la divulgación y gestión de la palabra. Cuando quede el último libro dentro de Honduras, estoy seguro, Rolando sabrá encontrarlo, admirarlo y conversarlo. Quizá al ser el último libro también tendrá que ser él uno de los últimos lectores -como en Piglia- y, por ende, en ese momento, sabrá que su poesía ha sido el homenaje más íntimo y silencioso que por estos rumbos se le haya hecho a la lectura y a su fascinación.

Los siguientes son poemas de su poemario Animal no identificado.

EL HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA TIERRA 

mi cabeza
pudo ser
una cruz
pudo ser mármol
mi cabeza pudo ser
un desierto

pero tú insistes en embellecer 
mi cabeza 
como las flores insisten 
en embellecer las tumbas olvidadas 

mi cabeza
también
pudo ser enterrada en Spoon River
pudo ser asfixiada
en algún viejo libro
pudo ser la cabeza de Yorik
pudo ser cabeza
o pudo
no ser nada

pero tú insistes en embellecer 
mi cabeza 
como las flores insisten 
en embellecer las tumbas olvidadas



TRATADO SOBRE EL CABELLO

todas las cosas grandes
inician con una idea en una cabeza despeinada
como pudo –por decirlo así- crear Dios el universo con una cabeza engomada
¿qué habría hecho Noé adentro del arca con una cabeza de mayordomo
o Jesucristo en el monte si sus cabellos no se hubiesen entrelazado con el viento?

Heráclito salió del río tan despeinado como Arquímedes de la bañera
y a Sócrates y a Platón les crecía sobre su calvicie una cabellera desorbitada
es sabido que Homero murió arrancándose los pelos de desesperación
y que Cervantes Quevedo y Góngora se peinaban
como Shakespeare solamente el bigote

Juana de Arco ardió más fuerte en la hoguera por su aguerrida cabellera
y en la antigüedad
los primeros hombres en sembrar el café y el maíz
los chamanes y los sacerdotes
los que tallaron en las lejanas piedras los primeros poemas
todos son parte de los anónimos despeinados de siempre

después
a Newton lo despeinó una manzana
a Tomás Alba Edison la electricidad le puso los pelos de punta
Bach disimulaba su melena con una peluca
y Leonardo Da Vinci se despeinaba también las barbas

todos los ángeles del cielo las hespérides las musas
las sirenas y las mujeres que saben volar
todos y todas tienen extensas cabelleras destrenzadas

en la historia reciente
Albert Einstein fue el más despeinado del siglo XX
y Adolfo Hitler por supuesto el de los cabellos más ordenados
pero las cosas grandes también son cosas sencillas
como aquellos que llegan a casa apresurados por despeinarse
o los niños cuando aprenden del amor despeinando a sus madres
es obvio que los sueños nacen en la cabezas dormidas
porque siempre están despeinadas

y los amantes que sobre todas las cosas se despeinan
cuando se besan y se aman
por eso les digo:
hay que desconfiar de un amor que no te despeina



ANIMAL NO IDENTIFICADO 

no entraron en El Arca:

las jirafas
que en un principio tenían el cuello corto
y que cabizbajas andaban por la selva anhelando
las hojas más altas

el Dodo y el Solitario de Rodríguez
que olvidados en las islas inhabitadas del océano Índico
renunciaron a la divina gracia del vuelo

los cisnes negros
porque no fueron creados por Dios sino por un poeta

todos los peces
las grandes ballenas
y los más pequeños organismos
en el ojo de una niña que llora

tampoco los dragones unicornios y pegasos
de las aves sólo las domésticas
las gallinas los gansos los patos el gallo
y como consta en las sagradas escrituras: la paloma

se quedaron afuera los centauros
las nereidas los faunos y los animales esféricos de Borges

porque eran muchos y muy grandes
también
la mayoría de los dinosaurios

pero de todos los animales que entraron
no reconozco al animal que recorre mi cuerpo



HOY MIS PIES PESAN TANTO 

hoy mis pies pesan tanto
que a cada paso
—con la tierra al cuello—
el cielo es ahora el único horizonte

hoy mis pies pesan tanto
que en vez de huellas van dejando tumbas



KIRIBATI 

Kiribati es una isla en medio del océano Pacífico
integrada por un grupo de 33 atolones coralinos y una isla volcánica,
(Banaba) según lo han escrito en la Wikipedia
siempre quise escribir sobre esa isla
quizás algún poema que titulara: Viaje imaginario a Kiribati
pero Kiribati ya no es El Futuro
desde el 2011 es el último lugar del planeta
en dar la vuelta al calendario
después de ser el primero

y lo que yo quería era estar un día delante de la vida
viajar a Kiribati el día de mi muerte para no morirme
ser el primero en decirle te amo a una mujer en un año nuevo
quería viajar al futuro para encontrarme al niño que habité en el ayer
y guardar como en una bolsa de canicas
24 horas más para hacer lo que quiera
Kiribati decidió de pronto ser el pasado
ya no quiero ir a Kiribati



ENRIQUE PAREDES 1891 

El pan se horneaba sobre el noble fuego de la leña
y Enrique Paredes posó en 1891
para un retrato que dedicó así: Para mi simpática amiga Leonor
como un débil testimonio de mi amistad
Enrique Paredes la desposó y de esa unión
nació la madre de mi padre: Evangelina
guardo ese retrato contra el olvido
y a veces lo comparto entre vino y palabra

temprano o tarde todos se refieren a la hermosa caligrafía
al elaborado y lento dibujo de cada letra
solemne y cuidadoso
con la misma delicadeza
que se acomodan los panes sobre el noble fuego de la leña
así se escribía entonces
y las palabras calzaban
como calzan los nenúfares de los estanques de Monet



LAS CORBATAS SUPERAN AL IDEAL DE BELLEZA 

se encarnan
y se vuelven otra lengua
por donde deslizan las palabras que no digo
no en vano están llenas de misterio y absurdo

¿quién puede hablar con una corbata anudada en el cuello?
por eso las oficinas son mudas y pintadas de blanco

¿quién ofrece su cuello para llenarse de gracia?
con ellas mi rostro es un perro cansado
y mi lengua una lengua bordada de silencios



PETER BELLERBY 

Peter Bellerby es un artesano británico 
que aun fabrica globos terráqueos a mano, 
uno de los últimos de su especie. 

El País de España 
1 de mayo 2013 

también mi oficio ha caído en desuso como el de un pregonero
o como las farolas apagadas

pienso en Peter Bellerby pintando con una acuarela el mar del Norte
y siento entonces la tristeza del librero
la melancolía del hombre que se quedó tocando el acordeón en las esquinas

¿cuántas veces me detuve en un café a leer un libro
cuantas frutas corté del árbol de la vida?
en mi cuenta visité más supermercados que bibliotecas

siento hoy la tristeza de un hombre que dibuja la nieve de los Himalaya
yo que he querido viajar a Kiribati
que como Montejo he querido plegar un mapa para conocer Islandia
y al final recobrar la fe en un oficio que se cree muerto

y hacer también el mundo más pequeño
más pequeño y más quieto


Rolando Kattan, Tegucigalpa, 1979. Cofundador del Colectivo Paíspoesible, es miembro de la Comisión Permanente de los Juegos Florales de Tegucigalpa, así como uno de los pilares del Premio Europeo Hibueras de Narrativa, promovido por las Representaciones Europeas en Honduras. Integra igualmente la Directiva de la Fundación para el Museo del Hombre Hondureño y el Comité Pro Monumentos a Juan Ramón Molina (en sustitución de Mario Hernán Ramírez, fue elegido en abril del 2015 como Presidente del Comité).
Hasta fechas recientes era miembro de la Directiva de la Alianza Francesa de Tegucigalpa.
Igualmente es miembro de la Academia Hondureña de la Lengua.
  • Animale non identificato. Edición bilingüe con traducción y edición de Piera Mattei.4 Ed. Gattomerlino, Italia, 2014.5
  • Animal no Identificado. Tegucigalpa, 2013.
  • Poemas de un Relojero. UCR, San José, 2013. Mención de Honor en el Premio Centroamericano de Poesía Rubén Darío.
  • Exploración al Hormiguero. La Sexta Vocal, Tegucigalpa, 2004.
  • Lo que no cabe en mí. Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 2003.
  • Fuga de sombras. Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 2001.

miércoles, 15 de julio de 2015

Plascebo

Lo escribí hace algún tiempo. Vale la pena devolverlo a luz. Creo.


"La política sistémica diseña y organiza el hambre del pueblo. No hay ninguna probabilidad de que el pueblo se libre de la necesidad artificialmente construida desde las élites. Se controlan los medios de producción y se produce escacez, sobretodo en la antesala de toda contienda electoral. De esta forma el pueblo está desamparado y sin circulante, condiciones necesarias para la política de limosna o de contingencia de los candidatos o candidatas.
El sistema electoral tiene sólo dos engranajes: la limosna y el decisivo día de elecciones. Con la limosna se regala y se compra, dos muestras definitivas con que la psicología del necesitado sabe reconocer al "político que sí entiende el asunto". Con la compra, el pueblo negocia humillado su voto y siempre pierde. Pierde porque el circulante del día de elecciones es un plascebo y negocia para sentirse importante o reconocido.
El elector no reconoce ni elije candidatos para que gobiernen bien, todo lo contrario, se elije para que el gobierno no exista, ya que el sistema de explotación transnacional no necesita gobiernos pero si "personal" en forma de candidatos que repartan el plascebo, o en su defecto la limosna.
Hay mucho que reflexionar sobre la idea de desarrollo que tiene para sí un pueblo humillado y alienado, despojado y arrinconado. Por lo general, lo único que desea un pueblo en estas condiciones es que se le deje en paz y si se le lleva "ayuda", que sea rápida como se le puede exigir a un cartero que toca a la puerta con correspondencia, con la salvedad que la carta nunca lleva remitente, ni mensaje, nada, sólo una hoja en blanco que crea la sensación de vacío pero a la vez de poder. Todo enigma es un sin fin de posibilidades, pero en sí mismo no es nada."
F.E.

jueves, 9 de julio de 2015

Livio Ramírez - Honduras


Cuando Livio regresó de México ya se habían adelantado las palabras del poeta mexicano Marco Antonio Campos para que le recibiéramos -la nueva horneada- con la curiosidad a flor de piel: "Livio fue quizá el poeta más lúcido de mi generación que conocí en aquellos años. Eran notables su capacidad de exposición y de síntesis... al revisar Arde como fiera vuelvo a sentir, hermanos, una violencia verbal, tensa como un cable cruzado sobre el abismo... una impetuosidad salvajemente controlada". Porque cuando comenzamos a acercarnos a él era como si hubiera regresado por esos días, y el descubrimiento paulatino con el que nos íbamos asombrando nos daba la sensación de que no podíamos fallar a la hora de abordar el verso.

Sentados en la clínica donde acompañábamos en su pre-parto a Nelly, la madre de Elías, primogénito del poeta Heber Sorto (genealogía biblíca necesaria para esa noche de tumbos y redirecciones), leímos poesía justo en la sala de visitas, en aquella noche de Comayagüela similar al día en que nació Esteban, mi heredero de asombros. El nerviosismo dio paso a los poemas de Livio, y él nos hablaba con la alegría de haber encontrado una nueva bandada de gavilanes metálicos, dispuestos a picotear la cívica nacionalidad de quejas y pesadumbres. A partir de entonces, verlo llegar es cosa no común pero sí de entrañable celebración. Nunca ha dejado Livio de mantener su piedra inflamable al frente de las razones más humanas, nunca se ha permitido, con nosotros, el silencio del que resguarda un tesoro inalcanzable. Entre mi generación su libro Arde como fiera es un tantra antes de quemar la página en blanco, y nos revisamos muchas veces en él, y dejamos que sus ecos asistan al parto de nuestros primogénitos para que estos sean lo que en verdad esperábamos.


Palabra

no me traiciones
no te me rompas a mitad de vuelo
prefiero que me enseñes
la forma de matarte
si no me das el hijo que yo quiero.


Qué importa

esta cara de mártir barato
la inútil personal
cabrona muerte
huyo de mi posible santidad
quemo el templo
que mi propio dolor construye
corro sobre mis huesos
hasta llegar aquí
donde el dolor de todos
arde como fiera
como mar brutalmente humano


Muerdo mi propia sangre

diariamente
cada instante
pregunto a mis verdades
me escucho
con profunda desconfianza
toco a muerte
el íntimo tambor
a ver si no se rompe
con mi nombre
llamo traidor al ojo
si no llega al subsuelo de la imagen
practico la acrobacia del yo mismo
en el fondo la vida es cuestión de saltos mortales


Tengo ahora

nostalgia de yo mismo
y me quedo sin tiempo
en niño antiguo
y de verdad el pájaro es el pájaro
y un caballo de amor
el aire tiene
son las tres de la tarde
está lloviendo
mi padre habla del mar
siento los peces
mil novecientos livio
y era entonces
un cielo mío
vivo
ciertamente


Invierno:

Tren de tristeza atravesando la tristeza


Ruinas.

Bajo un cerrado mar de alas quebradas,
con un inmenso peso
atado al cuerpo,
yace ese amor.

Ruinas. Amargas ruinas:
destrucciones
que duele ver.
Vencidas,
arrasadas nuestras huellas.

Únicamente en pie,
sobreviviendo:
el árbol del que caen cicatrices.


Molina: aniversario del poeta.

Puntuales    solemnísimos
Posan ante su tumba
Los implacables enemigos de la poesía.


Década.

La poesía contigo
La poesía conmigo
La poesía mostrándote
Su brújula salvaje
La poesía abrazándote
La poesía diciendo
Con su espejo de fuego
Mírate
No traiciones la luz
Que te fue dada
No se apaguen tus manos


Es tarde.

El amanecer se aproxima
como un jaguar.
Los obreros comienzan
a levantar el día.
A estas horas
la soledad acaricia mi cabeza.
Su mano es áspera,
aunque percibo
algo muy parecido a la piedad,
pero mi ojo es materia en combustión:
llama.
Dardo que fluye.
Hoguera casi triste.


¿Y el lenguaje vivísimo que no puede
Escribirse?

¿Y todas las palabras que se niegan a ser
sólo palabras?
¿Y la canción total?
Sueño con páginas
realmente viscerales,
sueño escribir un libro huracanado,
algo como un zarpazo.
Sueño con un canto de actos
que no me necesite
y salga al mundo,
y viva
igual que un gavilán de ojos metálicos.


Escribo:

No sé si hago una autopsia
o giro en la borrasca de un gran autorretrato
o combato en un óleo de todos o de nadie.
Sueño activamente
como una piedra que se incendia de júbilo
a pleno mediodía.
En mis manos dan saltos las imágenes.
La realidad del mundo es mi realidad,
pero no consigo escribir
mi profunda verdad animal,
la tempestad que arrecia aquí en mis sienes.

Infancia.

En el acribillado jardín
los árboles definitivamente callan
las estatuas me miran desde otra realidad
ni el eco de tu nombre te responde:
oh invisible violencia que te arrasa


Livio Ramírez, Tegucigalpa, 1943. Premio Nacional de Literatura -2002. Poeta, ensayista, catedrático e investigador universitario. Sus poemarios: Sangre y estrella, Arde como fiera, Descendientes del fuego, Personajes y otros poemas y Columna que fluye. Fue miembro del Taller Universitario de la UNAM, en 1968, dirigido por Juan Bañuelos. Fundó en 1971 el Primer Taller Universitario de Poesía en la UNAH, Premio Internacional de Poesía Platero, en Ginebra, Suiza-1980, Premio Nacional de Literatura-2000, Premio Nacional de Letras, UNAH- 2002.


miércoles, 8 de julio de 2015

Rigoberto Paredes, Honduras - Obra & Gracia

Foto: Fabricio Estrada.
¿Quién es él? me preguntaba al verlo por primera vez. ¿Por qué lo rodean tantos y él dirije la plática sin casi pronunciar palabra alguna? "Es Rigoberto Paredes" -me dijo Rubén Izaguirre, "el poeta Rigo". Lo quedé viendo con sigilo y luego Rubén me lo presentó. Qué bueno que escribís, me dijo, pasá, pasá adelante, esta es tu casa. Aquí lo recuerdo como la entrada a un mundo oloroso a caobas y cigarros, aunque él nunca fumara. Aquí es donde lo recuerdo con dos brindis que di por él: uno en Estocolmo, Absolut Vodka en mano, viendo un crucero entrando al Báltico y el embajador Ivan Roméro recordando su poesía; el otro, hace unos meses, en Orocovis, en las montañas del caribe boricua, siempre vodka en mano y con agua, brindando junto a Iris Alejandra, Valentina, Laurita y Enrique, viendo pasar en mi memoria cada una de las veces en que reímos sin parar. ¿Por qué habría de recordarlo en sus tristezas? No sé si el poeta era triste, no, pero era un ser misterioso que no podía proceder de este tiempo. Nadie en su sano juicio podía insinuar que su conocimiento sobre la poesía estuviera errado. Recordaba todo. Todos los versos muertos y los versos aún vivos de los clásicos greco-romanos.

Leete esto, después éste, luego te vas con éste. Así, cuando uno regresaba con un mal verso decía: como que no leíste bien lo que te pasé. Pero todo con paciencia. Encendía el ordenador de Paradiso y me pedía que le escuchara sus últimos poemas ¡y era divertidísimo porque él reía con sus alfilerazos! "Soy un gran cabrón" nos decía, y reíamos, y nos preguntábamos qué se había hecho tal poeta amigo o si ya había dejado de escribir tal. Yo conocí a Cortázar, nos contó, en el apartamento de Barcelona, era muy amigo de Roberto Armijo y él nos lo presentó. Era alto y jodedor, más alto y más jodedor que yo, nos dijo. Y entonces Rigo era como una ventana a la vida literaria, a la poesía más necesaria para afrontar los días aciagos, los días yermos, frugales, ripios, boñigosos, podrecidos... y nada de tristezas, ahora recordándolo lo sé aún más, nada, naditita. Era la ironía viva, el escalpelo más risueño de un forense. 




A manera de aviso, presentación, apercibimiento (o cosa parecida) a quien ose adentrarse en O&G.

I

Agítese bien su contenido
hasta que aclare
y se le haya formado una espumita
(señal de buena calidad
de todos los productos de esta casa).
Tómese con cuidado:
una mano por debajo, la otra en medio
(como una mujer perdidamente enamorada),
ojo avizor a toda fragilidad de su belleza.
una vez se haya entrado de lleno en la materia
y muévanse a placer, lectoras y lectores,
sobre este lecho de hojas silenciosas,
ruégase mantenerlas
muy lejos del alcance del enemigo
y de la mala fe de las erratas.

II

No te adentres, lector, desprevenido
en este ingrato reino de tinta y acechanzas
puedes perderte, perder
honra y paciencia (por no decir tu vida)
cuando menos lo esperes.
Mejor será que sigas mis sabias enseñanzas:
vuelve atrás, vuelve en ti
si no quieres mirar gata encerrada
en donde sólo hay liebres.
A vuelta de esta página te guardan mil desdichas,
latinajos arteros y ripios descarados,
un caballo de Troya y cáfilas y cábalas
y una caja de truenos, si no paras en mientes.
Caiga, cáigase de tus manos
este incómodo fardo de papeles sobrantes
donde anudan a gusto vanidad y polilla.
Si no, nadie responde:
ceniza, polvo, nada serás cuando Obra & Gracia
pasada sea ahora mismo por las llamas.


Orden del día.

Levantarse temprano, muy temprano
(con el canto de un pájaro es preciso)
y ante todo con el pie derecho.
En ese instante es sano renegar del tiempo,
rezar un padrenuestro al santoral del día,
despejarse la mente y las legañas
con alguna bebida espiritosa.
No hay que verse al espejo a esas horas
ni tocar mujer ni ave o bestia.
No hay que llamar ni contestar llamadas;
sólo contar de uno a diez mientras la radio
termina de ladrar en la casa del vecino.
Y ya una vez curados de todos los espantos,
vestidos de paciencia, la máscara en su sitio,
ojo al Cristo salir,
salir de cacería, de compras o al trabajo
como quien sabe que hoy está en la raya.



Contra el lunes.

Hoy, para colmo lunes,
pido la abolición del lunes.
Para qué un día así, reducido a la desdicha,
indeseable, intratable como un muerto,
peor que un muerto.
Día para quedarse horas en cama
hasta hacer ese amor dejado a medio hacer.
Día para olvidar que existe un lunes.
Día mundial del sexo y la holganza.
Mejor así: vivir todos los días,
toda una vida sin que exista el lunes.
Quedan libres de culpa los que nacieron ese día,
los que murieron ese día infausto,
los que se enamoraron ese día para toda la vida.
De ahora en adelante
el que diga hoy es lunes
presa será de ingratas abstinencias.
Que ese día no exista.
¡Ya no existe!
Créanmelo, y ya verán
que pronto se acaba todo esto.



Habla, tumba.

Estas sobras incómodas y puercas
son mi propio calvario.
Una herida en la tierra fui al comienzo,
sólo piedra y vacío en los costados.
Esperaba abrazar algo entrañable
y no esta cosa fría, sin modales ni nada.
Qué triste es un cadáver sin sosiego,
cómo hierve por dentro al no hallar acomodo
y su carne infeliz cómo va desgajándose
bajo el paso triunfal
de los fieros gusanos del remordimiento.
Huele muy mal, un pozo negro soy,
pozo sin fondo del olvido.
¿Y esa mata de pelo
y esta quijada destrabada
y estos huesos mellados y estas sobras,
de qué frente altanera cayeron en
                                                         /desgracia?
Así no son los restos sagrados de un poeta.



Una de dos.

Entre tú
y la soledad,
me quedo con una.



Toma y daca.

Si me das
lo que quiero,
te doy
lo que nos gusta.



Elogio.

Así, desnuda,
te ves mejor;
como si fueras otra,
la mejor.



Romanza sin palabras.

(para cello solo
y para ti).



Entreacto.

Cuchillo en mano, tú,
ante un pan indefenso.
Partido en dos será,
como en partes iguales.
Así, desnudo yo, ante tu cuerpo.



Apariciones.

                                                                        a R. Armijo.

Cruzo el falso zaguán donde dormitan
un gato viejo y el peluche de alguno de sus nietos.
El aire es fresco y sabe a vino de La Rioja
(buena señal de que el poeta
volverá a estar ufano y querendón como otras veces).
Baja las escaleras, sin bajarlas,
mirando hacia otra parte, tal vez a esa ventana
que translumbra en los muebles los oros de la tarde.

Largos meses de ausencia median de parte a parte,
viajes sin despedidas, silencios malhabidos,
buenas o malas artes de matar lo que amamos.
Pero aquí estoy de nuevo en casa del poeta,
enjuagando con vino viejos y nuevos tiempos.

(Ah, esos mansos aguajes que labran la memoria,
ese confuso eco que retumba por dentro
y de pronto es un nombre que habíamos perdido.
El tiempo, el tiempo es sólo un animal artero
que acecha en otro tiempo de frágiles entrañas:
nadie lo ve, ni sabe; hasta que asesta
ese bajo revés, exacto y bajo).

Solo, a solas escucho sus pasos a lo lejos.
Una sombra es su altura, una sombra
que cruza otro falso zaguán,
sube otras escaleras
en camino a su encuentro con la muerte.



En boca cerrada.

¿Para qué palabras
sin la semilla de la poesía?
Secas, desangradas palabras
que un viento presuroso
dispersa a ras de página.
¿Para qué palabras
sin el silencio de la poesía?
Confusas, rechinantes palabras
que apañan baratijas junto al metal precioso.
¿Para qué palabras
sin la locura de la poesía?
Vanas, corrientes y comunes palabras
con que rumian su seso las estatuas.
¿Para qué palabras
sin la lucidez de la poesía?
Leves, ingrávidas palabras
que esplendecen
a flor de labio de los tontos.
¿Para qué palabras
sin la venia de la poesía?
Vagas, descarriadas palabras
tarde o temprano puestas a merced del olvido.
¿Para qué palabras sin poesía?
¿Para qué palabras como moscas?



De cómo el poeta Sabines me robó una novia.

La primera muchacha
que me dio de vivir en su corazón
pasaba enamorada del poeta Sabines.
Todo empezó la vez que le presté Tarumba.

Yo fui el culpable.

Para todo era Tarumba,
Tarumba para verme,
Tarumba para hablarme,
Tarumba para amarme,
Tarumba para decirme
que vivía enamorada del poeta Sabines.

Otra vez, a cambio de jurarme que sólo a mí me amara,
le regalé Nuevo recuento de poemas,
y aquello fue otra Troya.

Ella, pobre de mí, no apartaba sus ojos
del retrato del poeta: lo miraba sin verme,
descarada, desalmada,
y yo veía que se miraban
como sólo los amorosos sin Dios y sin Diablo pueden mirarse.
Yuria y Maltiempo le robaron la calma largos días;
en su cabeza no hallaba cabida
otras palabras, otros versos,
ni mis palabras ni mis versos pulidos en su nombre.
Dondequiera que íbamos a encontrarnos
ella llegaba con Doña Luz y el Mayor Sabines a flor de labio.
(Los amaba como ellos amaron al poeta
porque ella amaba al poeta como ellos lo amaron).

En el saco de mi corazón caben todas las cosas,
me decía que decía el poeta,
y yo, que ya vivía en su corazón como saco ajeno,
la fui dejando a solas,
me fui quedando solo: sin mi primer amor

y sin los libros del poeta Sabines.


Rigoberto Paredes, Trinidad, Santa Bárbara, 1948-2015. Poeta, ensayista, académico, editor. Premio Premio Nacional de Literatura 2006. Publicó: En el lugar de los hechos -1974, Las cosas por su nombre -1978, Materia prima -1985, Fuego lento, antología personal -1989, La estación perdida -2001, Obra & Gracia -2005, Segunda mano - 2009, Partituras para cello y caramba -2011, Irreverencias y reverencias  - Febrero del 2015.

Su obra aparece en las principales antologías del mundo hispano. Participó por Honduras en los más grandes festivales de poesía a nivel mundial. 

lunes, 6 de julio de 2015

José Adán Castelar, Honduras - Cauces y la última estación.

Foto: Fabricio Estrada


Transcribo los poemas del Maese Castelar con Puccini de fondo y es a él a quien escucho cantar. Siempre lo hace. Eleva su aria cuando está feliz, cuando siente que la poesía se ha posado entre el corillo de quienes lo escuchamos. Es su poesía lo que él es, no se puede distinguir dónde comienza cada espacio de su ser preciso y humano. 

El Maese Castelar fue el primero de los poetas dispuestos a trasladarnos su conocimiento poético en Casa Tomada. Recuerdo que Pepe Luis nos dijo: este próximo sábado el poeta José Adán Castelar vendrá al taller a darles una ponencia sobre la poesía hondureña, así que vengan sensiblemente preparados. Mi ansiedad era insostenible a la vez que tecleaba durante la semana entera sobre mi calculadora de asistente de contabilidad. ¡El poeta Castelar nos hablará de poesía!, me decía ahí mismo y las cuentas salían erradas, y repasaba mis poemas para ver cuál podía llevar para que me revisara. El sábado llegó. Un sábado de 1993 en Café Paradiso cuando éste quedaba donde ahora se encuentra la Librería Navarro. El poeta estaba ahí con unas anotaciones, junto a la ventana, y nosotros le rodeábamos en un silencio expectante. Comenzó por Juan Ramón Molina y fue él quien nos reveló a Merren y a Pompeyo del Valle. "La poesía es misterio", nos dijo, "Nunca olviden que todo misterio debe ser profanado". Y salimos de esa tarde a celebrar donde nos agarrara el viento, porque Adancito -como cariñosamente seguimos diciéndole- nos había revelado el desenfado y la elegancia en el verso, la lectura de Seferis y de Ungaretti y, además, me había aceptado un poema que luego publicaría en el diario para el cual escribía. Mi primer poema publicado estuvo en sus manos. Fue él quien me hizo ir a comprar el diario como si me hubieran mandado una carta que todos leerían.

Seguimos viéndonos cuando lo trae el viento, y las anécdotas son tremendas como las profundas carcajadas con que celebra su honestidad y descubrimientos. Cuentos, poemas, ensayos, poemas, ensayos, cuentos... los tiene por cientos este poeta inagotable que ha sido cantado por nuestros trovadorxs en los momentos más urgentes a los que él jamás ha renunciado. Desplegada bandera del mar, Adancito pasa de mano en mano desde siempre. Un clásico vivo que arremete con dulzura contra la oscuridad, como un escribiente chino que se confunde en la Plaza Roja y luego aparece en su Ceiba natal hecho luz desgarradora pero, también, felicidad espléndida en nuestras letras.



Nostalgia.

¿Ardió ya mi última estrella
Con mis remos destruidos
me hundo en el exilio.

Busco el puerto
de niños
que tenía.

           En mi horizonte
sólo hay despedidas
y un lamento que no me pertenece.

En la yerba,
con mi hoja de laurel
harapiento, veo
a la primavera cada vez
más lejos,

¡tan lejos!

Su última flor
me llama
        desde
            el mar.
Terco pájaro.

Se tambalea, afuera,
tu pie
deshecho.

               Entre las ruinas

no explicas, pero
andas.

               Y, bajo la lluvia,

cantas,
cantas,
cantas.


Invierno.

Todavía la lluvia oscurece la luz
y extrae, de pozos y rincones, husmos
y fumadores.

Las pláticas escuchadas bajo el ramaje
de la triste estación, son ella misma. Y los gestos
y vestuarios son nuestro tiempo uniformado.

El sol, es nostalgia en la ventana
y, como un dios, es recordado por los que fueron
niños en la sombra.
Los árboles son como su propia
tiniebla de pie, y un silencio
de piedras les aplasta el follaje.

Por un largo tiempo las plantas heliófilas
y los asmáticos soportarán la ruina,
y los sueños, como el petrel, volarán lejos.

Ah el invierno, cómo apagará lámparas y ojos,
cómo extiende, sobre el significado
de los seres y las cosas, la humedad
de la antigua derrota,
las cenizas de los héroes muertos.


Saldar cuentas.

Cuando no sirva para nada,
cuando sea estorbo
en la luz
o en la sombra, entonces
me iré, sin que nadie sepa cómo…

No oirán mi último adiós,
no lo oirán, ni mi hola corazón,
bien mío, adiós mi único amor,
¡ya no me gustas!

Me iré así,
como un camino entre
piedras, como el río
en medio de los árboles,
como la hormiga con su hojita
al hombro, como el niño
que muere.

…Y nadie sabrá cómo.

Ni carga embarazosa nunca,
ni viga en el ojo asustado, ni cansancio
en la mano que guía,
ni peso difunto.

Me iré nomás… Y nadie
sabrá cómo.


Cauces y la última estación.

La gente pasa demasiadas veces por los mismos lugares,
como si la repetición fuera la más hermosa costumbre.
Y todos pisamos esa sombra abandonada ayer al mediodía:
la misma que anda de un punto a otro buscando
a su dueño, al final se mezclará
con el humo de los fumadores.

Los borrachos escupen sobre las huellas y las borran,
pero aquel olor nuestro insertado
en las paredes donde el día y la lluvia
reclinan la cabeza. Después, todo es abrir
puertas y pechos.

Siempre al pasar
regresamos. Y cada sitio es nuestro epitafio.
Y si miramos bien, nuestro ir y venir no tiene
sentido: es como un payaso en un pueblo de payasos,
como un muerto con miedo,
como un conservador entre magnolias.
Como idiotas somos conducidos. Jefes
y horarios tiranizan. Se nos caen
los sueños. Se nos terminan las rutas. Quedamos
desnudos en la verdad de otro. Transigimos con
el tiempo que nos come: débil bocado, leche
de rabia, pan de ceniza.

No es raro entonces,
que pidamos prestado otro ropaje.

La calle es la fragua de los deseos. ¡A fundir
en ella, pues, todo pasado,
cualquier terror!

Pero uno transcurre demasiadas veces por los mismos
lugares, tanto que ya ese viaje es nuestro destino.

Pero un buen día preguntamos por aquel
desconocido
que solíamos encontrar en el Parque Central,
y cuya sombra saludaba a la nuestra
al cruzarse. “Se fue”, es la respuesta. Y pensar
que su persona es hoy
esa ranura entre la multitud.

El electricista.
Elevado por encima del orgullo blanco
de las casas y el miedo aéreo de los curiosos,
el electricista lleva a cabo su trabajo
de hilos, montado sobre sostenes
de viento material.

El baja palabras
y le suben palabras, y en un espacio
grisáceo y reducido, desarrolla
su revolución de contactos.

Hombre en el aire,
atado a un horario de mástiles fijos, ve
los techos rojos, el fastidio de la uniformidad,
el momento en que la sal destinataria
y los rostros del barrio coinciden.

Con él cae la tarde: los dos,
como el tendido puente de los muelles, serán
empujados por las primeras sombras hacia
el más brumoso y solitario anónimo.


La sequedad.

Ya perdí la palabra.
En silencio, oigo su trepidar
lejano.

Vaciado por manos
de significación,
ya no sé dónde está el horizonte.

Soy una sombra
salida de la piedra. El eco
de nada en la nada.

Como si no hubiéramos nacido, ya perdí
la palabra. Su huida
es mi silencio en el desierto. Su muerte
es mi muerte en la palabra.

Única muerte verdadera.


Canción.

¿De qué estás hecha tú?
Eres viento cuando te canto,
carne cuando te poseo,
olvido cuando callas,
muerte cuando no vienes.

Una canción vale un amor,
la carne un deseo,
el silencio un olvido,
tu ausencia la muerte.

¿De qué estás hecha tú?
¿De preguntas, de respuestas?

Entonces, quédate y me lo dices.


Dar de nariz.

Bajo las máscaras y el miedo
ninguno de ellos
tenía en el pecho la mañana.

Tumbas eran las palabras
que me decían, astros falsos
de un cielo podrido.

Cada uno seguía su ruta
de abandono. Cada uno
fabricaba su bastión
de ceniza, su islote
odiador.

¡Y aquí vine yo a buscar la vida!
¡Y aquí vine yo a buscar la vida!
Lo digo bajo la llovizna, oyendo
el adiós de los muertos.


Mitología de la ruptura.

¡Oh dioses! Postergad
el momento en que ella
y yo nos partiremos
el corazón.

            Sean ustedes
más benévolos
que el olvido.

            Quien de los dos

sobreviva, conozca
para siempre

la felicidad.


José Adán Castelar, Coyoles Central, Honduras, 9 de abril de 1941. Premio Nacional de Literatura ramón Rosa, 2003, ha escrito innumerables títulos de poesía y también relatos.