lunes, 24 de marzo de 2014

Spinoza born to kill

Los Espinoza están en guerra. Su país no se llama Honduras, se llama Espinoza y también tiene himno, escudo, árbol nacional y todo. Tiene hasta un venado cola blanca de mascota y una flor casi extinta en el ojal, una frágil Brassavola.

Los Espinoza nunca han pulido más lentes que los de sus mirillas telescópicas y les importa un bledo que, en otro mundo, existiera Baruch rumiando galimatías filosóficas. Ellos están hartos y se llevaron a otros hartos tras ellos. El ejército los sigue a través de las montañas de San Luis Comayagua y de Esquías. Los Spinoza meditan en sus cuevas. Saben dónde quedaban las playas del cretácico Mar de Esquías y se dan un baño de 26 millones de soles acumulados. Hacen castillos de arena con la punta de sus fusiles y se entrenan contra el hastío de saberse perseguidos por todo un ejército de pijiabolos.

En el Estado Mayor Conjunto (vacío), los tratan como forajidos, pero se dan cuenta, perfectamente, que   si no ha ocurrido una revolución ideológicamente articulada es porque la revolución natural de los excluidos y ninguneados, ya viene ocurriendo día a día, de la manera más anárquica -y más preocupante aún-, de la manera más natural y atroz.

F.E.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Tocó pegó





Me piden una reseña curricular y no se me ocurre más que esto:


Fabricio Estrada
1974

Soy Escritor, la poesía me enseñó la síntesis y en las agencias me dijeron que la poesía también cabía en ellas, así que me subí al tren. Inicié como asistente de producción, guionista y luego -desde aquel 1996- comencé en el intento de sacarle chispazos memorables a la oscuridad de ciertos copys alrededor de todo tipo de marcas y -¡milagrosa publicidad!- de todo tipo de políticos. He realizado story lines para Radio y TV como un poseso y, de paso, los he producido; he recorrido todos los reinos de la conceptualización creativa dentro de Satchi & Satchi, Young & Rubican, In house Alcaldía de Tegucigalpa, Leo Burnett, BBDO, TBWA y ahora en Grupo Tribu. Al séptimo día -como después de una 3-60 intenso- miro haca atrás, repaso los copys, y no me satisfago. ¡A crear entonces!​ -me digo- "ah, vaya pues, mandamos tres propuestas entonces"- me responden.

lunes, 17 de marzo de 2014

Celofán Street




Frente al banco la colmena (lo nombro como lo veo, muy cercano a lo que debió ser el principio del lenguaje en el símil), está el viejo busto del pompeyano (por igual, lo nombro por lo que me dice su forma). El busto es macabro, dejémonos de vueltas: empotrado sobre su pedestal tiene los brazos en actitud de contracción muscular, levemente alzados, como si estuviera carbonizado por algún tipo de piroplasma de hastío.
Lo dejo atrás y comienzan las torres, resplandecientes, recién estrenadas. Los empleados subimos a ellas y veo en los rostros de Tegucigalpa, la costumbre ya asumida de trabajar a más de 15 pisos sobre el suelo. El ascensor y el ascenso, los ventanales y el paisaje panorámico, el ascensor y el ascenso, la plaza abierta para recibir al “nuevo empleado”, el ascensor con su gente pegada a sus celulares, el nuevo antifaz, el que oculta la mirada y evita el cruce incómodo en la estrechez.

Atrás quedó el parque central y sus pelotones de policías municipales, el hartazgo de los titulares en todos lo diarios con sus desplegados pegados en las esquinas, goteando sangre. Venecia quiere la independencia, Crimea quiere la anexión, Cataluña quiere la independencia, Honduras quiere la dependencia… tin Marín de dos pinwe… todo mundo se apresura para llegar temprano a lo que no produce nada más que una sensación de picazón en las manos, como cuando alguien dice “hey, ¡te pica la palma de la mano! ¡Tendrás dinero hoy!”, y habrá dinero, tal vez, pero solo en la película Wall Street Wolf, y habrá discurso de motivación, pero sólo en Wall Street Wolf… no se necesita mayor discurso, el verano está que calcina hasta los bustos de los más emblemáticos desconocidos.

Desde este piso 15 se ven los muñequitos de la maqueta, muy bien alineados: el carrito de cartón, la personita de cartón, la fuente de papel celofán. Torre 1 y Torre 2. Ningún avión a la vista. Ninguna toba incendiaria. Sólo el piroplasma del tiempo muerto.

viernes, 14 de marzo de 2014

miércoles, 12 de marzo de 2014

Personajes de Acción de Darvin Rodríguez: El ascenso del nuevo orden simbólico - Fabricio Estrada



“A nadie le interesaba hasta que me puse la máscara” (Bane en Batman – Dark Knigth Rises)


La historieta no tiene fin. La historia sí.

La historieta se agranda hasta romper su espacio, tensiona a los personajes y los hace entrar en acción dentro de una épica anónima que transita, día a día, entre nosotros. Aquí no hay heroísmo en defensa de la sociedad, no están los bomberos que sirvieron de portada a la Time Magazine, ni los soldados de Policarpo Paz desfilando en el estadio nacional en aquella lejana derrota de 1969. En la historieta que somos, Darvin Rodríguez habla con los únicos códigos con que la hondureñidad es capaz de establecer diálogo: el fragmento o, lo que sería igual, desde los restos de otras torres, de otras guerras que se vinieron abajo en silencio, bajo el sol abrasivo, bajo la carga doméstica, bajo el papel del artista.


Lichtenstein, el maistro albañil llegado de los cerros que circundan los Altos del Mogote, de la Divino Paraíso, de la Villafranca, Juan Alberto Lichtenstein, entonces,  hace la mezcla de todas las rabias y levanta la semiótica que todo muro pone entre nosotros desde que Roberto Sosa y Pink Floyd lo cantaran. No se trata de elegir qué casa o edificio construirán los equilibristas de los andamios, se trata de moverse rápido, sin vértigos de ninguna clase y sin la clase visionada por la dialéctica. Se trata de repellar sobre la formica del mundo segmentado y llevar la apretada hebilla de la faja hasta el último agujero del hambre.


Cuando Darvin Rodríguez me habló del espejismo, pensé inmediatamente en el folclor impuesto como identidad. “Lo bucólico es lo urbano” –me dijo, y así habrá que transarlo, trazarlo o tacharlo –le respondí- recordar con otra memoria, revelar que desde los campos bananeros un Prometeo Alvarado cualquiera, robó la luz en racimos para iluminar con dolor esta república bananera enclavada en los confines del olvido.

Aquí no hay más heroísmo que el de la supervivencia y sin embargo, nadie se fatiga, nadie se humilla. Los personajes, luego de la primera impresión, se revelan colosos en el acto de poner en pie la realidad, con toda la fibra de sus cuerpos en tensión extrema, como las vigas de acero de una construcción sometida a la intemperie. La construcción es la mole del capital y el capital retuerce el cuerpo físico, pone a prueba la “resistencia de los materiales” bajo todo tipo de clima, sin retóricas ni mediatización alguna: está la gran moneda del sol, supurante  y habrá que resistirlo; están las piedras que mellan los machetes y habrá que resistirlas. ¿Hay otra forma de entenderlo? ¿Necesitamos de un grupo focal para consumir el nuevo realismo o quizá un guión que se debe ilustrar para conjuntar los cuadros de la mirada que lo edita todo, que lo reduce todo, que lo aísla todo?



Todo héroe está solo y se sacrifica por la soledad definitiva. Toda heroína vence la humillación, se echa a cuestas el mundo, anima el ánime de la transculturización impuesta, se pone el antifaz del anonimato –marcada sombra de los ojos- y sale a vencer en lo que nunca será victoria, ni portada, ni secuela. Vencerá –como pudo decirlo Unamuno- pero nadie lo publicará.




Fabricio Estrada
Marzo, 2014